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La Escuela de Letras: aquilatada tradición, decantada renovación

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Por MARÍA PILAR PUIG MARES

A mis maestros. A mis compañeros

La dolencia de la época —como ustedes lo saben— es haber hecho de la vida un maratón hacia el dinero, un pragmatismo esterilizador de otras formas más altas de existencia, que acaso explique por qué hay en este mundo de nuestros días tanto residuo de angustia, tanta nostalgia de felicidad y auténtico equilibrio humano; tan estruendosa quiebra de valores, tanta neurosis. […] El hombre mira todo, menos el aseo y armonía de su alma. Sofrosine y Eutimia, dos maravillosas virtudes griegas, huyeron de días en que emerge, sin duda, con ruido de convulsión el perfil de una nueva edad, parece buscarse, asimismo, la explicación integradora, el nuevo hilo de Ariadna que nos conduzca por las tortuosas y contradictorias encrucijadas de nuestra alma individual y de nuestra psique colectiva.

Mariano Picón Salas

La escritura de artículos como el presente relativos a la historia, funciones y pluralidad de una institución importante, con la cual quien escribe mantiene profundos lazos de compromiso y amor, supone un riesgo doble: caer en el relato de anécdotas particulares, muchas veces empalagosas, o comentar su historia de manera distanciada, pretendidamente subjetiva. Procuro evitar ambas inclinaciones, sin obviar ni la emoción ni el agradecimiento que me unen a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela y sus valores, verdaderos sustentos en mi formación humana y académica. A todos los que hemos asistido a sus aulas y caminado sus pasillos nos queda de nuestra Escuela la importante formación recibida, el amor por la Literatura con mayúscula, por el acto creador; la pasión, la amistad, la juventud disfrutada a plenitud, los amores… y un profundo sentimiento de pertenecer a un grupo humano sólido, bien definido, como pocas instituciones pueden enorgullecerse de disfrutar. Somos ucevistas.

A esta dificultad inicial se une hoy la muy difícil, rayana en lo insoportable, situación en que se halla la universidad en su tricentenario. Cómo hablar hoy de la importancia de la Escuela de Letras para la universidad actual y futura cuando transitamos uno de los períodos más tristes de la historia académica del país, incluso tanto que para muchos no hay nada que celebrar. Sin embargo, no es este nuevo centenario el primero que la UCV conmemora entre adversidades, como si tal fuera la marca de su sino.

El historiador Alberto Navas nos recuerda que los primeros cien años (1821) no se conmemoraron debido a que Caracas se acababa de liberar después de la Batalla de Carabobo y el rescate de Puerto Cabello; por tanto, el ambiente político y social no era propicio para ese tipo de celebraciones, incluso podría hablarse de un verdadero olvido pues ni siquiera se hace mención del aniversario en las Actas del Claustro. Los doscientos años sí fueron conmemorados, aunque en 1925, es decir, cuatro años más tarde de la fecha aniversaria, en plena dictadura de Gómez, quien gobernaba a través del Dr. Victorino Márquez Bustillos; un aniversario con la universidad diez años cerrada, desde 1912 tras las protestas estudiantiles contra el rector, doctor Guevara Rojas, y reabierta el año 1922. Así, pues, se celebró un bicentenario sin rector ni universidad, apenas se puso una placa en la sede universitaria. No sería justa esta mínima relación de adversidades y aniversarios si no recordáramos, entre otros, que la “tiranía liberal” guzmancista despojó a la universidad de su autonomía y de su patrimonio material. O que los 250 años (1971) se cumplieron con una universidad allanada, intervenida y cerrada durante el gobierno democrático de Rafael Caldera.

La suerte nos ha otorgado celebrar este tricentenario también en circunstancias muy hostiles, agravadas superlativamente por los efectos de la pandemia; así, tenemos una universidad relativamente abierta, aunque saqueados sus bienes materiales y asediada en su autonomía, padeciendo la deserción (más bien huida, acaso la mayor de su historia) de innumerables profesores y estudiantes. Hoy vemos a nuestra Alma Mater vulnerada y herida por el fanatismo salvaje y estéril que en estos momentos ha encontrado que la mejor vía para doblegarla no es la violencia física, que ha destruido bienes imponderables y aun lesionado a estudiantes en sus espacios académicos, sino el cerco presupuestario y la desafección y desconocimiento de sus más elementales necesidades, incluso el cuidado de una infraestructura hermosa e indispensable para su funcionamiento. Pero a despecho del ultraje gubernamental, debemos celebrar el esfuerzo de todos y nuestra insistencia en mantener la discusión en las aulas, el movimiento de las ideas, el constante aprender enseñando. La precariedad económica podrá inducir lo que se ha llamado un “paro técnico”, pero no conseguirá mermar nuestra convicción de que la labor del maestro desconoce la inercia y la holganza y porque creemos que la universidad será siempre espacio privilegiado para la discusión razonada de las ideas, lugar donde el pensamiento, la emoción formalizable y el saber tienen su sitio natural.

