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Poemas de Verónica Jaffé: Del bosque blanco

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Por VERÓNICA JAFFÉ

Animales en un bosque blanco

 

Un bosque blanco que no sea invernal,

que no sea inmaculado,

 

prístino, impoluto,

¿es simple artificio,

 

pintura retórica,

metáfora de nada?

 

¿O es un problema de no querer

recordar la pesadilla antigua

 

vagamente asociada al terror

de la presa?

 

Que sin embargo me confirma

y contra el miedo y la duda:

 

esta es tu vida y en este bosque entras

con todos los animales.


En la boca del lobo

estaría la oscuridad total,

cruel dictadura. Cito.

No recuerdo de dónde.

 

Pero hay matices. Claro.

 

 

“En lo más negro,

en lo más ciego y blanco”,

dice Blanca Varela

“del verano,”

“hasta ser sólo luz, sólo sombra”,

 

 

todos, lobos, noches y veranos

bocas, citas, dictaduras,

verso, voz, figuras, cuerpo,

poema, parecen

“sombra animal

de palabras”.


Disfrazado de lobo feroz el niño que soñé recién

le seguía los pasos a la caperucita,

un disfraz solo para las niñas de casa.

 

¿Dónde estaría disimulada bajo su capucha

la furia infante que saltó más tarde

devorando calles, casas, niñas y disfraces?

 

¿Píntome sueños de bosque de blanco,

donde todo sea simple lobo sin disfraz

y también sombría infancia?

 

¿Serán siempre duales las ferocidades?

Ojalá aprenda así de lo abierto y grande

más allá de simulaciones, disfraces.

Ni sé cómo entreví de repente:

lo infante cuando abstracto

ya no oculta su crueldad placentera,

la ingenuidad fingida,

la indiferente inocencia

pagada de sí,

su identidad,

digamos que,

como la madre,

lupina.

 

Tantas casas,

Yoli,

lobas todas.

¿Era eso señal

de exilio o

extinción

merecida?

—-

 

“Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose

que es lóbrego mamífero y se peina…”

 

 

Ah, que Kolyma lo blanco

no fuera bosque ralo o musgo,

campos de trabajo,

forzado, boreal, lo frío.

 

No era de perdón, Montejo,

la nieve: traición y tortura,

un poema retiene en carbón,

pestilente su herida.

 

Hace tiempo habrían sido, como dice Vallejo,

lóbregos mamíferos los asesinos,

pero no en grandes sabanas

pastizales, pleistoceno.

 

Ah, que volvieran, no golondrinas,

nimios vencejos,

sí rumiantes lanudos,

oscuros caballos, tristes, temidos,

 

o lobos o versos, inciertos confusos,

de nuestra sombra

augurando lejanos

ecos de aullido.

 

“Lóbrego: que es oscuro o sombrío e inspira temor o tristeza, que es confuso o incierto”.


Casitas con aullido

 

Para Paula

 

 

Compré unas casitas de juguete,

más bien chozas o graneros,

de esos que montan en las montañas

para proteger el heno.

 

Pensé que tenía que ver con que horas antes me habían dado

un pasaporte de este país.

O también con un poema que pensaba

en las casas y los lobos de Yolanda.

 

Cuando llegué a casa comprendí.

Como en un juego había tratado

de protegerme de

la repentina muerte de Paula.

 

“Muerte, enorme,

somos los tuyos,

risueños.

En mitad de la vida nos creemos

cuando tú osas llorar

en nuestro medio”.

 

Eso es Rilke.

 

Aquí son dos chozas, algo de heno,

desprotegido, un poema o silencio

y un vacío lobo enorme

repentino.

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