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¿Por qué los humanos y los perros no soportamos el calor como una iguana?

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En verano, es frecuente que llegue a nuestros oídos algún caso de animales que fallecen por un golpe de calor. Sin embargo, no nos sorprende ver en un documental que ciertas especies pasan las horas al sol prácticamente sin inmutarse. ¿A qué se deben estas diferencias? ¿Qué hace que una especie animal esté más o menos adaptada al calor?

Para responder a estas preguntas es necesario conocer los mecanismos que permiten la termorregulación, es decir, la capacidad de adaptar, dentro de unos límites, la temperatura corporal para alcanzar un equilibrio compatible con la vida.

Dentro de estos mecanismos, vamos a centrarnos en la sudoración para bajar la temperatura, y el papel de la grasa parda en la producción de calor (termogénesis). Sin olvidar que casi todo lo que ocurre en nuestro cuerpo depende de factores fisiológicos, anatómicos e histológicos.

Mecanismos de regulación del calor

Existen animales poiquilotermos o ectotermos (como los reptiles y los peces) que adoptan la temperatura del ambiente sin necesitad de usar vías metabólicas, mediante mecanismos comportamentales. Por ejemplo, cambian de hábitat: cuando aumenta la temperatura se meten en madrigueras o en el agua, y si hace frío se exponen al sol. Estos organismos carecen de glándulas sudoríparas y de grasa parda.

Por otro lado, mamíferos y aves son animales endotermos, capaces de regular la temperatura corporal y mantenerla dentro de unos límites de funcionamiento. Estos límites varían según la especie, por ejemplo, un perro tiene una temperatura normal de 37,5-39 ℃, rango con el que los humanos tendríamos que pasar una cuarentena en casa por sospecha de covid-19.

Según estos conceptos, un reptil puede sobrevivir a temperaturas muy elevadas gracias a esta condición fisiológica, lo que podríamos considerar como una ventaja adaptativa en un entorno natural. Sin embargo, son numerosos los reptiles domésticos que llegan a las clínicas veterinarias con quemaduras por calor.

Estos animales tienen un umbral de sensibilidad al calor mucho más alto, de modo que cuando se dan cuenta de que se están quemando, ya es demasiado tarde. Por tanto, dentro de la responsabilidad de los dueños se encuentra cuidar del entorno de sus mascotas ante temperaturas extremas.

El papel de la grasa marrón o parda

Existen dos tipos de tejido adiposo diferente: la grasa blanca y la marrón. La grasa blanca se encuentra bajo la piel (en la hipodermis) y mantiene el calor, mientras que la grasa marrón está especializada en la termogénesis (primordial en épocas frías). De hecho, los recién nacidos poseen un mayor porcentaje de grasa parda estratégicamente distribuida para evitar pérdidas de calor en las primeras etapas de la vida.

Por este motivo, parece lógico que aquellos mamíferos con periodos de hibernación en sus ciclos vitales tengan un porcentaje mayor de grasa parda. Este tejido es rico en mitocondrias, el motor energético de todas nuestras células. De esta forma, estos animales pueden mantener un aporte de energía continuo para su metabolismo basal.

El sudor, incómodo pero necesario

Quizás sea desconocido para algunos que determinadas especies no sudan, o al menos no en la totalidad de su superficie corporal, tal y como hacemos los humanos. Despojando al sudor de sus posibles aspectos repulsivos, subrayaremos que es un mecanismo fundamental, orquestado por el sistema nervioso parasimpático, para el control de la temperatura.

Histológicamente, las glándulas especializadas en la producción de sudor para la termorregulación se denominan glándulas sudoríparas ecrinas. Cabe destacar que solamente se han encontrado en mamíferos.

Su papel en primates (como nosotros) es muy importante en el control térmico corporal. Tanto es así que un grupo de investigación en antropología de la Universidad de Massachusetts ha realizado un estudio filogenético para determinar la proporción de estas glándulas en 35 especies de primates diferentes. Se observó una importante variabilidad en la cantidad de las mismas, según las diferentes condiciones climatológicas de su hábitat.

Algo similar se ha descrito con respecto a las diferentes razas bovinas, en las que varía de igual forma la densidad de glándulas sudoríparas.

En algunos mamíferos no primates (como los perros y gatos), las glándulas ecrinas se distribuyen solamente en las almohadillas plantares y en la trufa (nariz). En casos como este, así como en las aves, la principal vía para controlar el exceso de temperatura es por medio de la evaporación en la superficie corporal y lo que conocemos como jadeo.

Los perros, como los gatos, solo tienen glándulas del sudor en las almohadillas de los pies y en la trufa de la nariz.
Shutterstock / Tanya Kalian

¿Qué mecanismo es más eficaz para regular el calor?

La respuesta es difícil. Todo depende del prisma con el que lo miremos.

Es innegable que dependiendo del entorno ambiental en el que se encuentren los animales, tanto la actividad de sus glándulas sudoríparas como la cobertura de su pelaje y su grasa han contribuido enormemente a su adaptación al medio.

Estos factores han permitido que, con el paso de los siglos, determinadas especies se adapten mejor para soportar mayores temperaturas. ¿Podríamos considerar entonces que, en general, los animales no humanos soportan mejor el calor?

Para responder, hagámonos otra pregunta: ¿Cree que un habitante de Laponia soportaría las altas temperaturas existentes en el continente africano con el mismo agrado que un keniata? Seguramente responderíamos: “Ellos están mejor adaptados”. Pues esa es la respuesta final.

Por suerte, la evolución de las especies, e incluso de las etnias, es un proceso indomable y prolongado en el tiempo. En el caso de la tolerancia térmica se han escogido inteligentemente caminos diversos según las necesidades a cubrir en el espacio y tiempo.The Conversation

Alejandro Escamilla Sánchez, Profesor sustituto interno de la Unidad Docente de Histología de la Facultad de Medicina, Universidad de Málaga; Raquel Sánchez Varo, Profesora ayudante doctor del Área de Histología de la Facultad de Medicina. Investigadora del Centro de Investigación Biomédica en Red en Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED) y del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA), Universidad de Málaga y Silvia Mercado Sáenz, Profesora de las asignaturas Citología, herencia y desarrollo humano y Biofísica celular y tisular, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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