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Las protestas en Cuba en clave de tragedia griega

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Por YOANDY CABRERA

1. Singularidades del Edipo revolucionario cubano

Imagina que vas al teatro, que te invitan a ver una versión moderna de Edipo rey de Sófocles. Llega la hora, se apagan las luces y comienza la obra. Se abren las enormes rejas del palacio de Tebas, representado esta vez como una hermosa casona de El Vedado habanero. El Edipo cubano exclama entonces “hijos míos”, con su acostumbrado paternalismo rancio, y dice querer escuchar las razones por las que la multitud ha venido ante sus puertas. El de Sófocles, desde esa primera palabra de la obra (“hijos”), da entrada a la ironía trágica, es decir, a la diferencia de información entre lo poco que sabe Edipo sobre sí mismo y lo mucho que sabe el espectador. Por su parte, el Edipo cubano, usando ese mismo término, da entrada al sarcasmo y la ironía, pero de otro tipo, a la burla disimulada, pues nada hará por los suplicantes por mucho que prometa. Y es que, a diferencia del referente griego, el Edipo cubano no suele escuchar para resolver o investigar en serio.

Esta misma escena, en la puesta que imaginamos, va creciendo en círculos monótonos, con mayor o menor multitud. “Hijos míos”, volverá a decir el Edipo cubano cuando alguien venga a quejarse a palacio otra vez. Y si el ciudadano pasa de la queja  al cuestionamiento, por mínimo que este sea, entonces será expulsado, considerado escoria, y condenado a vivir en silencio y al margen.

Imaginemos que Edipo sabe ya que es el asesino de su propia gente, que es a la vez rey y proscrito, el salvador de la ciudad y también la causa de la peste, el policía y también el asesino. Pero no siente remordimiento por ello. No piensa abandonar el poder por esa causa. Porque, a diferencia de Sófocles, el Edipo cubano sabe de su culpa y su implicación desde que abre las rejas y dice, hipócritamente, “hijos míos” a los congregados frente a sus puertas. Porque por esa misma razón en esta relectura del mito, desde 1959 hasta hoy, quien abandona la isla no es el tirano culpable sino el pueblo oprimido. Imaginemos que Edipo, en lugar de marchar al exilio al reconocer su culpa, decide negarla y anular a cualquiera que se atreva a señalarlo. Así actúa el Edipo cubano del período revolucionario.

Es en los momentos de crisis y epidemias donde los gobernantes y tiranos se prueban a sí mismos; donde sus culpas, miedos y malas acciones afloran como otra causa más de la plaga. La realidad cubana del último año bien podría ser considerada una tragedia ática. No solo porque los acontecimientos recientes son penosos y producen profundo dolor, sino porque la situación cubana misma y las decisiones de los gobernantes de la isla parecen emanar a veces de una versión actualizada y extrema de Edipo rey o Antígona.

2. Los sucesos en Cuba desde noviembre de 2020

Precisamente porque la dinámica repetitiva y obsoleta del gobierno cubano se puede reducir a la negación de sus responsabilidades y a la culpabilización de quien se atreve a señalarlo, cualquier momento de crisis en los últimos sesenta años sirve para evidenciar ese instante trágico que es Cuba repetido hasta el infinito. Tomemos, entonces, los acontecimientos más recientes, a partir de noviembre de 2020, como una de las tantas posibles escenas de la tragedia revolucionaria cubana, pues estos coinciden con la pandemia mundial de la Covid-19, lo cual es un paralelo añadido con respecto a la pieza sofoclea.

Como la pieza magistral de Sófocles sobre el hijo de Layo y Yocasta, esta muestra más reciente de la tragedia cubana comienza in medias res, después de 60 años de victorias más cantadas que vividas. Luego de unos meses del inicio de la reciente epidemia que ha asolado al mundo, en noviembre de 2020, los jóvenes de San Isidro (un grupo de artistas independientes) son sacados a la fuerza de su sede ubicada en Damas 955 en La Habana Vieja, donde decidieron acuartelarse y hacer huelga de hambre por las continuas detenciones arbitrarias, la represión, las amenazas y los maltratos que han sufrido a lo largo de los últimos años. De ahí que en la versión cubana de la tragedia de Sófocles no nos tome de sorpresa el carácter dictatorial del gobierno cubano.

