Desde los inicios de la década de los ochenta, Héctor Ernández ha trabajado sin parar. Mantiene desde entonces una constancia y disciplina férreas que son admirables. Son muchas las exposiciones individuales que ha realizado, sin contar sus participaciones en muestras colectivas y premiaciones recibidas. Es un artista integral: músico, escritor y, por supuesto, artista plástico. Manteniéndose fiel a la figuración, ha trabajado diversos temas representando simbólica o míticamente seres de diversa naturaleza y procedencia: ángeles celestiales, hierofantes –aquellos antiguos sacerdotes griegos propiciadores de situaciones sagradas–, o bien recreando episodios como los de La nave de los locos del libro de Sebastián Brandt. No podían faltar animales de fuerte resonancia simbólica como los caballos y los toros, o bien la representación de objetos de carácter lúdico como los tableros de ajedrez y los carruseles. Sin embargo, es la mujer su personaje persistente, la inspiradora, la que siempre está en obra y en pensamiento del artista.
La mujer, entonces, es el eje iconográfico principal. Ella aparece bajo diversas modalidades formales y simbólicas. Puede ser una figura religiosa celestial, como también ser profana, legendaria o mítica. Puede ser la evocación de un recuerdo del entorno familiar, o bien una imagen reinventada para crear una nueva ficción. Lo cierto es que se la evoca dulcemente, en un lugar especial: en un altar de miel, Ara Mellitum, título que el artista reutiliza, luego de una anterior exposición en 2011, para denominar la muestra que actualmente presenta en la sala Espacio 5 Caracas.
A Ernández le gusta traer de vuelta imágenes referenciales de otros tiempos. Así, a modo de devoción, halago u homenaje hacia la mujer, recuerda la imagen del altar –‘Ara’– aludiendo a aquella losa antigua de la Roma pre-cristiana usada para realizar sacrificios y oblaciones para los dioses. Incluso, ya en el Cristianismo, se la utilizaba para halagar y honrar a Dios. Ara de miel evoca entonces, por una parte, sensaciones dulces, de suave y agradable sabor; y por la otra, un espacio consagrado a la mujer presentada de maneras diversas: como la noche, oscura o estrellada; como luz; como dama de las aguas o incluso, a veces, como presencia fantasmal proclive al terror. Ella se devela luminosamente a través de transparencias o, por el contrario, en ocasiones, permanece algo oculta, pese a que sus rasgos se aprecian a través de un velo de oscuridad. Puede aparentar severidad y en otras ser pródiga en sensualidad. Todas estas variantes son válidas porque el artista no refiere a una mujer en particular porque una de ellas representa a todas las mujeres de la Humanidad. Así, sus mujeres son ancestrales, universales y trans-históricas pues algunas o bien remiten a tiempos pasados con dejos de contemporaneidad o más bien no pertenecen a un tiempo determinado.
