02. Lo que sostienen los futurólogos, es que ofrecerá beneficios y soluciones decisivos para la respuesta a las enfermedades más complejas -el cáncer, cardiopatías, alteración del metabolismo óseo, diabetes, enfermedades degenerativas, afecciones de los riñones, entre muchas otras-, pero también, y esto es fundamental, informará a las personas de su posible propensión a ciertas enfermedades.
Cuando en el año 2000 se anunció el borrador de la secuenciación del genoma humano, se abrió una compuerta enorme, que concentra el más importante debate ético actual en el ámbito de la ciencia: la posibilidad de editar el ADN -modificar su secuencia- para suprimir aquellos genes causantes de enfermedades, o para evitar que las enfermedades aparezcan.
Esa posibilidad científica y médica -en la que se están produciendo avances- ha desatado reacciones contrarias. Se entiende que manipular los genes, alterar su estructura original, es un acto contra natura, un exceso que promueve un anhelo de perfeccionamiento de las personas y la especie, que es contraria a la condición humana, imperfecta por naturaleza. En esta corriente de pensamiento coinciden políticos, académicos, parlamentarios, voceros de iglesias y hasta muy reputados miembros de la comunidad científica.
Del otro lado, los promotores o defensores de la intervención genética defienden que, si la misma es limitada y no compromete “la barrera de la especie”, ella será fuente de inmensos beneficios para la salud, y ahorrará a las personas y las familias el sufrimiento causado por aquellas enfermedades cuyo tratamiento es largo, invasivo y costoso. En el debate se ha establecido una clara distinción, una marcada separación entre intervenciones que eliminan algo dañino, y posibles intervenciones para ‘mejorar’ al ser humano.
Los científicos han advertido que los atributos mentales y físicos que son más deseables en el ser humano, como por ejemplo, la inteligencia o las características físicas, depende del “agregado” e interacción de muchas genes, por lo que, al menos en los próximos años, resulta improbable que la ciencia encuentre la manera de diseñar seres humanos mejorados, como temen tantas personas e instituciones.
En su libro “En el futuro”, publicado por Martin Rees en el 2018, dice: “Los avances en medicina y cirugía que ya se han logrado (y los que podemos esperar con seguridad en las décadas venideras) se aplaudirán como una bendición clara. No obstante, pondrán de manifiesto algunas cuestiones éticas, en particular, harán más agudos los dilemas implicados en tratar a los que se encuentran en el principio mismo de su vida o en el fin de esta. Cualquier extensión saludable de nuestra vida será bienvenida. Pero lo que se hará más problemático es la brecha creciente entre cuánto tiempo sobrevivamos como anciano saludables y cuánto tiempo más puede extenderse un determinado tipo de vida mediante medidas extremas”.
Estas mismas tensiones y advertencias competen a las perspectivas de la biotecnología: si, sobre el fundamento de los conocimientos que arrojará, podría crear condiciones para difuminar los límites entre la vida y la muerte; o para facilitar la proliferación de xenotrasplantes (empleo de órganos provenientes de animales en el cuerpo humano); o para provocar la eliminación o modificación de ciertas especies de insectos -por ejemplo, aquellos que destruyen o contaminan cultivos de alimentos-, con el argumento de que es imprescindible preservar la producción de alimentos.
La cuestión fundamental es que, una vez se ha logrado crear o establecer una tecnología para la edición de genes (CRISPR/Cas9, “tijera” capaz de cortar y extraer, con alta precisión, alguna molécula del ADN), y por más que academias, asociaciones científicas, científicos reconocidos mundialmente, y hasta leyes insistan en que la manipulación genética no debe servir para fabricar seres humanos perfectos, a pesar de advertencias y declaraciones, lo cierto es que el riesgo existe y puede activarse en cualquier momento, porque para algunas personas, la tentación de diseñar un ser humano perfecto es muy grande, y podría desafiar todos los parámetros éticos que se oponen a ello.