Ante el corte de Internet y las detenciones a la fuerza de los muchachos de San Isidro el 26 de noviembre de 2020, al día siguiente, muchos jóvenes intelectuales fueron hasta las rejas del Ministerio de Cultura, esa casona de El Vedado que bien podría ser el escenario de cualquier pieza clásica. Allí fueron a preguntar, a informarse, a exigir, incluso a pedir ser escuchados y a intentar conseguir ayuda. Después de muchas horas de espera, Fernando Rojas, el viceministro de Cultura, se reunió con 30 de ellos mientras cientos de manifestantes esperaban sentados a las puertas de la institución. Lo que de allí trascendió en los medios oficialistas no fueron los acuerdos leídos por la poeta Katherine Bisquet al terminar el encuentro, sino la versión del comisario Rojas. Desde los medios, entonces, se comenzó a desacreditar a los participantes del 27N hasta el extremo de que desde entonces y hasta hoy mucho de ellos sufren periódicamente detenciones domiciliarias injustas e ilegales, abusos policiales y continuos encarcelamientos. Otra vez el Edipo cubano dice escuchar, pero en realidad impone su narrativa en los medios secuestrados por el gobierno y, por otra parte, margina y silencia a las voces críticas que antes había recibido en su sede.

Exactamente dos meses después, el 27 de enero de 2021, tiene lugar otra escena de esta puesta, de nuevo frente a las rejas del mismo ministerio. Pero en este caso el personaje de Edipo es representado por el ministro de Cultura en persona, Alpidio Alonso, quien termina dando un manotazo a un periodista presente entre los jóvenes manifestantes. Seguidamente, aparece un autobús con fuerzas represivas del gobierno y los jóvenes son atropellados y obligados a subir al ómnibus a la fuerza. Otra vez la misma escena de “hijos míos”, en esta ocasión con manotazo aleccionador de padre maltratador por parte del ministro.

Han sido así, en más de seis décadas, miles de escenas parecidas: descontento, quejas, el gobierno se hace el que escucha y luego reprime. Ante el imposible de que el gobierno reconozca su ceguera y su culpa, la opción del marginado y violentado suele ser, desde los sesenta hasta hoy, dejar la isla, exiliarse. Desde “el caso PM”, desde “Palabras a los intelectuales” en 1961, de donde han trascendido las palabras de la única voz autorizada, las de Castro, porque las palabras de los intelectuales poco le importan al gobierno. El Edipo cubano solo se escucha a sí mismo hasta después de muerto.

Llegó entonces el 11 de julio de 2021, una escena que, a pesar de repetir el mismo esquema mencionado, sorprendió a participantes y espectadores. Porque el escenario no fue solo la fachada del Ministerio de Cultura ni una calle del barrio de San Isidro en La Habana Vieja, sino la isla entera. Nunca, desde 1959, había existido una protesta contra el gobierno de semejante magnitud en la isla. El pueblo comenzó a tomar calles y plazas y, a pesar de las manipulaciones de los medios gubernamentales, los recibimientos a los líderes de la revolución no fueron nada amigables cuando estos decidieron ir en persona a intentar aplacar el descontento popular. Esta vez excepcionalmente, como en el maleconazo de 1994, fue el Edipo gubernamental cubano quien tuvo que dejar el palacio e ir a la plaza a ver lo que sucedía y no al revés. Esta vez, sin embargo, el asunto no se limitó a La Habana, sino que la multitud escogió y expandió el escenario por todo el país.

3. Posibles consecuencias inmediatas y futuras de las protestas

El monopolio de la narrativa del que siempre hizo gala Fidel Castro se ha ido permeando cada vez más con el acceso a Internet, con el uso de Facebook, Twitter, WhatsApp y otras aplicaciones dentro de la isla. A pesar del apagón tecnológico que impuso el Estado cubano durante días a partir del 11 de julio intentando controlar el flujo de la información y la visibilidad de las protestas, los cubanos en general han podido ver videos e imágenes que contradicen la versión oficial. Esta vez, más que nunca, la represión del gobierno cubano quedó expuesta ante el mundo. Y si bien es cierto que, luego de meter en prisión a cientos y cientos de manifestantes, parecería que el gobierno ha logrado volver a tener control del relato nacional, el 11 de julio es un claro aviso para el Edipo cubano, es decir, para el gobierno cubano: entre las oscilaciones de manifestantes y repetidas protestas reprimidas por más de sesenta años puede haber alguna futura que haga a la revolución irse de revoluciones. Y la culpa de que la tragedia edípica cubana no pase de la primera escena repetida hasta el infinito en diversos escenarios y momentos históricos de la isla es únicamente de sus gobernantes.

