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Más y más basura electrónica

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En 2018 se comercializaron alrededor de 1 mil 440 millones de smartphones que produjeron ganancias de 522 mil millones de dólares. A esa contabilidad hay que añadir portátiles, libros electrónicos, relojes inteligentes, tabletas y un largo etcétera de productos tecnológicos.

La otra cara de la moneda, son los dispositivos que se abandonan, se rompen o simplemente se tiran. Casi 50 millones de toneladas de residuos electrónicos se generaron en el mundo el año 2018, según estimaciones del Foro Económico Mundial (WEF en inglés).

Se prevé que la velocidad con la que emergen nuevas tecnologías y la aparición de productos cada vez más baratos habrá un alza de 30% de la basura electrónica en el mundo entre 2016 y 2025. Un informe de la Comisión de Residuos Electrónicos de la Oficina Internacional de Reciclaje llega a esas conclusiones.

En todo el orbe, en 2025 se generarán 53,9 millones de toneladas de basura electrónica, contra 41,2 millones de 2016, lo que implica el citado incremento del 30%. Con el crecimiento de la población global, el aumento per cápita será de 20%: de 5,6 kilos por habitante y año a 6,7.

Un solo tubo de luz fluorescente puede contaminar 16 mil litros de agua; una batería de níquel-cadmio, de las empleadas en celulares, 50 mil litros de agua; un televisor puede contaminar hasta 80 mil litros de agua.

En 2019 se generó en el planeta la cifra récord de 53,6 millones de toneladas de basura electrónica, el equivalente a 350 navíos del tamaño del transatlántico Queen Mary, según datos del informe anual de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU, cuya sede está en Japón).

La cifra representa un aumento de 21% con respecto a la generada hace cinco años y, si no se toman medidas urgentes, señalaron los autores del informe, para 2030 la cantidad anual de basura electrónica sumará 74 millones de toneladas por año.

Por regiones, Asia es el continente que más basura electrónica generó en 2019, con 24,9 millones de toneladas, seguido por el continente americano con 13,1 millones de toneladas; Europa, con 12 millones; África, 2,9 millones, y Oceanía, con 0,7 millones.

Mayores emisores, mayores receptores

Según el portal Statista, la lista de los países que más basura electrónica producen es esta, en orden de importancia: China, Estados Unidos, India, Japón, Brasil, Rusia, Indonesia, Alemania, Reino Unido, Francia, México, Italia, España, Turquía y Corea del Sur.

Ahora bien, ¿a dónde va a parar la basura electrónica? Agbogbloshie es el mayor mercado mundial de chatarra electrónica. Es uno de los barrios de la ciudad de Accra, capital de Ghana (África), y es el principal vertedero de desechos tecnológicos del mundo. Recibe alrededor de 600 contenedores al mes. El principal emisor es Europa.

Un día normal en Agbogbloshie se pierde entre una marea de cables, aparatos tecnológicos destrozados y continuos vertidos de plomo, cadmio, bromo, dioxinas cloradas y un largo etcétera. Son los componentes que intoxican las miles de hectáreas del vertedero y a cientos de ciudadanos. En Ghana, la recuperación de metales valiosos genera a los trabajadores ingresos de unos 3,5 dólares diarios, casi dos veces y medio el sueldo diario promedio de un trabajador medio de otras áreas.

Conflictos en potencia: los destinos de las basuras

Casi nadie se pone a pensar a dónde va a parar la basura que tira a la papelera cada tarde. Al parecer eso carece de importancia, pero visto en su conjunto, el asunto de los residuos sólidos representa uno de los problemas más difíciles de nuestro tiempo. Tan es así, que actualmente navegan barcos cargados de basura, en busca de un país dónde descargar su complicada mercancía. Es el caso de Malasia, cuyo gobierno devolvió 150 contenedores hasta el tope de basura en el 2019, que sumaban más de 3 mil 700 toneladas. Venían de Estados Unidos, Canadá, Francia y Reino Unido.

