¿Está funcionando el sistema democrático del Perú? Esta es, a nuestro parecer y entender, la problemática de fondo e inquietante pregunta a la que solo las elecciones -todavía bajo observación y disputa- no han podido dar respuesta. Ni podrán dar por sí solas, en nuestra opinión.
Pertinente es subrayar que no solo esto está aconteciendo en el Perú. Algo que al parecer no se ha querido mirar de frente en la región latinoamericana, para admitir la necesidad de profundizar en consecuencia; con indispensables reformas político-administrativas e institucionales que deberían acordarse y acometer perentoriamente dentro de las incompletas democracias que aún nos quedan. Ello es vital para salvar las que podrían sobrevivir al embate de recursos, métodos y objetivos no precisamente democráticos; sobrevenidos y utilizados internacionalmente desde países, organizaciones transnacionales, grupos de interés, con ámbitos de actuación y fines inconfesables.
Más allá de las solo modalidades electorales, el establecimiento de auténticas reformas, con prerrequisitos a las organizaciones políticas, control real a su financiación y funcionamiento interno, así como el auscultamiento de sus abanderados presidenciales, y de sus autoridades partidistas, debe ser lo medular del esfuerzo a realizarse. Las exigencias de respeto a programas, los cuales deben ceñirse a normas constitucionales de los países que prohíban la imposición de medidas de corte dictatorial- confiscatorias o negadoras de la libertades individuales y los derechos humanos, debe ser priorizado. El re-equilibrio debe, y puede lograrse, fortaleciéndose el sistema mediante pacto de las auténticas sociedades democráticas que lo conforman. La libre empresa, los centros de conocimiento, las instituciones partidistas y las ONG de naturaleza democráticas. Empoderar la instancia judicial y de control criminal, con apoyos y consensos desde lo nacional e internacional en la región y el mundo, debe ser consigna del saneamiento democrático latinoamericano.
Otras decisiones de naturaleza existencial, sobre el qué y el para qué de la defensa oportuna de nuestras creencias y valores culturales fundamentales, como la libertad de la vida por ejemplo, son, desde el propio ADN del sistema de alternancia democrática, exigencia indeclinable de una constante renovación de autoridades partidistas, y la limitación de períodos presidenciales; para un sistema de oxigenación mediante fórmulas internas de elección primaria de candidatos de cada organización. Esas son las claves de los cambios, para los nuevos logros. También otras que atiendan el grado de consenso básico que debe ser alcanzado por elecciones, más allá de la mayoría simple, y en cuanto a la aceptación o el rechazo que determinado porcentaje de votantes se manifieste claramente por una u otra alternativa o tendencia para la escogencia.
El que se haya establecido una segunda vuelta, como se ha comprobado en el caso peruano de hoy, no garantiza la obtención de una designación con resultado satisfactorio, a los fines del grado de cohesión nacional conveniente a los intereses de iniciar un gobierno para todos los peruanos. Ello comporta no solo una amenaza real a la gobernabilidad y estabilidad del sistema, sino una apuesta que arranca cojeando, en lo que debería ser una carrera de relevos donde todos se sientan con oportunidades de un mañana de futuro mejor.
La propagación de la idea de que todo ya está inventado, en cuanto a las modalidades y posibilidades de mejoramiento de fórmulas democráticas que garantizan a los ciudadanos mejores oportunidades para la selección de sus autoridades en nuestros países, ha quedado demostrado que no es cierto. Se ha querido y logrado utilizar las deficiencias existentes, y sobre todo durante los procesos electorales de las dos últimas décadas en este siglo XXI, mediante una nueva ola de intervención comunista e internacionalización de la lucha por estos medios, de intereses inicialmente pragmáticos y crematísticos de poderosos grupos de influencia que, más allá de cómo se concibe, ideológicamente, como la organización política y socioeconómica en cada nación, se pretenden controlar mercados y zonas de influencia, con movimiento y manejo muchas veces de capitales no ciertamente inmaculados.
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