Están por ver en un futuro las consecuencias para el Edipo tirano insular de las detenciones y represiones que han durado semanas, los juicios sumarios y las condenas de meses de cárcel por simplemente filmar con un teléfono las protestas populares y el dolor multiplicado de los miles de familiares y amigos que sufren la injusticia contra los detenidos. Insistir en un imaginario fallido y en una ideología discriminatoria y no entregar el poder después de las manifestaciones del 11 de julio puede ser el principio del fin del régimen cubano.

El Edipo de Sófocles se ve reflejado en los insultos y las descalificaciones que lanza contra el adivino Tiresias. De modo semejante, el Edipo cubano se retrata cada vez que descalifica a los que lo cuestionan: el parásito, destructor de la paz, el bandido, vulgar, gusano, enemigo del pueblo y asesino es el gobierno insular. Durante las protestas iniciadas el 11 de julio, gracias a Internet, el mundo y también los cubanos de dentro y fuera vieron las dos caras de la dictadura: su paternalismo de abusador bien entrenado y su lado represivo, acusador: a los mismos que llama “hijos míos” comenzó a llamarles “marginales”, “delincuentes” y “vulgares” por haber salido a las calles a pedir libertad.

Como Edipo, Fidel Castro y el gobierno cubano se han adueñado por décadas de la narrativa nacional, única versión que muestran en una televisión y una prensa secuestradas y al servicio de los que están en el poder. Del mismo modo que Edipo es el personaje que más habla y aparece en escena en la pieza de Sófocles, así Fidel Castro se impone con sus discursos interminables y sus interpretaciones incuestionables en el panorama cubano de los últimos sesenta años. Imaginen que Edipo, luego de decirle al pueblo reunido frente al palacio que los ayudará, que buscará una solución, pase a hacer declaraciones a los medios y llame a esos mismos con los que dialogó marginales, bandidos, gusanos, contrarrevolucionarios, mercenarios y traidores. Eso es lo que hizo el gobierno cubano con los sucesos del 27N en 2020, con los acontecimientos del 27ENE y con las protestas iniciadas el 11 de julio de 2021. Es lo que siempre ha hecho. Es lo que sabe hacer.

4. Peligrosa dilación de la anagnórisis

El hombre tenido por salvador de la ciudad, el más sabio supuestamente, el rey coronado por el pueblo mismo es, sin embargo, en la obra de Sófocles, el último en comprender, aceptar y reconocer lo que verdaderamente ha sucedido. Antes de llegar a ese punto, Edipo ha culpado a todos los demás que se han atrevido a confrontarlo de traición, de mercenarios, de preparar un golpe de estado, de estar confabulados contra él. Ha despreciado al que le ha brindado su ayuda y su consejo. Pero lo cierto es que Edipo es la causa de la epidemia, del mismo modo que la revolución es la verdadera plaga que asola al pueblo cubano.

La revolución cubana simula desconocer y niega constantemente su momento de anagnórisis porque sabe que con él viene irremediablemente la peripecia, el cambio de fortuna. Su hybris está precisamente en la negación del reconocimiento de sí misma como un acto fallido, como una puesta que no ha sido capaz de avanzar hacia otras acciones posibles. Negarse a la anagnórisis es intentar ganar tiempo antes de que llegue la caída. Porque, a diferencia de Edipo, que termina reconociendo su error y decide sacarse los ojos para finalmente ver más allá, Fidel Castro y el gobierno cubano decidieron morir en la ceguera más abyecta y absoluta. A diferencia de Edipo (que conscientemente cumple la ley, reconoce su culpa y marcha al exilio), Fidel Castro no abandona el poder ni después de muerto. Es esa actitud ante la anagnórisis lo que hace que sintamos compasión por Edipo al aceptarla y desprecio por Castro al negarla, lo que humaniza a Edipo y deshumaniza a Castro. Porque así mismo, muerto, desafiando hasta al espectro esquileo del persa Darío, tan tozudo como cuando respiraba, Castro sigue gobernando un país en calidad espectral. Esa es la verdadera tragedia cubana desde el 59: estar sometidos por una casta incapaz de al menos morir con dignidad, por secuestradores de cuyos discursos y falsos metarrelatos Cuba no ha conseguido safarse aún.


*Yoandy Cabrera Ortega (1982) es poeta, ensayista y crítico literario. Actualmente se desempeña como profesor en Rockford University e investigador del Centro de Estudios Helénicos de Harvard University.

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