Hace 45 años Vicente Nebrada recibía en París el Premio Fokine otorgado por la Universidad de la Danza por su obra Sombras. La laureada coreografía, creada en 1974 sobre música de Claude Debussy para el Ballet Harkness de Nueva York, fue presentada un año después durante la temporada inaugural del Ballet Internacional de Caracas (BIC) en el Teatro Municipal capitalino. De este modo, Nebrada obtenía el reconocimiento que llevaba el nombre de Mikhail Fokine, el visionario coreógrafo ruso de principios del siglo XX autor de La muerte del cisne, Las sílfides (Chopiniana), Scheherazade, Pájaro de fuego y El espectro de la rosa.
El Premio Fokine representó el afianzamiento de su carrera como coreógrafo internacional iniciada a comienzos de la década de los años setenta, que lo llevó a trabajar con numerosos bailarines de cuatro continentes, poseedores de disimiles sensibilidades y sentidos de identidad.
Ser un intérprete Nebrada significaba – más allá de ejecutar con solvencia sus singulares movimientos – participar plenamente del espíritu celebratorio que orientó su danza. No había para él un ejecutante ideal ni perfecto. Veneraba la danza clásica, pero se identificaba plenamente con los lenguajes contemporáneos, libres y espontáneos.
Dentro del contexto venezolano y al remontarse a la génesis del ballet profesional del país, se encuentran los nombres de Irma Contreras y Graciela Henríquez, no sólo como compañeras de baile de Nebrada, sino también como las primeras bailarinas en participar en sus iniciales búsquedas coreográficas.
Zhandra Rodríguez como primera figura del BIC y quizás sobrepasando este hecho, es considerada como la bailarina que sintetizó a plenitud el ideal interpretativo de Nebrada: sentido orgánico y plástico, intenso y fluido del movimiento. Ella, con certeza, hizo un aporte decisivo en la configuración de esta particular manera de abordar el ballet contemporáneo. Su compenetrada ejecución de Nuestros valses, Lento, a tempo e appassionato, La luna y los hijos que tenía, Una danza para ti, Por siempre eternamente y Elle et lui (dueto central de George Sand), entre otros títulos, representó algunas de las cimas más elevadas en la interpretación de la obra del coreógrafo venezolano.
Otras ejecutantes dejaron su huella dentro de la referida compañía. Everest Mayora aportó su expresivo temperamento dramático, mientras que Eva Millán, su dinámica energía y brillante espíritu del baile. Del mismo modo, las bailarinas norteamericanas Clara Cravey y Gina Bugatti, así como la canadiense Evelyn Hart y la cubana Mariaelena Mencía evidenciaban su dominio de los preceptos del creador.
Dentro de la etapa de Nebrada como director artístico del Ballet Teresa Carreño, a los nombres de Millán, Marianela Machado y Evelyn Pérez, efectivas bailarinas, conocedoras de sus específicos códigos creativos, se unieron los de una generación que emergió para sorprender a finales de los años ochenta y principios de los noventa: María Alejandra Tosta, Marcela Figueroa, Marifé Giménez, Carmen Catoya, Teresa Mayora, Fabiola Fazzino, Iris Reyes, Susana Riazuelo, Elsy Barrios, Cristina Amaral, Mónica Montego, entre muchas otras. Fueron ellas elocuentes intérpretes de Pájaro de fuego, Romeo y Julieta, Doble Corchea, Pentimento, George Sand y Fiebre.
Nina Novak, ex primera bailarina de los Ballets Rusos de Montecarlo, vivió de la mano de Nebrada su último momento como intérprete con su personal ejecución, de exaltado gesto expresionista, de Lady Capuleto en Romeo y Julieta.
El recurso masculino para la danza fue siempre un interés especial en Vicente Nebrada, tanto que constituyó una Fundación que lleva su nombre con el objetivo, tal y como estableció, de respaldar el desarrollo del talento masculino para la danza clásica en Venezuela. Como sus fundamentales bailarines han sido considerados los estadounidenses Zane Wilson y Dale Talley, así como el filipino Manuel Molina, todos procedentes de las experiencias del Ballet Harkness y el BIC, de notable impacto en Percusión para seis hombres, Batucada fantástica, Géminis y La luna y los hijos que tenía, junto a las jóvenes promesas del momento Yanis Pikieris y Alexi Zubiría. Igualmente destacados fueron David Fonnegra, William Alcalá y Carlos Tapia, proyectados profesionalmente dentro del Ballet Teresa Carreño. El bailarín Jacques Broquet, figura de la compañía Danzahoy, tuvo a su cargo la representación de dos obras notoriamente experimentales: Terra incógnita y Van Gogh.
Vicente Nebrada recibió como huéspedes a algunos de los más reconocidos intérpretes del ballet del siglo XX, cuyas actuaciones forman parte de la memoria colectiva de la danza escénica en Venezuela, entre las que sobresalen las primeras bailarinas absolutas Alicia Alonso y Maya Plisetskaya. La presencia de estas celebridades mundiales como invitadas del BIC y el Ballet Teresa Carreño, respectivamente, significaron momentos de valor histórico.
Igualmente, recibió Nebrada a Michael Denard, estrella de la Ópera de París; Loipa Araujo, Jorge Esquivel y Lázaro Carreño, primeros bailarines del Ballet Nacional de Cuba; Ted Kivitt, bailarín principal del American Ballet Theatre; los rusos Alexander Filipov, bailarín principal del Ballet de San Francisco y del Ballet de Pittsburgh, además de Valentina Kozlova y Leonid Kozlova en la temporada de debut del BIC en Nueva York. Asimismo, el descollante primer bailarín Julio Bocca en la interpretación de Nuestros valses, El lago de los cisnes y Don Quijote y el bailador Joaquín Cortés en el ascenso de su fama, interpretando el personaje de Espada de este último ballet.
Otros bailarines internacionales invitados por Nebrada fueron el cubano americano Alejandro Menéndez, muy cercano a su ideal de intérprete; los brasileños Ana Botafogo y Paulo Rodrígues, la uruguaya Sara Nieto; el belga Kun Onzia; los españoles Ángel Corella, Trinidad Sevillano, Raúl Tino, Santiago de la Quintana e Igor Yebra; la estadounidense Julie Kent, los argentinos Eleonora Cassano e Iñaki Urlezaga; además de los venezolanos radicados en Estados Unidos Ileana López y Franklin Gamero.
Alguna vez interrogaron a Vicente Nebrada acerca de su bailarín preferido. Michael Jackson, respondió con desparpajo y sinceridad. Tal vez encontraba en los movimientos del ídolo pop los valores de espontaneidad y libertad que pregonaba como creador.
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