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Esperando a los bárbaros

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Guernica, 1937, Pablo Picasso

Las noticias del mundo, con frecuencia me hacen recordar la magnífica novela Esperando a los bárbaros del Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee.

El relato gira en torno a un pueblo fronterizo de un Imperio sin nombre. Por siglos tranquilo, bucólico, ve los días transcurrir sin sobresalto, mecidos por la brisa fresca que sube del rio que marca la frontera. Detrás de ella estaban los bárbaros… Un buen día el Imperio decide que los bárbaros constituían una amenaza y que era inminente una invasión sangrienta que acabaría con la civilización, con el orden. El pueblo se llenó de policías, luego de militares y, con ellos llegó la paranoia, las sospechas, las conspiraciones, las detenciones de sospechosos, la tortura, las desapariciones, la muerte.

Un buen día, el Imperio -los civilizados- decidió emprender una campaña brutal en contra de los pretendidos salvajes. Por siglos, desde el Imperio se instiló, gota a gota, el miedo a los bárbaros. Se hablaba de su peligro, de su amenaza, de las barbaridades que cometen a diario. Sin embargo, nadie en el pueblo los había visto. Mas allá de la frontera todos comerciaban con agricultores, pescadores y con nómadas que de tanto en tanto pasaban a vender sus mercaderías. Luego, con las primeras nieves, se fueron los policías y los militares y… la barbarie. A los bárbaros nadie los vio nunca… ¿Quiénes eran verdaderamente los bárbaros?

En el pasado mes de mayo, el mundo se estremeció por el descubrimiento de fosas comunes con 215 niños indígenas en la Columbia Británica de Canadá. Desde entonces, se han encontrado más tumbas sin marcar, llevando la cifra a más de 1.000 muertes de niños y jóvenes indígenas. Lo espantoso de la historia es conocer que las muertes se produjeron en las escuelas residenciales manejadas por comunidades religiosas bajo mandato del gobierno canadiense. Estos macabros descubrimientos desencadenaron un ajuste de cuentas nacional sobre el legado de las escuelas residenciales de Canadá. Los internados financiados por el gobierno formaban parte de la política para intentar asimilar a los niños indígenas y destruir las culturas y sus idiomas. De aquí, la similitud con los bárbaros de Coetzee…

De igual manera sucedió con Estados Unidos. La mayor economía del mundo y una de las democracias más avanzadas tuvo su cuota histórica de barbaries cometidas en contra de los bárbaros. En efecto, ese gran y meritorio país intenta aún, con grandes esfuerzos, reponer la deuda histórica acumulada por la esclavitud y las guerras en contra de los indígenas autóctonos. En su afán por construir su país, no pocos obstáculos tuvieron que ser vencidos a cualquier precio, incluyendo la eliminación y el sometimiento de sus propios bárbaros.

Estos no son casos aislados o curiosidades que nos trae la historia. De hecho, la lista de atrocidades en contra del ser humano por parte de sociedades o ideas consideradas “superiores” es muy larga. Así encontramos a Leopoldo II de Bélgica en el Congo Belga, a los ingleses en la India, o la conquista española de los pueblos de América “en nombre de Dios” por sus majestades los reyes católicos.

Desde luego, no podemos olvidar a la salvajísima y primitiva Santa Inquisición, la cual, imponiendo su perspectiva de la religión acabó, con el fuego purificador de las piras, con miles de desafiantes almas curiosas y pensantes. Siguiendo esa lógica, hasta el gran Galileo Galilei fue un bárbaro condenado por herético en 1633, por atreverse a plantear que el Sol, y no la Tierra, era el centro del universo. La humanidad estuvo a punto de no conocer a ese bárbaro.

En el otro lado del espectro ideológico y al otro extremo de nuestra gran canica azul, el Gran Timonel Mao Tse-tung impuso a su versión de los bárbaros, los burócratas e intelectuales aburguesados, la Revolución Cultural. Con ella arrasó toda una clase de gentes pensante y potencialmente peligrosa para sus fines. ¿Algún parecido con las calamitosas purgas estalinistas? Pues también la Gran Rusia tiene sus oscuros episodios de eliminación de bárbaros, así como cualquier intento de imposición de una verdad única por una minoría atornillada en posiciones de poder.

La perspectiva de Coetzee no se limita a hechos pasados, más bien, trata de la arrogancia y la ignorancia de la cual puede hacer gala, en cualquier momento y sin vergüenza alguna, el poder mal entendido, mal ejecutado. El poder sin principios, sin valores éticos, sin respeto por la dignidad humana.

Tan real es la ficción de Coetzee, que no solo seria aplicable a hechos históricos, si no también a situaciones que padecemos en el presente. En nuestros días, en pleno siglo XXI existen países bajo regímenes ominosos que crean o detectan a sus propios bárbaros y en contra de ellos se desata la corte infernal de intolerancias, persecución, prisión física, moral y posterior aniquilamiento. Nuestro siglo está lleno de ellos. Los regímenes dictatoriales de Cuba, Nicaragua, las opresivas monarquías islámicas, Corea del Norte y sin olvidar el caso Venezuela, son solo unos ejemplos.

Asimismo, posturas personales de líderes destructivos, personifican perfectamente la trama de la novela de Coetzee. Así, un Jean Marie Le Pen en Francia, Mateo Salvini en Italia, Viktor Orban en Hungría, Hugo Chávez y Nicolas Maduro en Venezuela han creado sus propios bárbaros y acechan para dar el zarpazo a su mera existencia.

Claro está que nuestro país no escapa de la moral expuesta en la novela. El poder en Venezuela tiene miedo a sus bárbaros, los cuales se materializan en la idea distinta, la disensión, la pluralidad, la justicia, el cambio. Pasando por el prisma de Coetzee, estos términos personifican la barbarie y contra ella solo es eficaz la represión, la intolerancia y el fanatismo de la civilización. Todo un juego elegante de palabras y dobles sentidos ¿Quiénes son finalmente los bárbaros?

“Decidí que cuando la civilización supusiera la corrupción de las virtudes bárbaras y la creación de un pueblo dependiente, estaría en contra de la civilización”. J. M. Coetzee, Esperando por los bárbaros, 2007

 

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