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La UCV o la invención de la Venezuela republicana

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Por JOSÉ RAFAEL HERRERA

“miro los olores del Sol, recuerdo los ojos

que ahora veo, todo me trasluce

en infinita presencia: estoy aquí,

voy hacia mis manos;

mas el tiempo también es mi hijo.

memoria, es probable,

es probable..

intenta para seguir siendo olas,

pero es tarde… el mar aunque infinito

también cuenta sus horas:

tiempo en tiempo, agua sobre agua,

y él sabe que es hombre:

nada, tiempo y soledad”

             Jonathan Osornio, Hegel frente al mar

-α-

Cuando el Espíritu se objetiva y plena la existencia, las manifestaciones particulares se diversifican, adquiriendo así la forma de lo natural. Y, al manifestarse la naturaleza en sus características particulares, se van conformando los más diversos modos de vida social, las más diversas culturas, a imagen y semejanza de su entorno. Se trata del reconocimiento del fundamento geográfico en y para la historia. Según Hegel, a diferencia de las llanuras y de los valles, “el mar engendra, en general, una manera propia de vivir. Este elemento indeterminado nos da la representación de lo ilimitado e infinito; y al sentirse el hombre en esta infinitud, se anima a trascender lo limitado; no tolera circunscribirse tranquilamente a las ciudades, como lo interior. La tierra, el valle, fijan al hombre al terruño y lo sitúan en una multitud de dependencias. Pero el mar lo saca de este círculo limitado. El mar alienta el valor; invita al hombre a la conquista, a la rapiña, pero también a la adquisición y la ganancia” (1).

La entrada Norte del territorio venezolano, de punta a punta, de Este a Oeste, está bañada por el mar infinito. Es, de hecho, la puerta Norte de la entrada —y salida— de Occidente a la América del Sur. A lo sumo, un locus de paso, cabalmente, un puerto. Y tal vez sea esta la razón por la cual no fue concebida por el imperio español como un virreinato sino como el punto de acceso a otros paisajes geográficos más guarnecidos, menos riesgosos y sensibles a la conquista y la rapiña de las que habla Hegel. En última instancia, y dada su importancia estratégica, fue considerada como una Capitanía General.

El nombre de Venezuela, a diferencia de lo que han afirmado algunos intérpretes —los unos ávidos de simpatías instantáneas, los otros amantes del barniz de la lisonja—, no significa “pequeña Venecia”. Es verdad que Colón la bautizó, en 1498, “Tierra de Gracia”. Pero en 1499 Amerigo Vespucci y Alonso de Ojeda  la llamaron Venezziola. Parados frente al lago de Maracaibo, el florentino y el manchego observaron una Venecia deprimida, paupérrima. Comparando las distancias entre un paisaje y el otro, se encontraron con una Venezia “en-la-suela”. Era la suela de Venecia. Una razón de más para que hasta 1669, aproximadamente, Venezuela fuese considerada por el Imperio al que perteneció como un lugar de paso, solo digno de ser objeto de la extracción de sus cuantiosas riquezas naturales y de la explotación de sus fértiles tierras. En todo caso, lo que tal vez no previó el imperio fue que, dada su cercanía con el mar, así como en ella se corría el riesgo de la conquista y la rapiña también se corría un riesgo mayor: el de la adquisición y la ganancia, no solo material sino también espiritual. A los puertos no solo llegan nuevas mercancías y relaciones comerciales; con las unas y las otras llegan también nuevas ideas y valores. No por caso, en 1673, en Caracas, tuvo lugar un importante movimiento cultural y científico que cristalizó, primero, en la fundación del Seminario de Santiago de León, mejor conocido como Seminario Santa Rosa de Lima, y, años más tarde, en la creación de la Real Universidad de Caracas, en 1721 y Pontificia en 1722. A partir de ese momento, Venezuela comenzó la socrática tarea de conocerse a sí misma y, con ello, a pensar, en sentido enfático, sobre su propio destino. Iniciaba el paciente recorrido de la experiencia de su conciencia. Y fue desde ella, y como resultado de su cercanía con el mar, que comenzaron a sentirse las primeras brisas que anunciaban la tempestad de los nuevos tiempos. Barine es el nombre que recibe el vendabal que sopla con furia desde el Occidente sobre las costas de Venezuela.

