Es evidente, a estas alturas, que con la caída del bloque comunista el ganador fue el capitalismo como sistema económico más que la democracia en tanto que régimen político; entendida la última, según Norberto Bobbio, como “un sistema de reglas lógicas, flexibles, amplias basadas en la libertad, la creatividad, el pluralismo y el Estado de Derecho”.
Desde la segunda mitad del siglo XX, y más aún en tiempos globalizados, los autoritarismos buscan aparecer como afines a la democracia por razones propagandísticas y de imagen. Algunos la han adjetivado: soviética, popular, orgánica, participativa y protagónica… para camuflar la verdadera naturaleza de sus regímenes.
En definitiva, el capitalismo es el sistema económico hegemónico en sus diversas variantes. La confrontación entre el capitalismo y el comunismo en tanto que modos de producción está superada; ahora la lucha en el campo de la economía es por los mercados y la política forma parte de los instrumentos para lograr esos objetivos.
La nueva confrontación por la hegemonía mundial es la lucha entre sistemas políticos democráticos y los autoritarios en sus diversos formatos.
Superados los impactos producidos por el derrumbe de la URSS y sus Estados satélites ha ido surgiendo una suerte de convergencia autoritaria (no una internacional por la existencia de visiones ideológicas e intereses contrapuestos) que alinea dictaduras comunistas residuales, teocracias, neodictaduras, populismos autoritarios de derecha y de izquierda cuyo cemento común es su aversión a la libertad, la democracia, y su enfrentamiento con lo que significan como paradigmas las sociedades abiertas de Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Europea, Japón, Australia, Corea del Sur, la India…
A la cabeza de ese enfrentamiento del lado autoritario están China y Rusia acompañadas por potencias intermedias (Turquía, Irán). Consideración aparte merece el rol de Cuba en la Latinoamérica, en particular su injerencia e influencia en Venezuela.
La emergente confrontación ha sido bautizada por algunos como “Nueva Guerra Fría”. Pareciera que estamos en presencia, de nuevo, de “La Trampa de Tucídides”. La combinación del poderío económico chino y el ruso en el terreno militar convierte a la convergencia de marras en un oponente poderosísimo. Los autoritarismos actúan y juegan fuerte para lograr ventajas geopolíticas y alianzas en procura de hacerse hegemónicos en el concierto internacional.
El chavismo, consecuente con su condición de movimiento político no democrático, se ha alineado con esa convergencia autoritaria por méritos propios y por decisión temprana de Chávez; quien, como bien lo reseñó Víctor Hugo D’Paola en su libro Los amigos de Chávez, entendió que parte de la viabilidad y sostenibilidad de su proyecto de dominación se apalancaría en una estrecha alianza con los viejos y emergentes autoritarismos y otros actores internacionales no estatales y parapolíticos. Ese cambio de 180º grados en política internacional se hizo a despecho de los intereses, tradición y afinidades identitarias del Estado y la sociedad venezolana.
Esa convergencia autoritaria ha ido tomando cada vez más protagonismo y agresividad en su praxis y defensa de sus postulados e intereses. A lo interno han ido endureciendo su actitud usando cada vez más la represión, la violencia y mecanismos jurídicos arbitrarios, opresivos para acabar con las disidencias y oposiciones políticas. Así lo atestiguan lo ocurrido últimamente en China, Rusia, Bielorrusia, Siria, Irán, Argelia, Cuba, Nicaragua. En lo internacional, la coordinación de esfuerzos entre los Estados autoritarios y la defensa de sus pares política y económicamente son mayores y crecientes, como lo demuestra el caso venezolano.
El talante intransigente, duro, militante de los autoritarismos puede atribuirse a que sienten que ha llegado su momento de ir por la supremacía internacional vista la declinante hegemonía de Estados Unidos –¿situación estructural o coyuntural?, eso está por verse–, la actitud un tanto timorata de la Unión Europea y de las democracias del Oriente para desempeñar un papel más activo en la defensa de la libertad y sus intereses.
Otras causas del surgimiento y desarrollo del desafío autoritario hay que buscarlas en diagnósticos errados, errores de cálculo, subestimación de los contrarios, tanto en el terreno de la política como el de la economía que ha influido decisivamente en la formulación de la política internacional de las potencias democráticas.
El posicionamiento de la izquierda latinoamericana influido por su secular antimperialismo yankee, la desfasada y reaccionaria doctrina de la no injerencia en asuntos internos de otros Estados, la doble moral expresada con relación a los autoritarismos (los de izquierda son justificables, los de derecha condenables), también conspira contra la lucha por la democracia en el subcontinente y en el caso venezolano oxigena la dictadura chavista.
El panorama arriba descrito no pareciera indicar que los aliados del régimen estén muy disponibles para acompañar y promover un proceso de negociación en Venezuela que pueda derivar en una salida del chavismo del poder, un proceso de transición hacia la democracia o un cambio sustantivo en su gobernanza mediante reformas orientado hacia la restitución del Estado Social de Derecho y la Economía Social de Mercado.
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