A los venezolanos les urge que el país vuelva a la senda del crecimiento económico. Si bien mejorar la economía no resuelve los problemas de fondo, esta es una condición necesaria para cualquier proyecto que busque volver a poner a Venezuela en la ruta hacia el progreso. Pero no se trata de cualquier crecimiento, sobre todo de uno fácil de obtener cuando ya se está tan abajo, se trata de uno que pueda sostenerse en el tiempo, que sea inclusivo y, sobre todo, que genere valor económico. No se trata de un crecimiento ficticio basado en actividades ilícitas, bodegones, ni puestos de comida, como tampoco en un regreso al rentismo.
Crear las condiciones para ese crecimiento en general es complejo, más aún en contextos como el venezolano, en el que se han conjugado autoritarismo y un Estado frágil (por muy contradictorio que parezca, esta combinación es posible). Ante esa realidad la pregunta es por dónde empezar, y la respuesta suele darse por el lado del sistema político, es decir, rescatar cierto grado de democracia. Sin embargo, más democracia sin mayor capacidad del Estado puede desencadenar un conjunto de dinámicas que terminen generando mayor inestabilidad, y con ello la conflictividad aumentaría y el crecimiento económico no sería posible.
La otra alternativa es mayor capacidad del Estado sin que necesariamente haya alguna mejora significativa en cuanto al sistema político (democratización). Esta opción sin duda es poco popular, más en culturas occidentales amoldadas por los principios de la democracia liberal. Sin embargo, apartando el elemento normativo, un Estado más capaz ofrece mejor regulación de la actividad económica (“derechos de propiedad”, claro que en este contexto la regulación es más arbitraria que en sistemas más democráticos), también en teoría podría ofrecer mejores servicios públicos, y en general promover la inversión necesaria en infraestructura.
La tercera alternativa, y sin duda la ideal, la capacidad del Estado se fortalezca en paralelo con un proceso de democratización. En este escenario, mientras el Estado se hace más capaz la sociedad se va haciendo más democrática, y esto si bien es posible no está exento de tensiones. Un Estado más capaz implica burocracia, relaciones verticales y jerárquicas, y en general coerción; por otra parte, más democracia implica estructuras más horizontales, mayor libertad, y en general la búsqueda de acuerdos. Estado y democracia son dos fuerzas que se necesitan mutuamente para conducir al progreso, pero no son armónicas, por el contrario, están en permanente tensión.
El gran tema por resolver en contextos de autoritarismo y Estado frágil es iniciar el círculo virtuoso, y tenso, entre Estado y democracia. Pero es poco probable que se puedan iniciar ambos procesos de manera simultánea, lo que lleva a la interrogante: ¿se debe empezar fortaleciendo la democracia o dotando de mayor capacidad al Estado? Por lo general la respuesta apunta a democratización, pero en términos prácticos quizás la respuesta apunte al fortalecimiento de las capacidades del Estado. La crítica (válida) hacia el segundo enfoque es que una Estado autoritario con mayor capacidad puede ser más efectivo reprimiendo (sin embargo, los Estados frágiles pueden ser brutales también).
La solución al dilema pudiera estar por la vía de ayudar a fortalecer las capacidades del Estado de manera condicional. Un Estado en condiciones de fragilidad, y con una economía destruida, necesita apoyo internacional, ese apoyo pudiera condicionarse a avances concretos por el lado de la democratización. Un aspecto clave de esta estrategia es que existan actores claves dispuestos a cambiar el status quo (que no necesariamente implica que pierdan todo el poder o que salgan del gobierno), y es ahí donde el papel de las élites es fundamental. En general, la clave está en encontrar actores que se beneficien de iniciar un círculo virtuoso de crecimiento económico sin que eso implique perder todo su poder actual.
@lombardidiego
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