-β-

Un inventus es el anuncio de lo que se viene desde el interior. La palabra es de origen latino. Se compone del prefijo in, que significa desde —o hacia— “adentro”, y del participio del verbo venire, esto es, de lo que está por venir. Una invención es, pues, lo que se viene desde adentro, desde el sí mismo hacia su objetivación, se podría decir, o en otros términos, desde la actio mentis o actividad sensitiva humana. No es —como afirmaba Kant— que “el Yo puede acompañar todas mis representaciones”, sino más bien que las representaciones son la concreción, la objetivación, del Yo, que es, en realidad un Nosotros. Es lo que, en términos de ontología clásica, Aristóteles define como Hipokeimenon o aquello que persiste en su ser a pesar de los cambios que pueda sufrir. Y fue por cierto de la invención de los herederos del antiguo Seminario Santa Rosa y de la Real y Pontificia Universidad de Caracas —primeras nominaciones de la Universidad Central de Venezuela—, desde donde surgió la idea, diversa y al mismo tiempo unitaria, de diseñar y fundamentar, a la luz de las ideas y valores propios de su tiempo, los lineamientos conceptuales que permitieran dar concreción a la creación de una Nación soberana, libre e independiente, absuelta de “toda sumisión y dependencia” de la corona del imperio español, del cual había formado parte por más de trescientos años, y así, “como Estado libre e independiente”, hacer uso de su “pleno poder para darse la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de sus pueblos, declarar la guerra, hacer la paz, formar alianzas, arreglar tratados de comercio, límite y navegación, hacer y ejecutar todos los demás actos que hacen y ejecutan las naciones libres e independientes”. Desde ese momento, se puede afirmar que la UCV inventó a la Venezuela republicana.

-γ-

De los 41 firmantes del Acta de Independencia de Venezuela, 21 eran ucevistas. Entre ellos figuran los nombres de Juan Germán Roscio, José Ángel Álamo, José Félix Sosa, Francisco Javier Ustariz, Antonio López Méndez, Manuel Palacio Fajardo, Juan Nepomuceno Quintana, Juan Vicente de Unda, Juan Antonio Díaz Argote, Miguel Peña, entre otros insignes juristas, filósofos, teólogos y médicos, asiduos lectores y seguidores de las enseñanzas de la Ilustración, especialmente de Voltaire, Rousseau y Montesquieu. No es tarea sencilla la elaboración de los fundamentos conceptuales sobre los cuales se sustenta el nacimiento de una república. Requiere de una adecuada formación, de estudio, reflexión y debate. Se trata de una delicada y paciente labor que, como observara recientemente Tomás Straka, pone de relieve el hecho de que “las levitas hicieron tanto como las casacas” en la construcción de la nación. Incluso, todavía en 1816 —es decir, diez años antes de la promulgación de los estatutos republicanos ucevistas—, el Libertador Simón Bolívar escribe: “En vano las armas destruirán a los tiranos, si no establecemos un orden político capaz de reparar los estragos de la revolución. El sistema militar es el de la fuerza y la fuerza no es gobierno”. Theoria y Praxis. Nebrija de día, Rousseau por la noche. Después de todo, el mar no solo había traído consigo la conquista y la rapiña. Siguiendo “el camino de los españoles”, trajo también el Barine de la Ilustración, introducido por los jesuitas en las aulas del viejo y siempre nuevo Seminario caraqueño. Y fue justamente en la capilla del Seminario donde, el 5 de Julio de 1811, nació la República de Venezuela.

Antes de exigir su propia independencia de cátedra y la autonomía necesaria para hacer germinar el conocimiento científico y humanístico, la UCV empeñó sus esfuerzos en la creación —en el in-vento, precisamente— del Espíritu objetivo de una sociedad abierta, plena, madura, responsable, capaz, productiva y libre. Y, a partir de su creación, tuvo el coraje de promover dicho concepto por todo el resto de la América hispana. Una labor de factura extraordinaria, sin duda, que bien merece el reconocimiento de todo el país. Especialmente en estos aciagos momentos, en los cuales ella, Casa de la luz por excelencia, está a punto de perder su autonomía y, con ella, la de todas sus genuinas invenciones, incluyendo la más espléndida de todas: la Venezuela republicana a la que tanto ha sabido dar.


1 G.W.F. Hegel, Lecciones de Filosofía de la Historia Universal, I, Losada, Buenos Aires, 2010, pp.215.

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