Para el afán amarillista de tantos comunicadores ansiosos de rating, ningún titular puede ser mas atractivo que el del asesinato de un presidente de una isla del Caribe a cargo de unos mercenarios colombianos. Y no solo es rating: el hecho entra al arsenal de argumentos políticos contra la desajustada democracia colombiana. Basta oír las declaraciones del robótico canciller venezolano.
Durante más de 60 años, Colombia soportó el asedio de la extrema izquierda que buscó llegar al poder a balazos, asesinando civiles, magistrados, policías y militares, dinamitando vías, oleoductos, activando carros bomba. No logró su propósito, aunque hoy en día persiste en su malogrado empeño a cargo de los mismos matasiete de siempre, las FARC y el ELN. El dique que impidió tal desafuero fue principalmente el Ejército Nacional, que desde hace 200 años viene defendiendo a costa de su sangre un sistema de libertades y de desarrollo. Cualquier otra explicación sobre el fracaso del proyecto marxista-leninista es política.
Los militares y policías colombianos mantienen un gran reconocimiento mundial debido precisamente a su experiencia, disciplina y formación; miles de ellos representan dignamente al país, en diversas latitudes en donde son respetados y apreciados y varios retirados son los responsables globales de seguridad de importantes multinacionales. No son mercenarios, de acuerdo con la Convención Internacional sobre el Mercenarismo de las Naciones Unidas; son contratistas, término genérico utilizado para quienes se emplean en los asuntos relacionados con la seguridad pública y privada y los asuntos de la defensa nacional.
Otras profesiones y especialidades también emplean el mismo término, contratistas. Ingleses, franceses, israelíes, norteamericanos, surafricanos, campean en este empresarismo legal y legítimo que ofrece perspectivas económicas gratificantes para quienes, una vez de regreso a la vida civil, seleccionen esta opción entre muchas otras, pues entre los militares retirados se encuentran cientos de abogados, médicos, ingenieros, docentes, empresarios y pocos políticos. Y los militares neogranadinos, a pesar de todo y lo de Haití, siguen siendo una de las instituciones más apreciadas por los colombianos y respetadas por las demás nacionalidades.
Los militares retirados, con todo, son miembros de un gremio mirado con odio o sospecha por los detractores y malquerientes de la institucionalidad, pero también con esperanza y confianza por empresarios, ciudadanía, organizaciones sociales y muchas instancias gubernamentales.
Los mercenarios han existido, existen y existirán, en tanto la guerra y el conflicto sigan siendo parte de la naturaleza y la civilización humanas. Baste revisar nuestras guerras de Independencia y en años recientes, la presencia de mercenarios británicos, israelíes y norteamericanos en la región. En el caso de los militares retirados colombianos en Haití, de confirmarse definitivamente su participación consciente y activa en el asesinato de Moise, sería el primer caso claro y evidente de mercenarismo colombiano, aclarando que también existe el mercenarismo a cargo de ciudadanos no militares según la misma convención de la ONU. Además, los actores del crimen organizado transnacional, en pleno esplendor actualmente, convergen en este embrollo para generar mayor confusión.
Al caso de Haití se agrega el involucramiento de un capitán retirado en el atentado en contra del presidente Duque, algo difícil de explicar y que genera serias dudas sobre los mecanismos de contrainteligencia interna de las Fuerzas Militares. Parecieran estos hechos indicios del desbarajuste moral en que entró el país desde que los acuerdos habaneros concluyeron con el quiebre del régimen democrático, después del plebiscito de 2016. Dura tarea la de recuperar la moral pública, justo en estos momentos de crisis económica, agravada por el desastre educativo en que Fecode ha sumido a los jóvenes de hoy, que deambulan con celular, sin historia ni lógica, embriagados de odio y resentimiento. Ya lo hemos advertido: un nuevo ciclo de violencia se está iniciando y reiteradamente los colombianos tendrán que confiar en sus soldados para que los protejan y contengan a los estalinistas aupados desde Venezuela, que insisten en lograr el poder a punto de AK 47, porque por votos no lo lograrán.
Pero, cualquiera que sea la discusión y más allá de titulares, el daño que han causado a la imagen de Colombia los militares retirados presuntamente involucrados en el magnicidio de Haití es irreparable.
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