Escribo bajo el impacto del asesinato de Fernando Albán. Es consternación, rabia, sentimientos extremos, ante el crimen de Estado cometido por los sicarios del régimen. Fundado en un nuevo dolor nacional el grito colectivo por la salida de Maduro y su mafia se vuelve exigencia renovada. A tal tema dedico estas líneas.
Reemplazar todo el sistema que representa Maduro es tan importante como reemplazarlo a él. Cuando los mangos parecen ponerse bajitos comienza el festival de posibles presidentes o miembros de una junta de transición. En ese carnaval comienzan a sobresalir “los que saben” de política, lo que en general se traduce como los que tienen ansias irrefrenables de poder. Para lograr esa apetecida bandeja de delicias y ambrosías hay que hacer lo que sea, bien puede ser aliarse con lo más perverso de quienes han hundido el país, seguir con el reparto de los bienes públicos que no se tienen, o en la danza de millones de bolívares que no existen. También hay quienes ofrecen solo “mejores políticas públicas”, lo que en buen romance quiere decir hacer bien lo que la satrapía roja hace mal, pero sobre la base del mismo falso amor por la pobrecía, a precios de CLAP.
Esa visión conducirá, tarde o temprano, a nuevos desencantos, porque el problema está más allá del logro y disfrute del poder, cargos y sueldos, esta vez para los contrarios. La cuestión, desechada igual por arcaicos falsarios que por jóvenes “pragmáticos”, es el sistema de principios y valores que orientarán la transición. Es decir, el fundamento más profundo de lo que se aspira a realizar. No basta reemplazar a Maduro como no bastó reemplazar a Chávez; un cambio por cualquiera sin reconstruir los fundamentos de la república, va a permitir que el sistema podrido de relaciones sociales e institucionales, el rentismo mafioso, las sanguijuelas de ayer, de hoy y de siempre, conserven sus covachas para seguir devastando esta ubre infinita que parece ser Venezuela. Porque, compañero, esos sí que saben buscar y conservar los espacios.
El sistema que debe guiar la reconstrucción del país debe estar basado en los principios de la libertad, el respeto a la propiedad y a la iniciativa ciudadana, la plena vigencia del Estado de Derecho, las garantías, derechos y deberes consagrados en la ley, el forjamiento de un Estado al servicio del ciudadano, y la decencia y la probidad como maneras de existir.
El país necesita un reemplazo radical de personajes; de modos y procederes; de visiones y usos del poder.
Venezuela necesita amor que la respete y no malandraje que la abuse.
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