“El curioso caso de Benjamin Button”, escrito en 1922, es el más famoso relato de F. Scott Fitzgerald y narra la inexplicable historia de una persona que nace anciana y, conforme envejece, se vuelve cada vez más joven hasta convertirse en un recién nacido justo al borde de su muerte. Algo inexplicable para la medicina. La familia García (nombre ficticio; todo lo demás es real) ha vivido su propio caso curioso. Pero, esta vez, sí tenemos explicaciones para casi todo.
El padre
El padre de familia es un prestigioso médico que se pasa la vida en el quirófano. Como muchos otros sanitarios, vivió con angustia el primer año de la pandemia. La continua exposición al virus en su hospital alimentaba su temor a contraer la enfermedad, ya que sus factores de riesgo le hacían especialmente vulnerable. Por otra parte, estaba la preocupación de contagiar a su madre, de casi 90 años de edad. Fue una gran liberación cuando, como todos los trabajadores de la salud de primera línea, fue uno de los primeros en recibir la vacuna. No sintió nada ni tuvo efecto adverso alguno.
La madre
La madre se contagió de manera inexplicable. Había una alta tasa de incidencia en su ciudad, pero ella apenas salía de casa y era muy estricta siguiendo las recomendaciones de prevención. Pero se contagió, porque estábamos en una situación típica de transmisión comunitaria, que se caracteriza no solo por la alta incidencia, sino porque resulta imposible determinar el origen de la infección. Los rastreadores no pueden hacer casi nada y la tasa de incidencia, por tanto, no para de subir. Ella tuvo suerte. Su enfermedad fue moderada, con fiebre, malestar general y otros síntomas bien conocidos, pero se recuperó bien.
Cuando la respuesta inmunitaria frente al virus es equilibrada, la infección por SARS-CoV-2 se parece mucho a cualquier otra infección respiratoria benigna, y se elimina en unos días.
Los casos graves se producen cuando nuestro sistema inmunitario no es capaz de mantener esa respuesta equilibrada y esta se hace excesiva, lo que ocurre más frecuentemente en personas mayores. La hiperinflamación causada por esta respuesta incontrolada va a provocar daños en nuestros propios tejidos, especialmente en los pulmones y el sistema circulatorio. Los pulmones comienzan, además, a acumular líquidos (edema pulmonar), y por tanto, la capacidad para realizar la función respiratoria disminuye y no se puede oxigenar la sangre. A veces, lo hace tanto que es necesario introducir un tubo a través de la tráquea (intubación endotraqueal) y conectarlo a una máquina externa (respirador) que le administra mecánicamente una alta concentración de oxígeno. Cuando las cosas se ponen realmente mal, es necesario poner al paciente boca abajo para que la presión de la caja torácica disminuya y sea un poco más fácil respirar. Un tormento.
La hija mayor
La hija mayor es también trabajadora de la salud, y está realizando su residencia en un hospital universitario que sufre, como todos los demás, el tsunami provocado por el covid-19.
Como a todos los trabajadores del hospital, le administraron la vacuna muy pronto, y le sentó mal. Tuvo fiebre, malestar y dolor en el brazo, aunque a los dos días ya estaba bien.
¿Por qué? Cuando el sistema inmunitario entra en contacto con una sustancia extraña (antígeno) va a disparar dos tipos de respuesta: la inespecífica y la específica. La primera se activa muy rápidamente, en cuestión de horas, y es llevada a cabo por sustancias y células que reaccionan de forma parecida frente a cualquier antígeno. Por eso no va a generar memoria, es decir, reaccionaremos siempre de la misma manera si volvemos a encontrarnos con el antígeno. La fiebre que presentó es muy común, y hasta 50% de inmunizados, especialmente mujeres, pueden tener esta ligera elevación de temperatura. En la mayoría de los casos, es debido a la producción de altos niveles de interferón, que van a ser muy importantes en la respuesta antiviral inespecífica.
Si la hija tuvo síntomas, lo que indicó que se había puesto en marcha la respuesta inespecífica, y su padre no, ¿significa que éste se encuentra peor protegido que su hija? En absoluto. Las vacunas confieren protección a más de 90% de las personas a las que se administran, mientras que menos de 50% tendrán alguna molestia leve. Y esto es porque la respuesta inespecífica no genera memoria, mientras que la respuesta a largo plazo es consecuencia de la respuesta específica, que sí genera memoria inmunitaria. Y nos vacunamos, precisamente, para producir esas células de memoria.
Una cena
Un grupo de residentes del hospital celebraron una comida justo antes de irse de vacaciones. ¡Ya era hora! Todos vacunados, todos curtidos en la lucha contra el covid-19, todos sabiendo lo que hay que hacer.
Pero se produjo un brote, y más de la mitad de ellos se contagiaron, incluyendo nuestra amiga García.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible? Pues la explicación la tenemos en la variante delta, que ya se ha hecho dominante en España. Es mucho más contagiosa que la anterior y produce una carga viral hasta mil veces superior a las cepas anteriores. Y estar vacunado no es un escudo infalible.
El estudio detallado de un reciente e importante brote en Massachusetts, asociado a grandes reuniones sociales, reveló que 75% de los afectados (con una media de edad de 42 años) estaban completamente inmunizados, que la carga viral que presentaron era equivalente a la de los no vacunados (lo cual es una sorpresa), y que 80% de las personas inmunizadas presentaron síntomas, requiriendo hospitalización 1,2% de los infectados.
Por tanto, nuestro brote de los residentes se explica porque uno de ellos estaba infectado por la variante delta y provocó el contagio del grupo como si ni él ni ninguno de sus compañeros estuviese vacunado. Y, como en el caso del brote norteamericano, casi todos los afectados desarrollaron síntomas, incluyendo la residente García, que tuvo mucho dolor de cabeza, pérdida de olfato, tos y malestar, y semanas más tarde aún continúa con secuelas.
Y la pequeña García
Y nos queda la pequeña García. A pesar del estricto confinamiento de su hermana mayor, en una casa grande y con espacios abiertos, las medidas de aislamiento no fueron suficientes. La pequeña García se infectó. Comenzó con los síntomas a los 11 días de aislamiento y lo pasó mal, lo que nos recuerda que, aunque los síntomas aparecen frecuentemente a los 5 ó 6 días tras la infección, pueden hacerlo hasta dos semanas después. No podemos, por tanto, acortar la cuarentena.
El no ya tan curioso caso de la familia García y el brote de Massachusetts nos ilustran claramente que las reglas han cambiado con la variante delta. Aunque estemos vacunados, podemos contagiar e infectarnos como si no lo estuviésemos. Y, además, desarrollar síntomas que en general son leves o moderados, aunque podemos también acabar en el hospital. Afortunadamente, el riesgo de muerte sigue siendo muy bajo en inmunizados. Por tanto, las medidas de protección y prevención deberían prolongarse durante bastante tiempo.
Y, por otra parte, no vamos a alcanzar la inmunidad de grupo con 70% de población inmunizada. Ese era, justamente, el caso de Massachusetts y, sin embargo, se produjo ese importante brote. Tendremos que pensar que la ansiada inmunidad de grupo probablemente se encuentre en cifras cercanas a 90% de inmunizados, una cifra casi imposible de alcanzar. Una inesperada piedra en el camino.
Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, catedrático de Inmunología, Centro de Investigación Biomédica, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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