La Escuela de Letras tiene su principio en la creación de la Facultad de Filosofía y Letras a instancias del que será su primer decano, el doctor Mariano Picón Salas, quien en su discurso fundacional del 12 de octubre de 1946 marca a fuego principios que la Escuela de Letras —también seguramente la de Filosofía— todavía decanta hoy, luego de más de setenta años. Al leer este discurso inaugural del insigne decano, se siente que para él la creación de una Facultad de Filosofía y Letras se igualaba a dotar a la universidad, y por lo mismo al país entero, de corazón y conciencia con el propósito de remediar una urgente necesidad, aún vigente y deben tener en cuenta quienes pretenden eliminar “carreras no prioritarias”; porque, dice el maestro Picón Salas:  “Ha aparecido en la Universidad de Caracas un alto problema público que los directores universitarios no pueden ya sino considerar a riesgo de no cumplir con la esperanza de nuestro pueblo: el de tanta gente que pide al instituto una orientación espiritual” [Extramuros. No 14 (2001), p 247].  Y es que cuando “nos precipitamos en la inhumanidad y en la infrahumanidad, en el colapso de todos los valores, volvemos a decir la vieja palabra Humanitas buscándole el urgente sentido de completación estética y moral” [Op. cit. p 246]. Esa «vieja palabra», tan arraigada en la tradición de las retóricas clásicas, se ve enriquecida en Letras por otra tal vez más antigua y a la vez muy moderna: psique, alma, que, sin implicaciones dogmáticas, devuelve resonancias vitales a nuestra querenciosa expresión «Alma Mater». No nos son hoy practicables las sólidas disciplinas del saber que nos desvelan, sin la conciencia humanística de la fragilidad de toda ciencia humana o, si se quiere, de todo lo viviente.

En 1959, con la creación de la Facultad de Humanidades y Educación, ocurre la separación de Letras y Filosofía como disciplinas aparte, con la cual —al decir de muchos— ambas escuelas perdieron, pero, igualmente, se vieron convocadas a definir sus propios contornos e identidad particular. La Escuela de Letras hoy es heredera también de las luces y las sombras de la Renovación académica ocurrida en las aulas venezolanas en 1969; en pleno ardor renovacionista, en 1970, se aprobó el singular, extraordinario, plan de estudios que permaneció vigente hasta 2006, el cual actualizó los estudios en todas las áreas e incorporó nuevas disciplinas y espacios académicos; igualmente propició la creatividad en el aula y ensayó peculiares modalidades de evaluación. Se trataba de un plan de estudios basado en la libertad académica de profesores y estudiantes; su mínima carga obligatoria otorgaba a los estudiantes la capacidad de estructurar su carrera priorizando sus propias inclinaciones, criterios e intereses. Este plan de estudios, como no podía ser de otro modo, estimulaba una continua renovación de los programas semestrales, la vinculación efectiva de la docencia con la investigación y la relación de los estudios de Letras con otras áreas de la vida cultural e intelectual de la nación y del mundo. Tal constante renovación de los programas de cursos dio origen a una estupenda “revista”, que nos enorgullece: se trata del Folleto de Letras, donde cada semestre los profesores de todas las cátedras ofrecen sus programas, cuya sola lectura ya resulta una breve conferencia sobre lo que será el curso, producto de las investigaciones en que están inmersos. Igualmente, este folleto suele reflejar el ritmo del país, con cuya realidad la Escuela de Letras se siente íntimamente comprometida porque en él no solo se conmemoran los aniversarios de autores o libros importantes, pero se hace con mucho sentido. Doy un simple ejemplo tomado del folleto al que se dio el nombre Contra el pensamiento autoritario (segundo semestre de 2011, en el centenario de Guillermo Meneses), en el cual muchos profesores ofrecimos programas y autores que desde los trágicos griegos han reflexionado sobre el poder tiránico y las infaustas enfermedades sociales que contamina, y en cuya portada, bajo la hermosa fotografía de un joven Meneses, se lee:

El Hombre Poderoso se ha llamado General Presidente, Coronel Presidente, Doctor Presidente o —simplemente— Ciudadano Presidente […] ha tomado la voz que viene de la burbuja y del fuego de la estrella sobre la tierra venezolana; ha hecho suyo el nombre de los que no tienen nombre para bailar la danza del poder y el olvido de todos los que le daban significado. La misa de Arlequín, 1962.

