Así como la población de las grandes ciudades migrará progresivamente durante los próximos 50 años hacia aldeas pacíficas, los ejércitos y los soldados profesionales, formados para la violencia y la guerra, también migrarán, como las cifras mundiales así lo confirman, hacia otros oficios que no supongan guerra, muerte y violencia.
Desde la batalla de Kadesh de Ramsés II en 1274 a.C. y los escritos de Tsu Tsu durante la dinastía Han, entre 544 y 496 a.C., hasta la actualidad, la frecuencia y presencia de las guerras ha subido y bajado en número y daños hasta llegar a su industrialización a las horribles cifras de la Segunda Guerra Mundial, las contiendas políticas de Vietnam y Corea y el absurdo suicidio de las bombas atómicas. Luego ha habido un constante descenso, tanto en el número de guerras como de víctimas y en la disposición y voluntad de las naciones para crear imperios y dominios no negociados. Las fronteras, antes móviles y elásticas, con contadas excepciones, se han estabilizado. Pero perviven contiendas ideológicas y armamentísticas que resultan caras y muchas veces infértiles. Detrás de ellas hay excusas humanitarias que no logran esconder las vocaciones o intenciones de simple poder o permanencia en el dominio.
Pero algunos humanos, como muestra pretendida de su calidad, han querido impresionar a los dioses y a los más débiles con su fuerza, y, en rescate de esas pretensiones, acuden a la represión y al monopolio del poder con usurpaciones, fraudes y golpes de estado, como intentó hacer Thrump y otros en los conflictos del Capitolio en Washington y como se sigue haciendo en otros países de Latinoamérica y el mundo.
La historia, generalmente escrita por los poderosos, ha otorgado los papeles primordiales a los militares o a sus acciones. Pero esa “gloria militar”, el ceremonial, distinciones, condecoraciones y vocaciones serán sustituidas por otras formas y profesiones que no impliquen muerte y violencia o competencias y usurpación del poder por vías no democráticas.
Mientras eso ocurre con la profesión militar, en Venezuela el número de generales aumenta, las batallas fronterizas dan vergüenza y la crisis y el agotamiento sitian por igual a militares y civiles, y los 6 dólares de salario básico que reciben los 2 millones de empleados públicos, también tienen que recibirlos los militares, salvo aquellos que logran complementos y extras por vías oscuras.
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