“Entre el débil y el fuerte es la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Lacordaire
El politólogo José Javier Blanco Rivero, en uno de sus trabajos y siempre con notable calidad y precisión, apunta que “la libertad es un concepto porque no se puede definir, es decir, no se puede clausurar”, y me viene al espíritu, mutatis mutandi, que la ciudadanía es en esencia un ejercicio y vano es el esfuerzo de querer encerrarlo en una parcela académica o en una definición, porque, en su desarrollo, se muestra a menudo semánticamente fenomenológico.
De allí aquello de “Omni definition periculosa” que los juristas además y para marcar una pauta específica movieron a “Omnis definitio in jure periculosa est”. Lo cierto es que la ciudadanía es vista desde balcones distintos y puede darse una presentación u otra, dependiendo además del elenco de elementos que suelen o pueden ser concomitantes.
Desde la antigüedad, sin embargo, la ciudadanía era una cualidad que tenían los miembros de la polis y por ella, tenían el derecho de pensar y expresarse ante sus conciudadanos y ellos a su vez y en la eventualidad, ser magistrados. La Isonomía, la Isegoría y la Isocracia eran condiciones y facultades reconocidas a los susodichos que, por contraste, no les eran concedidas a los que no eran parte de la ciudad, tales los extranjeros y los esclavos.
Aristóteles, no obstante, siempre agudo y penetrante, hijo él a su vez de un “meteque,” advertía que la ciudadanía resultaba además de la participación en el poder (méthexis), en el interés manifiesto y presencial en la cosa pública.
En un rapidísimo salto afirmaremos que la noción de ciudadanía es en la actualidad un estatus que se centra en el derecho a tener derechos, vale decir; en facultades de las que son algunos provistos y otros no, atendiendo a criterios normativos y constitutivos de la nacionalidad entre varios y que han conocido variaciones y se han sujetado a la hermenéutica política del poder y en ocasiones, deletéreamente.
En mi criterio y con mucho respeto por la doctrina más añeja que suele invocarse aneja al examen del tema, se adquieren derechos varios por la nacionalidad y entre ellos la ciudadanía que resulta en un atributo del que disfrutan los connacionales, pero la ciudadanía genuina y la que siento pertinente a mis propósitos en esta meditación es un ejercicio que se realiza en la práctica, en la dinámica vivencial, en el quehacer que se exhibe en el espacio público, en la conducta propia de una membresía; la del cuerpo político.
Así, entonces; aquel que tiene la nacionalidad tiene derecho a la ciudadanía, pero la misma es una actuación, una contribución, una aportación en la discusión, en la elección, en la disposición y en la observación de los asuntos comunitarios o comunes, militando en ellos.
En estas anotaciones me referiré también a un constructo de indispensable consideración en su complejidad. Se trata de la democracia constitucional que comprende una dinámica sistémica en la sociedad que emerge con la modernidad y se decanta arrolladoramente, a partir de la Segunda Guerra Mundial. Hacerlo facilitará en entendimiento de la función ciudadana.
En efecto; ensayaré de describir la democracia constitucional como un sistema, articulada al llamado Estado constitucional y recuerdo a Luhmann porque diviso cuánto procede su pensamiento y aquello de que todo sistema es un subsistema.
No podría entonces configurarse una democracia constitucional si la institucionalidad no tiene un origen legal y legitimo democrático. También es menester y de distintas formas la regencia del Estado de Derecho que, antes dijimos, es no solo el principio de la legalidad sino el de la competencia y ello aunado con la supremacía constitucional y al control judicial de la constitucionalidad. Es el gobierno de las leyes desde el sometimiento del poder apegado estrictamente a la normación y, la concurrencia ciudadana, a la programación, ejecución y control de la gestión pública.
Empero lo afirmado; una democracia constitucional, como una república, debe asegurar la intervención, la guardia, la vigilancia, el escrutinio del poder, lo que supone en consecuencia la responsabilización de su ejercicio.
Se debe impajaritablemente consustanciar de un telos humanista, pluralista y solidario. Solo con ese flujo continuo de los agentes citados tendremos una democracia congruente con un Estado constitucional y entonces un régimen de libertades y seguridad.
Sencillos hemos sido tratando de elucidar por anticipado entresijos que pueden surgir en la evaluación del sistema que, advertimos, prendería sus alarmas ante cualquier disfunción que surgiere por el deficiente comportamiento de sus elementos orgánicos y funcionales, pero hay otro tramo, otro armonio, diría el constitucionalista Loewenstein; se trata del ente destinatario del poder, que juega un rol preponderante igualmente.
Los ciudadanos que, al comienzo de esta reflexión indicamos, son actores y solo así son ciudadanos y no lo serían como meros mirones de palo, valga el coloquio; son la energía misma, viva, tangible del sistema de gobierno democrático, detrás de la entereza de los establecimientos y el equilibrio de los diferentes animadores sociales, económicos, políticos que cabe necesariamente aludir y apreciar.
Desde luego que se patentizan en Venezuela las negaciones, insolvencias, incorrecciones de la ciudadanía, en esta hora menguada de la república que agónica espera por su rescate. No hay ni democracia constitucional ni Estado constitucional ni tampoco consciencia histórica sin compromiso ciudadano.
