Fueron decenas de miles de personas los que escucharon en vivo la nueva versión de la historia de su país que les ofreció el nuevo timonel Xi el día de la conmemoración de los 100 años del Partido Comunista. Nada nuevo hay en esa socorrida estrategia de los gobiernos totalitarios de reescribir la Historia presentando los eventos dentro de un contexto más favorable a la ideología que quieren taladrar en las mentes de las masas desprevenidas.
La mayor parte de la hora que tardó el jefe del Estado en legitimar al Partido Comunista y taladrar conceptos de soberanía y de grandeza en la mente de los jóvenes asistentes, la dedicó a establecer un paralelismo entre sus logros propios –el hombre ascendió a lo más alto de la jerarquía de gobierno en el año 2012– y los de Mao Tse-tung, conocido y respetado de todos los chinos como el “Gran Timonel”.
Para ello fue preciso que Xi generara una versión diferente de la historia, una minimización de las atrocidades de la actuación del líder Mao en los años de la purga de la Revolución Cultural, una actuación que es bueno recordar, ya había recibido una condena del Partido Comunista en 1981. Esa era la única manera de poder contar con un asidero para presentar su propio liderazgo como una copia al carbón mejorada e higienizada de las acciones del dirigente Mao entre 1966 y 1976.
Para ello Xi tuvo que apelar a una amnesia personal para que no retornara a su memoria el doloroso episodio en el que su propio padre había sido degradado, detenido y golpeado por los sabuesos del régimen de Mao y aquel otro en el que su media hermana había fallecido tras la persecución de la Guardia Roja.
De alguna manera, la nueva dirigencia con este Timonel 2.0 a la cabeza está ya preparada para descartar los múltiples logros de la era Mao y poner en el cesto del olvido al más de 1 millón de muertos que el «Gran Salto Adelante”, el plan económico que resultó en la hambruna más grande de la historia, dejó como espantoso saldo.
La censura, pues, está de vuelta en los espacios de Pekín y en el seno del Partido Comunista relanzado para los próximos 100 años. Nadie con algún nivel de autoridad podrá desviarse de esta nueva interpretación de la historia sin pagar por ello un alto precio. Los estudiosos de la personalidad del jerarca aseguran que, dentro de su yo interior, este hombre alberga al igual que Mao el íntimo deseo de perpetuarse en la conducción de su país.
El mayor de los acentos del discurso de Xi, el más nacionalista y exacerbado de los últimos años, fue puesto en destacar cómo su administración ha conseguido “sacar a cientos de millones de chinos de la pobreza extrema lo que ha llevado a la población a erguirse sobre su propio renacimiento después de más de un siglo de subdesarrollo y de invasiones”. La irreversibilidad de esta bonanza ya instalada en su país debe ser reforzada, según Xi, por la vigilancia del pueblo sobre los imperialistas que aun intentan intimidar, oprimir o reducir a la esclavitud a la China de estos días.
El llamado al proletariado del mundo a alzarse en contra de los ricos de todas las latitudes fue el signo distintivo de un espectáculo épico, colosal y fulgurante lleno de mensajes y de consignas. Estas no estaban dirigidas a los suyos sino a los oprimidos del planeta. Al interior de China el gobierno y el Partido Comunista velan ya, sin duda alguna, por el bienestar de cada uno de 1.400 millones de ciudadanos. Toca pues a cada uno de ellos, según Xi, defender los logros alcanzados, enfrentando a quienes han querido avasallar y someter a la gran potencia planetaria.
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