La cosa se hizo más álgida desde 2018: China resolvió prohibir el ingreso de basura a su país. La política se llamó “Espada nacional”. Desde los años ochenta, China se había convertido en el basurero del planeta. Por lo tanto, su decisión desubicó a las potencias que se aprovechaban de tal aprtura. Entonces, Malasia empezó a recibir de manera ilegal miles de toneladas de basura con origen en otros países, generalmente ubicados en Europa y Norteamérica.

Durante esos años China recibió cantidades impresionantes de residuos y, como suele suceder en ese país, hizo del asunto un negocio exitoso. Zhang Yin se convirtió en la mujer más rica de China y en la primera incluida en la lista Forbes. ¿Cómo obtuvo su fortuna? Gracias al negocio de papel y reciclaje. Su compañía de reciclaje Nine Dragons importó, en su momento, la mayor cantidad de contenedores de residuos desde Estados Unidos.

Malasia heredóen 2018 la etiqueta de “basurero” del mundo. No obstante, ha sido muy difícil manejar la importación de basuras provenientes de otros países. En 2019 el país asiático se convirtió en el principal destino de desechos plásticos a nivel mundial. Esto incrementó la construcción de fábricas de reciclaje, que ya no se bastan por sí mismas. Por esto, los desechos se convirtieron en un problema: los depósitos se llenan cada vez más de plásticos que no se reciclan y contaminan el medioambiente.

Países desarrollados inundan al planeta de basura

Las cantidades de basura que se generan en el mundo han crecido de modo vertiginoso en las últimas décadas. Pero los seres humanos no parecemos muy preocupados por ello. Un informe de la organización británica Verisk Maplecroft lanza una alarma sobre la “creciente crisis” de la basura, causada de modo particular por el plástico.

Se trata de un grupo especializado en análisis de riesgo. El documento revela que a escala planetaria se producen más de 2 mil 100 millones de toneladas de desechos anualmente. Esto podría llenar más de 800 mil piscinas olímpicas. Solo un 16% (323 millones de toneladas) de esa basura es reciclada. Estados Unidos es el país que produce más desechos por persona del mundo: tres veces más que la media global. Alemania, por otro lado, se presenta como el país más eficiente.

“Los resultados del estudio británico muestran que Estados Unidos produce un 12% de los desechos mundiales o cerca de 239 millones de toneladas, aunque el país tiene solo un 4% de la población global”, reporta BBC. Y va al desglose del asunto: “En comparación, China o India, que juntos constituyen alrededor de un tercio de la población mundial, generan 27% de los residuos globales”.

Esta data muestra cómo los estadounidenses producen en promedio tres veces más desechos que una persona que vive en China y siete veces más que un residente en Etiopía. “Otros países como Indonesia y Brasil, que representan una proporción similar a la de Estados Unidos en la población global, producen cerca de un 10% menos basura que la primera potencia mundial”, informa BBC.

Proyección hacia el 2050

De su lado, el informe del Banco Mundial “What a Waste 2.0: A Global Snapshot of Solid Waste Management to 2050” (Los desechos 2.0: Un panorama mundial de la gestión de desechos sólidos hasta 2050), determina que si no se adoptan medidas urgentes, para 2050 los desechos a nivel mundial crecerán un 70 % con respecto a los niveles actuales.

El citado dossier del BM prevé que en el curso de los próximos 30 años la producción de desechos a escala global, catapultada por la veloz urbanización y el crecimiento de las poblaciones, aumentará de 2010 millones de toneladas registradas en 2016 a 3400 millones.

Los países de ingreso alto, que representan apenas el 16 % de la población del orbe, generan más de un tercio (34%) de la basura del mundo. La región de Asia oriental y el Pacífico genera casi un cuarto (23%) del total.

De la misma manera, se estima que para 2050 la generación de basura en las regiones de África, al sur del Sahara, y Asia meridional se triplique y se duplique con creces, respectivamente.