Ya sabemos qué nos tiene postrados, escalpados, convulsionados, frustrados y desde luego, no podía ser de otra manera; el país yace inerme a nuestro lado, bajo nosotros, como un erial, seco, acomplejado, vencido, árido, afeado, inutilizado.
No quisiera especular lo que tiene que pasar para que haya cambios. Solo destaco que sin operaciones y conductas ciudadanas no los habrá. Sin consciencia, sin militancia, sin coraje, sin honradez y sacrificio nos moriremos junto a la patria. Ramas del mismo árbol sin hojas, sin savia, sin flores, sin ilusión ni utopía por la que podamos terminar nuestro ciclo con dignidad.
El desastre de la revolución chavista, madurista, populista, militarista, despótica, atrabiliaria y oclocrática, se hizo a costa, entre otros bienes, riquezas y valores, de la ciudadanía que, por cierto, batalló mientras se diluía o se licuaba en el vertedero de la revolución de todos los fracasos y las fallas y errores de su dirigencia; pero también en el cálculo que abandonó, se desarraigó y se desparramó desesperada por el mundo y valga recordar a Golcar Rojas y su respuesta sobre la localización de Venezuela, que me permito reproducir un fragmento conmovedor.
“Lo que queda aquí,
rodeado por Colombia, Brasil y Guyana,
frente a ese hermoso e imponente Mar Caribe.
Esto,
este corral al norte de la América del Sur.
Esta republiqueta de vivos, sicarios y malhechores.
Esto
que ya no es un país sino una parodia de República Bananera.
Esto
no es Venezuela.
Este pozo de plomo y sangre,
este luto en gerundio,
este llanto que no cesa,
no es el país del que nos canta el Gloria al Bravo Pueblo.
Esto,
este solar de mansas colas de hambruna
no es la tierra que parió a héroes independentistas.
Esto
no es más que la república bolivariana de venezuela.
Así, con minúsculas.
Disminuida y empobrecida.
Ensombrecida, envilecida y triste,
como nos la legó un hombre megalómano que se creyó líder intergaláctico e inmortal.
Un resentido ser
a quien ahora pretenden convertir en deidad.
La redención de Venezuela pasa y temo no errar, por la tarea ciclópea del renacer ciudadano, de la recensión de lo que alguna vez fuimos de una mutación ética profunda, ontológica, total y no me refiero a lo necesario para salir del pandemónium actual sino, para la regeneración de lo que queda de nosotros, la otrora Venezuela que canta Rafael Cadenas, hoy llena de fistulas, vilezas, desencuentros y traiciones banalizadas en el argumento de la supervivencia. Solo los ciudadanos pueden salvarla o, mejor aún, deben desatarla de los tentáculos de los monstruos que la asfixian, la ahogan, la liquidan.
Edificar un ciudadano acorde con su responsabilidad histórica pasa entonces por al menos tres elementos que son los referentes de la sublevación ética indispensable: la comunicación, la solidaridad y la responsabilidad. Debe comenzar desde adentro de nosotros mismos, que no somos tú y yo o aquel otro, sino la concientización en la alteridad. Salir de nuestra guarimba personal y buscar para encontrar y luego ser uno, en el que todos constituyen una voluntad trascendente.
Algunos dirán que para qué pensamos en lo que ha de ser, si tal vez no podamos con lo que ya es, pero es un homenaje a los que cayeron intentándolo, víctimas del cataclismo, del hongo ideológico y totalizante que a nombre de la revolución ultimó a la República de Venezuela, orgullo nuestro y parámetro inmarcesible del que se creyó pueblo eterno.
El alma ciudadana venezolana que reside y residió en todos, los que fueron, son y aun en los que serán, debe alinearse y hacerse eminente. La fuerza está en nuestra espiritualidad. Es un débito de nuestra coexistencia ciudadana y lo que es más, una responsabilidad histórica y valga mi insistencia en resaltarlo.
Vienen a mi espíritu letras de Reyes Mate, inspiradas continuamente en Walter Benjamín, el genio que se suicida decepcionado del mundo cruento y vacío en que le tocaba vivir, avergonzado del ser humano y rindiéndole no obstante testimonio sensible, como el poeta que se trastoca en flor del jardín humano y así también merece lo alcemos y coloquemos encima de nuestro escritorio existencial. (Reyes Mate, Manuel, La herencia del olvido, Editorial Errata naturae editores)
Una cita final del que fuere presidente checo, Vaclav Havel, cuya traducción hago a estos únicos efectos, “Como los derechos y las libertades son indivisibles, el principio de responsabilidad obliga al individuo a no encerrarse en sí mismo y a interesarse en los asuntos que por naturaleza desbordan su esfera privada. Lejos de asumirse en el altruismo, debe comprender cada cual que la defensa de su esfera privada se hace incluso más prioritaria si la realiza en el espacio público. Es así como él retoma el estatus de ‘sujeto activo de la historia’ y el privilegio de ser realmente un ciudadano.
Ese retorno del sentimiento cívico es primordial en la medida en que se engendra una acción sobre los asuntos públicos de parte del conglomerado ciudadano. Es la reaparición de la consciencia de la corresponsabilidad en la dinámica de los asuntos públicos”. (Cita tomada de Y. Boisvert, Vaclav Havel: le premier président postmoderne , Politique, N° 21, hiver 1992, p. 86-87.
@nchittylaroche
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