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El liderazgo político no se decreta

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Más vale tarde que nunca, hablar y preguntarse sobre la política, lo político y los políticos en foro público. Eso es algo que los venezolanos debimos hacer desde principios del siglo XXI al iniciarse la ofensiva del chavismo que nos ha negado por siempre en nombre de la unidad monolítica de la familia venezolana que, por supuesto, tiene en el antecesor y en el sucesor el pater familiae, absolutamente irrefutable. Se hizo una transición a un supuesto cambio político con personajes incautos, por veteranos que fuesen, como Luis Miquilena entre otros, quienes luego fueron desechados, reforzando, progresivamente, las complicidades hasta dar con elencos grises que solo brillan por reflejo del astro rey miraflorino.

Al burdo y constante reacomodo se le llama política; a la orden indiscutible, lo político; y a todo aquel que aparezca en la escena digital, políticos. Quizá por ello, la sola fama de un deportista o un artista televisivo, por ejemplo, es suficiente para ocupar una curul edilicia o parlamentaria en la que se sentará, muy frecuentemente, el agradecido suplente. Por lo que celebramos, reivindicándolo, que alguien pregunte y diserte sobre el fenómeno político, pudiendo encontrar –por cierto– respuestas en las actas de la comisión constituyente que parió la Constitución de 1961, y no en las de la Asamblea Nacional que impuso la de 1999.

La esencia de la política es servicio antes que la mera ambición de poder. El político lo aspira y, en un proceso de selección natural, donde cuentan la astucia y la paciencia, pocos pueden alcanzarlo en poca o mucha medida. Un político es el táctico y estratega democrático, como puede ser el profeta realizador de la violencia. Tiene por norte la realización de un limpio sueño que consigue la ayuda de otros, tanto o más competentes, o la satisfacción de un morbo que consigue cómplices para suscitar la pesadilla ajena. No todos tienen la posibilidad de hacerse de mandatarios nacionales, regionales o locales, pero son muchos más los que gozan de la ocasión de servirles, sirviéndole al país. En sentido estricto, fue tan político Rómulo Betancourt, como Manuel Pérez Guerrero, otro venezolano tan injustamente olvidado que no gustó de los oropeles del poder; o Manuel Egaña, como Eleazar López Contreras, y, así sucesivamente. Nada casual es que, en la  actualidad, nadie sepa siquera el nombre del ministro de Salud aún en tiempos de pandemia.

Al típico dirigente político se le conoce desde sus tiempos mozos, porque la primigenia inquietud y lucha social lo concitó para entrenarse a través de los años. No ha sido casual que el movimiento estudiantil pariera líderes que marcaran el relevo al frente de los partidos, o decantaran como excelentes diplomáticos, gerentes, empresarios, sindicalistas. Parece demasiado obvio que se les conociera a todos los presidentes democráticos del siglo XX, desde su juventud, más allá del vecindario. Significa descubrir el agua tibia. La pregunta es por qué el relevo político en el siglo XXI se ha hecho súbito, sorpresivo, aún en la oposición. Casi todos los figurones de esta hora hicieron con una pasmosa tranquilidad sus carreras universitarias. Algunos, ni eso. Jamás se metieron en la candela. Nunca supieron de la lidia con una ultraizquierda tan ignara como violenta. Pero de la noche a la mañana han alcanzado el estrellato.

Si no están convencidos, saquemos la cuenta de los diputados de a la Asamblea Nacional de los últimos años, incluyendo al oficialismo. En una acera, destellaron en el firmamento de acuerdo al partido que los promovió; y, en la otra, según el palancazo que los empujó. Sólo una minoría de políticos de lado y lado, son de escuela, desenvueltos y conocidos en la vida política desde años antes de alcanzar la curul. Es más, ¿cuáles destacaron y dónde están ahora? Un dirigente de escuela, formado desde la universidad para la brega política, no teme y sabe hablar en público. Los elencos partidistas de estos años resultan de un juego de dados. Además, sospechosamente adinerados sin comprobación de ascendentes familiares adineradas, por más oposición que se digan. Cuando se fastidian se van del país, sin que nadie los haya perseguido. Cuando la cosa se pone buena, aquí están de regreso con el diente pelado, o fuera en cargos de una gran relevancia.