Detección del Alzheimer: más temprano, menos costoso
Los especialistas coinciden: la detección temprana de la enfermedad del Alzheimer, dos o tres décadas antes de que aparezcan sus primeros avisos, pudiese retrasar e, incluso, impedir su aparición. La Bright Focus Foundation señalaba, a finales de 2017, que casi 50 millones de personas en el mundo sufren la enfermedad. Las proyecciones alarman: hacia el 2030 esa cifra ascenderá hasta los 75 millones si no aparecen novedades en la detección y los tratamientos. A medida que el promedio de vida de las personas se retrase, mayor podría ser la incidencia de la enfermedad.
En España, por ejemplo, están en curso importantes avances en el uso de imágenes de nivel molecular -tomografías hiper especializadas, que se realizan con una máquina forma de casco-, que muestra las zonas del cerebro en la que se acumulan proteínas que potencian el riesgo de la enfermedad. Otro anuncio, hecho en enero de 2021 por la Universidad de Gotemburgo, Suecia, reporta avances significativos en el desarrollo de pruebas sanguíneas capaces de anticipar su aparición. Estos dos caminos constituyen pasos en la misma dirección: avisar cada vez más temprano, a costos cada vez más accesibles.
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Por favor, pase al consultorio del Dr. Robot
Viene a toda velocidad y su aceleración se mantendrá durante los próximos años: la incorporación de robots a cada una de las fases de los servicios de salud. Los ejemplos son todavía aislados pero elocuentes: robots que miden la tensión o toman la temperatura en salas de emergencias; robots camareros que llevan comidas a las habitaciones; o robots enfermeros que controlan la distribución de medicamentos a hospitalizados con enfermedades de fácil propagación. Cada vez son más comunes los robots que gestionan los depósitos y entregas de medicamentos en farmacias. Con la pandemia, se han empleado máquinas rodantes que desinfectan y limpian las áreas comunes de clínicas y hospitales.
A pesar de todos estos indicios, cuesta imaginar que, en menos de una década, probablemente se pondrá en funcionamiento un robot especialista en la primera consulta. El androide, además de medir los datos básicos -temperatura corporal, presión arterial, frecuencia cardíaca-, realizará un interrogatorio -que podrá tener varios niveles de preguntas-, para formular un primer diagnóstico y dirigir al paciente a un especialista, de ser necesario. Si se trata de un padecimiento leve, establecerá un tratamiento y despedirá al paciente. El objetivo de invertir en el desarrollo de este tipo de robot, es reducir sustantivamente las visitas innecesarias a especialistas y, así, descongestionar los consultorios.
Jugar en el consultorio
Formará parte de los dispositivos habituales de los consultorios de pediatras, oftalmólogos, neurólogos, cardiólogos, traumatólogos, internistas y fisioterapeutas: cascos o lentes de realidad virtual. Los pacientes, niños o adultos, también adultos mayores, serán invitados a colocarse un dispositivo y participar, durante unos minutos, en algún juego. El primer efecto, valioso en la relación médico-paciente, será relajar el ambiente. Pero desde el punto de vista científico, la performance del jugador arrojará información útil, por ejemplo, sobre el estado de la visión, capacidad cognitiva, respuestas musculares o del sistema nervioso, y mucho más. Para los niños, la visita al pediatra será festiva: sus reacciones a un videojuego, facilitará evaluar diversas variables de su estado de salud.
Proliferación de aplicaciones
Investigadores, voceros empresariales y profesionales de la innovación repiten que el boom de nuevas aplicaciones para la salud, está ahora en una fase primaria, y que la proliferación de aplicaciones, producto de la Inteligencia Artificial –wereables-, tendrá lugar en el transcurso de la década 2021 a 2030.
Pequeños aparatos portátiles detectarán infecciones, pérdida de capacidades mentales, fallas en el funcionamiento de los riñones, alteraciones en los valores fundamentales de la sangre, del corazón, los pulmones y mucho más. Un múltiple universo de pequeñas máquinas digitales cuidará de nuestra salud. Ello incluye, por ejemplo, a personas que sufren la enfermedad de la depresión, que podrán recibir atención telemática o de recursos provenientes de la realidad virtual, que podrían remplazar y hasta desechar el uso de antidepresivos o de medicamentos para combatir la ansiedad.
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