“Cuando yo tenía 14 años edad en mi casa, en Caracas, se fue Internet durante dos meses. Creo que soy un poco adicto a Internet y a la información. Lo único que me quedaba era la biblioteca de mi abuela y allí comencé a explorar textos que quizás eran más avanzados de lo que había leído hasta entonces: El discurso del método, de René Descartes, o Don quijote de la Mancha, de Cervantes, sin ningún tipo de anotaciones. Pero los libros me empezaron a llamar, a atraer. Empecé a leer lo que podía durante esos dos meses y se terminó convirtiendo en un hábito. Siempre desde la pasividad del lector, más que desde la necesidad de escribir.
Narrativa y Filosofía fue lo primero que comencé a leer. Con la poesía me encontré en cuarto año de bachillerato. Tenía una profesora que nos mostró poemas de César Vallejo. El que más recuerdo y que más me marcó fue Los heraldos negros. La profesora se tomaba el tiempo de tomar imágenes poéticas y desmenuzarlas. La hondura de la palabra, lo profundo que puede expresar la palabra me empezó a llamar la atención desde ese momento. Antes había intentado leer La divina comedia de Dante, pero realmente me acerqué fue con la lectura de Rubén Darío, de Benedetti, de Vallejo. Me los enseñaron de una forma tan pedagógicamente interesante. Hay un poema un poco trillado que se llama Viceversa de Benedetti. Es un poema al que siempre regreso, sobre todo cuando me siento triste.
Es la segunda vez que postulo al Premio de Poesía Joven Rafael Cadenas. El año pasado lo intenté y no llegué ni a finalista. Lo que me movió a postularme de nuevo fue que en 2019 comencé un diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de México. Lo empecé porque hablé con dos amigos, Gabriel Antillano y León Melo. Gabriel suele escribir cuentos y ensayos; es un gran lector. Ellos me dieron el impulso para seguir escribiendo y tomármelo en serio. Hasta ese momento había escrito de manera muy personal; era mío y no se lo mostraba a nadie. Quizá alguna novia supo que escribía poesía. Pero ellos dos me motivaron a seguir escribiendo.
Agricultura 8, el poema con el que gané, va un poco de la transitoriedad de un lugar que no es tuyo, de este lugar donde intentas hacer tu hogar y no lo es. Cómo la pertenencia es una llama que se puede apagar en cualquier momento. La primera parte dice Pertenecer es una palabra ardiente: el estar sin realmente estar, de los no lugares y la transitoriedad del ser, sobre todo desde la perspectiva migrante, de alguien al que no le pertenece nada o siente que no le pertenece a nada. Creo que ese es el tema del poema. Es parte de una serie de escritos en los que he trabajado, de ser como un acto geográfico: eres del lugar donde estás. Distintos temas alrededor de esta experiencia de cambiarte de sitio.
Tengo un poco más de un año trabajando en mis textos. Comencé con un poema inédito, que nadie ha leído, sobre mi relación con mi mamá, a partir del lugar donde vivimos. Lo mismo: identidad, lugares, actos geográficos. Se fue moviendo y el año pasado, durante el encierro por la pandemia, estaba leyendo la Autobiografía del algodón de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza; un libro muy desgarrador sobre ser migrante, una novela histórica, mezclada con autobiografía. Leyéndola salió el inicio de ese poema y lo fui trabajando varios meses hasta que llegué a un borrador final, que fue el que envié al Cadenas.
Los concursos me generan ansiedad por el tema de la validación. Te sientes o no validado. Al mismo tiempo no creo que le quite valor al resto de los poemas que ni siquiera hayan quedado finalistas. Debe haber muchísimos escritores que yo probablemente lea y envidie por las imágenes que puedan lograr, la hondura del pensamiento, por lo lejos que pueden llevar la palabra. Es una relación muy extraña. Ganar se siente bien, no voy a decir que no. Mi actitud fue “vamos a enviarlo y lo que sea”. Y pasó lo que pasó.
Hay una expresión estadounidense: fits and starts. Empiezo, paro, empiezo, paro. Tengo momentos febriles en los que escribo sin parar, pero luego lo dejo por un año. Nunca he sido una persona constante 100% en la escritura. El año pasado fue el año en el que más escribí y comencé esta serie de poemas. Por ejemplo, este 2021 he escrito muy poco y en algún momento lo retomaré y volveré a dejarlo. La poesía no solo es catártica, sino que es el lenguaje en su forma más pura. Puedes jugar con la hondura del lenguaje de una manera distinta a la narrativa, que quizás necesite un hilo conductor o algo que la poesía puede transformar en sentimiento puro.