La consciencia histórica depende de la experiencia adquirida y del esfuerzo intelectual para ir más allá de la punta de la nariz. Hasta hace no mucho toda la clase política aseguraba que vivíamos en democracia, y la oposición, una minoría, con la excepción de muy pocas personas, creían coyuntural la crisis económica. Lo peor es que se pelean en nombre de Biden y Trump, frente al Madurismo que le importa un bledo saber quién fue Marx. Se dicen todos socialistas, liberales, socialcristianos, socialdemócratas y, también, fascistas, sin molestarse en rasguñar un texto de medianas dimensiones, satisfechos sólo con el video que llega por una aplicación telefónica de una Gloria Álvarez y sus derivados como Buquele haciendo de las suyas. Entonces, cómo interpretar lo que está ocurriendo o va a ocurrir en Venezuela, Según González Guinand. Hubo vocación para darle una continuidad al proceso histórico, con la debida interpretación que los pusiera en el camino al poder. Laureano Vallenilla-LanzPlanchart, ministro de Pérez Jiménez, tuvo consciencia histórica, pero no acertó. Vale decir, como enunciado, de nada sirve decir que se tiene esa consciencia si realmente no se sabe aplicar.

Impresiona cómo surgió y prendió la política como vocación de servicio en la generación de 1928. Es en Del garibaldismo estudiantil a la izquierda criolla de Eloi Lengrand y Arturo Sosa (1981), donde se aprecia esa inquietud de una muchachada que apeló y, después, transformó la visión, deseando tener una perspectiva para sus luchas. Después vendrá el ensayo de Sosa, como introducción a los artículos compendiados en tres tomos del Betancourt treintañero. Esa generación no fue políticamente compacta (Arturo Uslar Pietri sólo la integró biológicamente, becario del gomecismo en París), y hubo miembros de excelente desempeño público y privado, dirigentes políticos, destacados profesionales, ministro, empresarios, académicos, entre otros. Con Lengrand y Sosa, es fácil observar que fueron extraordinarios dirigentes estudiantiles, con cargos reales de representación, ávidos lectores, dispuestos a ser gobierno u oponerse por siempre a todo gobierno, descubriendo esa consciencia histórica después, como algo inevitable.

Sin embargo, cuando uno lee los ensayos y biografías sobre Rómulo Betancourt, escritos por quienes nunca fueron betancuristas, como Manuel Caballero, Germán Carrera Damas y hasta sumemos las locuras de Simón Sáez Mérida que lo tildó de asalariado de por vida de la CIA, hay algo que suele olvidarse, siendo necesario para la “hechura del político”: el coraje. Y no es otra cosa que coraje físico, combatiendo a las dictaduras de entonces. Coraje intelectual, buscando afanosamente el conocimiento para responder a todas las cosas que les tocó vivir. Y podría decirse que el coraje de la autenticidad, siendo ellos mismos a todo trance.

Todo esto nos lleva a una gran reflexión, del camino que lleva la política y los liderazgos políticos en la actualidad, porque como hemos comentado con anterioridad para hacer política no sólo se necesita, la popularidad que se genera en la actualidad con la tecnología, va mucho más allá: se necesita la formación y el conocimiento para poder realizar cambios significativos en nuestra maltratada y abandonada Venezuela. Por ello afirmar que para insistir, resistir y persistir en la política se  amerita de coraje, conocimiento y servicio. Tres actitudes que todos los venezolanos hemos venido desarrollado en el camino hacia la libertad.

@freddyamarcano

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