El silencio de la fe se ha roto, el ruido de la realidad nos empuja al abismo de la tristeza y de la impotencia. Nos preguntamos ¿Quién puede hacerle eso a sus propias hijas? ¿Cómo un padre puede dejar en el fondo del océano a dos seres que salieron de él, solo para hacerle daño a su exmujer?
Estos sucesos son intolerables, no pueden seguir pasando. Esto es, simplemente, la violencia malévola que consume a seres que se creen superiores y que hieren a la sociedad.
Esto tiene que parar. Nadie puede hacerle daño a otro solo por el hecho de ser más fuerte, por demostrar fuerza, para mandar un mensaje de odio profundo.
44 días de desesperación que también fueron 44 días de esperanza. No sé qué es más duro, pensar en lo que pudo haber pasado o encontrar lo que ha ocurrido.
Este tipo de personas no se pueden reinsertar en la sociedad; el sistema de justicia tiene que evolucionar, porque hay personas que simplemente no tienen solución alguna.
No es solo machismo, es maldad. Personas que hieren a su propia sangre, personas que aniquilan los sueños y apagan la luz de unos niños inocentes, no tienen perdón de Dios. Ese tipo de patrones no afectan solo a mujeres, afectan a la sociedad entera. Los violentos son violentos, atenten contra quien atenten. No podemos dejar que sigan dañando, que nos sigan arrastrando a ese fondo marino oscuro y desolador.
Mi visión puede herir, quizás puede incomodar, pero personas como estas no deberían salir, deben pagar. La justicia se encarga, nosotros juzgamos.
Él es asesino a sangre fría, un psicópata que planificó hasta su huida y un ancla liberada solo para herir a su principal víctima.
La ley debe ser dura, la ley debe ser justa y el juicio debe ser visto. No hay manera de que esto quede impune. Ese hombre tiene que pagar.
Hoy no escribiré mucho, porque no me apetece más que llorar. Anna y Olivia descansen en paz.
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