Estudié Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello e hice una Maestría en Comunicación para el Desarrollo, también en la UCAB. Es una muy buena maestría, lástima que no terminé la tesis. La mayor parte de mi vida profesional en Venezuela la desarrollé en Cinesa como productor de documentales históricos. Hice uno sobre Fe y Alegría, uno de José Gregorio Hernández que fue premiado, y uno de Ramón J. Velásquez. También fui profesor de Historia del Cine y Análisis Audiovisual en la UCAB.
Después de las protestas de 2017 comencé a desesperarme. Nunca había estado dentro de mis planes irme. Yo siempre decía que era como la persona del artículo del Chigüire Bipolar, el que cierra la puerta, nunca me iba a ir. Entonces me empecé a desesperar, sentía que no tenía ningún tipo de posibilidades de progresar, de lograr un montón de cosas que en mi cerebro quizás son la idealización de una vida adulta o lo que yo aspiraba. Tuve un par de encuentros con la inseguridad e incluso con la policía, que una vez me confundió con un secuestrador y le disparó a mi carro llegando a mi casa. Todo se fue acumulando para que eventualmente dejara Venezuela. Vendí todo lo que tenía. En el país me quedan algunos tíos, mi papá y mi hermana pequeña.
Cuando me fui a México, mi mamá acababa de llegar, aunque nunca estuvimos en el mismo sitio. Tengo familia en Monterrey y un primo en Ciudad de México, con el que me quedé el primer mes. Mi idea era trabajar en lo que me había graduado, es decir, relacionado con la Comunicación Social, ya fuese prensa, video… El mercado más grande en mi cerebro para los comunicadores en Latinoamérica es México. Es un país donde los procesos migratorios son difíciles, pero no tan complicados. Hay países que son casi imposibles. No sé si has leído Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, pero allí hay una idealización de la Ciudad de México que es maravillosa. Cuando lo leí dije “quiero conocer esa ciudad”. Fue la cereza del pastel.
Trabajo en el área de publicidad. Soy director creativo de una agencia de comunicación. Genero conceptos para campañas digitales y offline. Pensamos ideas para eventos o happenings que se puedan producir o grabar.
En este momento escribo para encontrarme, leo para encontrarme. Todo lo que hago que tenga relación con literatura, lo hago para encontrarme y no perderme en la rutina diaria. No es mi ambición profesional ser escritor. Lo disfruto como algo que hago para volcarme a mí mismo en un espacio en blanco.
He estado leyendo Mudanzas de Alejandro Zambra, una edición de editorial Antílope, que es maravillosa. También a una poeta estadounidense que reside en México, Robin Myers. Ella hace de lo cotidiano poesía. Sigo también al argentino Ezequiel Zaidenwerg, que todos los días traduce un poema y recientemente lanzó un libro donde usa distintas voces a partir de personalidades. Él es traductor y creo que a partir de ese ejercicio de la traducción encuentra distintas formas de hacer la palabra poética.
No he conseguido muchos libros de venezolanos en físico en México y me cuesta leer en digital. Cada vez que voy a una librería, veo qué distinto encuentro. Antes escuchaba las recomendaciones de los profesores de la Escuela. Mi biblioteca la armo a partir de impulsos. Voy, veo un libro. Me gusta lo que dice en la contraportada o escuché comentarios previos y lo compro. No tengo un método para leer. Con Cristina Rivera Garza, por ejemplo, ya he comprado seis de sus libros; es maravillosa. Era una autora que no conocía antes de leer la contraportada de un libro de Random House. Me llamó la atención y lo compré.
En Venezuela hay jóvenes poetas como Carlos Egaña o María Alejandra Colmenares, Daniel Chacón, que son muy buenos. Hay voces interesantes que vale la pena seguir. Esa es mi percepción, obviamente es una percepción sesgada. Algunos son amigos de mis amigos, pero si siento que soy muy buenos poetas.
Aproveché mucho la pandemia para ver series y películas. Vi The Sopranos, que es probablemente la mejor serie de la historia. El largo aliento que te da la serie permite la expansión del personaje a niveles tridimensionales que tal vez las películas no logran. Hay personajes secundarios que entiendes completamente. Es muy interesante el universo de las series actualmente.
Pude ver Portrait of a Lady on Fire de Céline Sciamma, una película maravillosa sobre el descubrimiento sexual de dos personas y gira alrededor alrededor de un retrato. Una mujer tiene que pintar a otra. Toda la película es sobre descubrimiento y momentos velados. También volví a ver Yi Yi, de Edward Yang. Es una de mis películas favoritas. Son tres horas sobre la identidad, el ser, crecer, dejar cosas atrás, la nostalgia. Fue su última película antes de morir muy joven. Es la película perfecta. Cada vez que puedo la recomiendo. Necesito que todo el mundo la vea.
No tengo planes de postular a otro premio. Seguiré trabajando en el poemario. Si eventualmente lo termino, quizás me acerque a alguna editorial para ver si les interesa. Quiero seguir intentando encontrar mi voz a través de la literatura”.
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