A medida que las exploraciones y las investigaciones de los científicos progresan, van apareciendo evidencias que ponen en claro, que las prácticas de navegación tienen una historia que supera los 175 mil años. De hecho, ya hay reportes interdisciplinarios, que hablan de navegantes que se movían entre las distintas regiones del Pacífico, hace unos 200 mil años. Y hay unas primeras evidencias que sugieren que, incluso antes de eso, cuando el nivel del mar era mucho más bajo que ahora -veinte metros y menos-, existieron navegantes que realizaban desplazamientos de largas extensiones.
La historia de la especie humana es indisociable de la historia de mares y océanos. El poblamiento de miles y miles de islas en todos los cuerpos de agua del planeta; la incalculable transmisión de prácticas de supervivencia y cultura; la conformación de las lenguas; el intercambio de mercancías y de comercio; todo ello ha sido posible, ha ocurrido como resultado de la mediación de las aguas del planeta. Mucho más que la movilización terrestre, ha sido el movimiento a través de mares y océanos, el recurso que ha hecho que la especie humana conquiste nuevos territorios y expanda los límites de su existencia.
En términos humanos, los océanos aparecen como encarnaciones, materializaciones de la enormidad, de la vastedad. Pero, para asombro de la propia civilización, la acción humana ha logrado lo que parecía imposible hace apenas 150 años: colocar a los océanos en estatuto de peligro. Poner en riesgo real su influencia decisiva sobre el clima, afectar sus operaciones bioquímicas y, fundamental, menoscabar su condición de fuente inigualable de alimentos.
Volúmenes que escapan a la imaginación
Los océanos y los mares cubren más del 70% de la superficie del planeta. Las imágenes que se han tomado del espacio muestran a un globo esencialmente azul. Aportan la mitad del oxígeno de la atmósfera, a la vez que capturan carbono, y contienen 97% de toda el agua de la Tierra. En ellos vive el 80% de los organismos que habitan el planeta.
Los océanos tienen también un papel destacable en el bienestar de las personas y el desarrollo económico y social de todo el mundo. Especialmente para esas comunidades costeras que representan alrededor de un 37% de la población mundial y que viven de los océanos, tanto porque les proporcionan medios de vida directos en forma de sustento e ingresos como porque se benefician de sus posibilidades turísticas.
El pescado es uno de los productos básicos más comercializados, con un valor que alcanza los 170 mil millones de dólares anuales. El 63% del volumen de pescado comercializado proviene de países en desarrollo, donde su papel como generador de oportunidades laborales es mucho más crítico si cabe.
Más de 60 millones de personas trabajan en el mundo directamente en la pesca y la acuicultura. Muchas más se emplean en actividades sectoriales como manejo, procesamiento y distribución. Si se suma todo, esta práctica proporciona los medios de vida a, entre 600 y 800 millones de personas, lo que representa un 12% de la población mundial. La acuicultura es el sector de producción de alimentos que más rápido ha crecido, hasta el punto de construir casi el 50% del pescado destinado a consumo humano. Su importancia es tan evidente, que no necesita demasiados argumentos para demostrarse.
Destrucción masiva
Pero también hay noticias negativas. La polución asola los océanos, sobre todo en forma de basura y, en concreto, de cantidades descomunales de plásticos. Y, debido a las corrientes oceánicas, esa polución llega desde cualquier playa o costa a los fondos marinos o los rincones más apartados del planeta. Las proyecciones son aterradoras. Hay estimaciones que nos advierten, que 99% de las aves marinas habrán ingerido algún tipo de plástico en 2050.
Como resultado del cambio climático, se están calentando las aguas, con consecuencias devastadoras para las especies que ven su hábitat degradado o destruido, se quedan sin alimento y tienen que migrar para buscarlos, si tienen la oportunidad.
Simultáneamente ocurre la pesca ilegal y descontrolada, que representa un peligro enorme para la pesca sostenible y para los beneficios que ella genera. Ella, según estimaciones conservadoras, representa hasta 26 millones de toneladas de pescado al año, es decir, más del 15% de la producción anual de la pesca de captura, y tiene un valor estimado de casi 25 mil millones de dólares. Pero no se trata solo de un problema económico. Además, estas prácticas amenazan la biodiversidad local y la seguridad alimentaria en muchos países.
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Masificar las respuestas
En el plano institucional, existes instrumentos que algunos países ya han implantado: cuotas máximas de pesca; períodos de veda; control o prohibición de la pesca de arrastre; leyes que castiguen a los pescadores que abandonen sus redes en el mar; políticas que impiden a los puertos prestar servicios a embarcaciones que pescan ilegalmente. Estas políticas tendrían que masificarse para que ellas fueran realmente efectivas.
En el meollo de esta cuestión, hay una cuestión de fondo, que se erige como el más grande de los desafíos: nuestro estilo de vida. Si no se reduce radicalmente el consumo de plásticos; si no se extreman los controles sobre el destino de los desechos sólidos en playas, ríos y zonas costeras; si no se propaga una comprensión del grave peligro que corren los mares, a pesar de la enormidad de sus extensiones; si no se establecen prácticas severas para evitar que líquidos contaminantes como productos químicos o combustibles se viertan en ríos y mares; si no cesa la extracción sistemática de arenas de las playas en todo el planeta; si no terminamos de entender que hemos ingresado en un período en el que mares y océanos experimentan condiciones de extrema fragilidad; si no actuamos de inmediato, hoy y los próximos años, entonces el agotamiento de las aguas del planeta será un hecho.
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