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 América Latina en el pensamiento y discurso de Rigoberto Lanz

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Rigoberto Lanz

En la medida en que uno va leyendo y releyendo a nuestro ilustre profesor universitario, se le van construyendo a sus escritos nuevas imágenes; al tiempo que renacen derivas de tan densas ideas; las cuales se vuelven desafíos para estructurar -por la vía del libre albedrío- categorías para aproximar una elucidación de lo que había quedado, en nuestras refriegas académicas, a un costado del camino.

Rigoberto se atrincheró de un pensamiento apropiado para la resistencia intelectual, en estos tiempos de descalabros de pisos sólidos y valores inaugurados por el proyecto de la Modernidad ilustrada.

Todos los textos que nos legó, a partir de su cantera imaginativa, comportan claves narrativas, apertrechadas de muchos significados intentando mostrar datos de vida dentro de disímiles contextos, la mayoría de las veces expresados de forma crítica y violenta.

Leamos esta cita: “La mescolanza entre gestión gubernamental y funcionamiento del Estado (por ejemplo, en el campo de la salud, el transporte, las comunicaciones, la seguridad, la banca o la educación) genera una terrible opacidad que es fuente de arbitrariedad, corrupción e ineficiencia. En la medida en que no existe el Estado (o existe en precarias condiciones) el gobierno es todo, ocupa todos los espacios, es ejecutor y árbitro. De este modo la sociedad está a merced de una parcialidad (cualquiera sea su signo) y todo termina dependiendo de los azares y casuísticas de las decisiones climáticas: aquellas que se inspiran rigurosamente, para donde sople el viento…”

Nuestro ilustre epistemólogo apelaba a estrategias discursivas que fracturaban los tradicionales esquemas.

Él mismo se dejaba pensar con imágenes diferentes a la literatura cotidiana. Concitaba la construcción de mundos y “posibilidades absurdas”; a extraer argumentos y buscar en su piélago de ideas los conectores discursivos que generalmente permanecían ocultos o en suspenso. Tal modo redaccional no era desprevenido o ingenuo, llevaba de suyo un “telos” (intención) de quien había hecho de la filología su norma y de la hermenéutica su campus (Nietzsche, dixit).

Con apenas un breve y fugaz párrafo, a quienes le seguíamos, nos encaminaba por la abundancia de sinuosidades; nos alentaba a enfrentar los fragmentos, que de entrada resultaban inextricables para no pocos; y que luego de demoradas lecturas, entonces si nos era posible apreciar líneas quebradas y curvas, llenas de ricas e infinitas frases exclamativas:

Quienes le profesamos aún una inmarcesible admiración, y continuamos revisitando su obra-pensamiento somos contestes que no daba ni pedía cuartel a la hora de saberse aprovechador de las ocasiones para exponer sus ideas.

En todo él había una ebullición de reflexiones que lo llevaban a alzar el brazo izquierdo y con la mano del mismo lado a pergeñar en sigilo una noción fenoménica; al tiempo que estaba pronunciando una elogiable textura categorial. Cada discurso académico era un espectáculo. Tenía una natural imantación para la audiencia.

Prefería ubicarse en el plano de la contestación sin demoras. No daba concesiones obsequiosas a alguna fórmula teórica que aspirara la legitimación epistemológica.

De qué ciencias sociales podemos hablar hoy, cuestionaba, si estas no han podido o han dejado de responder agudas y puntuales preguntas.

Enarbolaba “el descentramiento del sujeto”. En reiteradas ocasiones hizo gala de su exquisito verbo para señalar que: pensar al Sujeto, como proyecto redentor, con suficiente carga axiológica, poseedor de elementos omnímodos, incuestionables de una única verdad, ya era un obstáculo epistemológico para conocerlo y, lo mismo para interpretarlo de manera diversa en el discurso posmoderno. Hacía un discurso para perturbar a las mentes resignadas.

Nos hizo bastante énfasis de que nos enfrentamos a una situación interesante en América latina. Estamos en un mundo de grandes discursos, de elucubraciones que no llegan a retroalimentar lo que en verdad debería importarnos a partir de la pregunta acerca de cómo se está construyendo el conocimiento en esta parte socio histórica de nuestro continente; que nos permita ver realidades diferentes a aquellas que impone el discurso hegemónico.

¿Existe la necesidad de conocer a América Latina o la necesidad de pensar a América Latina…?

No son pocos quienes aducen que lo que hay en América Latina, sin duda alguna es erudición, información, investigación, pero esto no garantiza la respuesta afirmativa a la pregunta de si en América Latina se piensa.

Rigoberto nos recordaba como anécdota lo que siempre señalaba Carlos Fuentes hace ya algunos años, de que si acaso emergía filosofía en América Latina no sería precisamente a partir de los filósofos sino por voluntad de los literatos. Una exageración del mexicano, podría ser.

Ciertamente, cuánto pensamiento hay en nuestra literatura, cuánto pensamiento en nuestro lenguaje simbólico; pero que, si confrontamos con el ámbito de las ciencias sociales, vemos que no hay una relación; dicho de otra manera, no existe un enriquecimiento recíproco.

El mundo intelectual latinoamericano vive de su discurso, que muy poca relación guarda con la problemática del día a día.

Nos nutrimos desde una perspectiva discursiva que se ontologiza (se hace cosa), en la medida que pretende ser el único modo de dar cuenta de la historia. Por qué dejamos de pensar todo cuanto nos toca la piel cultural. Parece que lo que nos acontece, como porción de civilización latinoamericana no fuera con nosotros.

La reflexión epistémica en América Latina no puede dejar de ser una toma de conciencia de cómo fue construido el conocimiento; de forma que permita entender por qué ciertas posibilidades de construcciones sociales no se dieron, ya que las ciencias sociales tienen sus responsabilidades en los procesos.

¿Pensamos en América Latina desde las exigencias económicas, políticas, sociales y culturales?

Rigoberto siempre dio por afirmativa la anterior interrogante. Veamos.

“Es clarísimo que los procesos sociopolíticos que se están animando en Latinoamérica tienen todos en común una suerte de voluntarismo político afincado en el drama de poblaciones depauperadas por la voracidad de nuestras “lumpen-burguesías …Los giros progresistas que se observan en estos tiempos tienen esa raíz común: oleadas populares que viene al desquite de siglos de explotación y miseria sin esperanza alguna de salir de abajo. Nadie va a estar con remilgos ideológicos ni epistemológicos si de lo que se trata es de ganar unas elecciones o echar a algún tirano del poder…”

En América Latina requerimos que no sólo los intelectuales piensen. Por cierto, palabra que siempre fue desdeñosa para él. Decía que cuando alguien se auto adjetivaba de intelectual había que colocarlo bajo sospecha.

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