Sin embargo, todas tienen lugar de origen e identificación. El artista toma como referencia fotografías de modelos de reconocido nivel profesional que conoce a través del Instagram. Por medio de esta correspondencia, ellas acceden a ser retratadas. Ernández, entonces, las despersonaliza en sus pinturas y las reinserta en nuevos contextos tomando en cuenta varios factores: expresión, personalidad, e incluso sus propias circunstancias emotivas en el momento de pintar. Se trata de un laborioso proceso de transformación en el que se conjugan conocimientos diversos que van desde historia de las religiones, símbolos y mitos y, por supuesto, el aprendizaje de técnicas y tratamientos diversos en el modo como los grandes maestros de la historia del arte trabajaron sus elementos de expresión. Ernández ha tejido su propio lenguaje a partir del estudio y observación de los procedimientos pictóricos de diversos artistas del siglo XX. En cierto momento tuvieron mucha importancia los parajes surreales de Paul Delvaux; posteriormente, el trabajo de los fondos y detalles en piezas de transvanguardistas italianos como Mimmo Palladino y Enzo Cucchi o bien de Gerhard Richter y Cy Twonbly. No obstante, importancia particular tienen sus estudios sobre el arte del renacimiento –Leonardo en particular por su forma de trabajar el claroscuro–, así como de la pintura flamenca, en especial, Rembrandt, cuya obra conoce en profundidad a raíz de su estadía en Ámsterdam en los años ochenta. Ernández utiliza varios de los recursos pictóricos de este maestro como, por ejemplo, dibujar sobre la tela las figuras y aplicar seguidamente, sobre estas, capas de veladuras dejando entrever los trazos que dan forma a la imagen. Rembrandt sustentaba su obra precisamente en este procedimiento, pues realizaba un dibujo preliminar directo en la tela, y luego aplicaba una base oscura para ir progresivamente hacia la luz. Justamente, lo que también realiza Ernández: parte de la oscuridad para llegar a la luz, por lo que la tonalidad tiene en su pintura un papel esencial. Las imágenes aparecen a fuerza de veladuras y capas de luces o de sombras. Pero contrario a la tradición, en Ernández ocurre, paradójicamente, otra situación que hace que su obra sea tan particular: utiliza estas técnicas para subvertir o alterar las pautas lógicas de la composición. Ello ocurre, por ejemplo, cuando la relación figura-fondo se invierte. La mujer ciertamente ocupa el primer plano, pero en lugar de sobreponerse sobre el fondo, muchas veces queda “invadida” por este cuando manchas, grafismos o siluetas se superponen a su rostro. Cuando esto sucede, muchas veces se da cierta ilusión de distancia o profundidad entre los dos. Otras veces se perciben los rostros a través de veladuras cuya piel parece mimetizarse con las vetas de un soporte de madera, cuando, en realidad, muchas veces no es madera sino un efecto conseguido por la imprimación de la tela que varía, además, según el clima tonal predominante en la pieza.
Trastocar la lógica de la imagen conlleva, a su vez, crear determinadas tensiones según la forma de trabajar los elementos de expresión. Es lo que el artista denomina analogía de los contrarios. Es cuando los rostros serenos, por ejemplo, contrastan con fondos alterados; cuando fondos de color plano contrastan con decorados exuberantes y barrocos; o bien, en medio de la más profunda oscuridad, aparecen diminutos destellos de luz que crean otro clima tonal, entre varios recursos más. Establecer estos contrastes formales permite a la vez producir alteraciones de sentido. Ocurre cuando se asocia lo sagrado con lo profano. El artista trastoca la naturaleza de los géneros sacros, como por ejemplo los iconos medievales, al retratar modelos profesionales provenientes del mundo de la moda o de afamados estudios de fotografía, y las representa, virginales o mundanas, en medio de una luz celestial. En muchos casos utiliza el hojillado de oro, en otros lo simula con pigmento. La sacralidad no solo se expresa con contenidos simbólicos. El color en la obra de Ernández deviene en símbolo justamente por el trabajo con la luz –y con la oscuridad–. En esto la línea cumple un rol fundamental como contorno “sacro” de las figuras. Se trata de un halo de luz o, en algunos casos, es expresión de la nocturnidad. De este modo, la relación simbólica entre lo femenino y su condición lunar se invierte en muchas ocasiones para volverse imagen de lo solar.
Develar o encubrir, alterar y subvertir, así como descontextualizar, son estrategias que utiliza Ernández para trastocar formal y simbólicamente la noción de temporalidad. Lo logra pese a los atuendos o peinados que remiten a modas de épocas pasadas; igualmente cuando reinventa una caligrafía de apariencia gótica sin significado alguno. Lo cierto es que se trata de la representación de la mujer universal, más allá de los límites de la historia, y ella aparece en medio de veladuras y transparencias, ocupando su puesto ‘en primera persona’ en medio de un paraje indeterminado, entre la luz y la oscuridad.
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Susana Benko. Curadora e investigadora de arte. Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Coordinadora Editorial en Venezuela de la revista Art Nexus.
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