O el tristísimo del semestre 2021-U, cuya portada muestra un pasillo sucio y desolado entrevisto a través de las desvencijadas puertas de aulas igualmente arruinadas. Unas líneas de Casas muertas sobre una foto del pasillo cubierto abatido…

Después sobrevino “la tragedia”. La tragedia se produjo durante la peste española, al concluir la guerra europea. Sobre aquel pueblo llanero, ya devastado por el paludismo y la hematuria, ya terrón seco y ponedero de plagas, cayó la peste como zamuro sobre un animal en agonía […] Desde entonces adquirió definitivamente Ortiz ese atormentado aspecto de aldea abandonada, de ciudad aniquilada por un cataclismo, de misterioso escenario de una historia de aparecidos.

En 2006 la Escuela de Letras cambia de pénsum, las demandas del mundo y del país así lo precisan, si bien se mantiene fiel a lo mejor, a lo más virtuoso de su tradición y sus principios fundacionales, esos que le han ganado la estima de la UCV y de la nación. La empatía de la Escuela con las necesidades nacionales y su atención a los superiores logros culturales de la humanidad, la impelen a rehacerse constantemente, verdadera nave de Argos, manteniendo su mismidad.  Producto de este continuo discurrir y de la reflexión sobre sí misma es su nuevo diseño curricular, basado en la flexibilidad del anterior y trasunto de su estilo, donde conjuga su comprobada experiencia y los irreversibles cambios de la educación en nuestra actualidad:  El diseño curricular de la Escuela de Letras responde (como desde 1970) a una óptica pluralista, en la que todas las corrientes estéticas y de pensamiento tienen cabida, lo cual se evidencia en las múltiples perspectivas —históricas, sociales, antropológicas, culturales, lingüísticas, estéticas, políticas— a partir de las cuales se aborda el hecho literario. Estas múltiples perspectivas coinciden en dos objetivos fundamentales: formar profesionales capaces de investigar con independencia y criterio propio y de producir nuevos conocimientos y plantear el estudio de la cultura venezolana en términos de su vinculación con las grandes corrientes culturales tanto latinoamericanas como de otras partes del mundo. De este modo, la Escuela de Letras contribuye al esclarecimiento de nuestra problemática como nación. Si bien las asignaturas obligatorias se multiplican en relación con el pénsum anterior, se mantiene, claro que sí, la libertad de autodiseño curricular por parte del estudiante y una progresiva orientación individualizada. (Pénsum de Letras UCV. 2006)

Desde hace muchos años he impartido en la Escuela de Letras una asignatura del primer semestre, he tenido la suerte inmensa de dar la bienvenida a las aulas a muchos estudiantes con el mismo espíritu con que fui recibida años atrás. Los saludo siempre con esta frase: “Bienvenidos a estos espacios de la UCV, de los pocos lugares donde siempre podrán sentirse libres”. Y como es usual en Letras que cada profesor del semestre inicial lea con los nuevos alumnos un poema o un fragmento narrativo o ensayístico incitativo y de una vez contextualizable, desentrañable e iniciatorio a la escucha de las múltiples voces que esperan ser despertadas por ellos en las palabras, leo un texto de Gilbert Murray de Grecia clásica y mundo moderno (primera edición inglesa, 1946), que comienza así: “Nosotros luchamos por la libertad…”, del cual extraigo unas líneas:

Nosotros luchamos por la libertad, por el derecho del hombre a emplear sus dones supremos de pensamiento, palabra y arte creador atendiendo a los dictados del espíritu […] por saber que el espíritu humano se marchita si no es libre. Defendemos la ley, la ley no coartada por amenazas y que está por encima de la voluntad arbitraria o de la ambición de cualquier gobernante o partido político […] Sobre todo, hemos visto los peligros mortales de la hybris y del fanatismo, y no permitiremos que en aras de cualquier orgullo nacional o dogma nuestro se derribe en nuestra ágora el altar votivo de la piedad. (Norte y Sur. Madrid. 1962. p. 32)

Continúa siendo nuestro trabajo, nuestra voluntad, avivar esa capacidad inaudita que impele a los seres humanos sometidos a vivir en condiciones extremas de toda índole, a construir y preservar un pequeño espacio de dignidad. Ese pequeño espacio de dignidad en nuestra Venezuela, tan espiritual y materialmente empobrecida, es, debe ser, la Universidad Central de Venezuela.

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