Lo que algunos expertos han planteado como solución es migrar a la economía circular. ¿En qué consiste? Es una estrategia cuyo fin es reducir la entrada de materiales vírgenes y la producción de desechos, cerrando “bucles” o flujos económicos y ecológicos de los recursos. Al parecer el ritmo de consumo que lleva el mundo no es precisamente progreso: comprar, usar y botar. La salida podría estar en las nuevas tecnologías y sobre todo en un cambio de comportamiento que reduzca la necesidad de vertederos e incineradores.

basura electrónica

Foto: Pixabay

Ranking: los mayores fabricantes de basura

El índice Verisk Maplecroft fue desarrollado para medir la “voluntad y habilidad de los países para manejar sus desechos sólidos”. En general, parece que es, desde el primer mundo, donde se produce la basura que hoy inunda al planeta.

Vemos una lista 10 de los países que más basura generan:

  1. Estados Unidos
  2. Rusia
  3. Japón
  4. Alemania
  5. Reino Unido
  6. México
  7. Francia
  8. Italia
  9. España
  10. Turquía

También las islas de Caribe, por su amplia actividad turística, generan una gran cantidad de basura.

Existe una ley de fondo: a más consumo, más basura. “Lo que el índice Verisk Maplecroft refleja es los niveles de consumo, la cantidad de desechos generados por persona. Está fuertemente relacionado con los ingresos y el desarrollo económico, por lo que no sorprende que, en general, países de Europa Occidental y Norteamérica sean aquellos con el mayor riesgo”.

El nivel de reciclaje de EEUU es bajo comparado con Alemania, que recicla 68% de sus desechos sólidos. La producción de desechos por persona es cuatro veces más alta en Estados Unidos que en India, una diferencia “llamativa” para los autores del estudio citado, siendo que India tiene aproximadamente 1.000 millones más de habitantes que el gigante del norte. Países pobres, como los africanos, son los que menos daños causan.

Consumismo versus consumo responsable

El sistema de producción que tenemos hoy día en el planeta ha convertido a la humanidad en una “sociedad de consumo”. El valor esencial consiste en poseer bienes. La economía de casi todas los naciones está sustentada en el consumo de mercancías, fomentado por el diseño, la publicidad, el marketing, los medios de comunicación y las redes sociales, mediante la difusión de imágenes de éxito y prestigio asociadas con la adquisición de ciertos productos (un automóvil último modelo, marcas de prendas de vestir, de cigarros, desodorantes).

¿En qué consiste el consumismo? En adquirir y desechar bienes en plazos muy breves, más por razones de moda, prestigio, imitación, que por necesidades reales.

Diariamente se generan millones de toneladas de artículos para que las personas los consuman y los tiren, produciendo así desechos y, por tanto, contaminación de diversa naturaleza: en ciudades y carreteras, ríos y mares, selvas y hasta en lugares remotos y de difícil acceso.

Los artículos de consumo se pueden clasificar de dos maneras: de primera necesidad y los de lujo. Los primeros satisfacen los requerimientos de alimentación, salud, vestido y vivienda de las personas. Los segundos complacen deseos suntuarios.

El consumo indiscriminado ha traído como consecuencia un alza en la cantidad y peso de los desechos sólidos como el plástico, latas, el papel y el cartón que se emplean en envases y envolturas. De este modo, tenemos latas, bolsas de plástico, cartón y papel, detergentes, desechos de alimentos sin consumir, jabones, y pare usted de contar.

Por otra parte, la demanda de productos que requieren materia prima proveniente del medio ambiente es cada vez mayor. El grave problema medioambiental se debe al consumismo desenfrenado y la generación de residuos a partir de ese consumo imprudente. Los activistas ecológicos hablan de consumo responsable, que no es sino ajustar el consumo a las necesidades reales y optar por el mercado de bienes y servicios que favorezcan la conservación del medio ambiente, la igualdad social y el bienestar de los trabajadores.

Incluso Wall Street ha desarrollado un índice verde, y está demostrado que ha comenzado a incidir en la valoración de las marcas. Algunos países poseen etiquetas verdes, que en los mostradores dejan saber al comprador que se trata de productos ecológicos. Esa parece ser la tendencia que se instaurará en los próximos años y décadas: la de un consumo cada vez más dependiente de las necesidades reales.

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