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Por MARÍA LUZ CÁRDENAS

La situación de los museos venezolanos a finales del siglo XX perfilaba instituciones robustas, de amplio reconocimiento internacional, comprometidas con la excelencia, abiertas a la experimentación y nuevas ideas, con equipos profesionales capacitados, catálogos y publicaciones de alto nivel, crecimiento de las colecciones, exposiciones y curadurías elaboradas con rigor, seriedad y libertades creativas,  apertura a los artistas jóvenes.  El proceso de fortalecimiento había sido ascendente desde la creación del primer museo venezolano en 1852. Con el afianzamiento de la democracia, se facilitó su desarrollo al punto que los años setenta constituye una etapa de impulso de nuevos museos que en 1989, al convertir a los principales museos en Fundaciones de Estado, se agilizaron los presupuestos para la realización de proyectos y adquisición de obras. Pero el 21 de enero de 2001, con el decreto de la Revolución Cultural por parte del régimen, se inicia un proceso de destrucción institucional y patrimonial de los museos, que hoy alcanza severas proporciones.

Desde el punto de vista institucional, durante los últimos veinte años, la situación derivó en la sustitución de los parámetros de excelencia y especialización por patrones de lealtad al régimen, tanto en la programación como en la selección de cuadros directivos; el desinterés presupuestario hacia las instituciones que poco a poco medraron sus programaciones, publicaciones y mantenimiento de sedes; la inestabilidad y poca duración de los cargos directivos y la declarada discriminación hacia las exposiciones de artistas disidentes sin contar con la calidad de su trayectoria —y en general hacia a toda actividad que manifestarse en desacuerdo con el pensamiento único del régimen—. El golpe institucional más severo lo produjo la centralización y pérdida de autonomía en las decisiones administrativas, ejecutivas y museológicas con la creación de una Fundación única para regir el funcionamiento de todos los museos. Al poco tiempo de su creación, los directivos de turno de la Fundación Museos Nacionales gerenciaron las instituciones al antojo personal e intereses políticos. Durante los años de la democracia, los museos mantuvieron libertad en la orientación de sus proyectos y dotación de colecciones. La única exigencia era la calidad. Con el nuevo sistema se desprofesionalizó el perfil de los equipos y se impusieron exposiciones proselitistas y de culto a la personalidad de los líderes.

Desde el punto de vista patrimonial el daño capital se aprecia en el desmantelamiento de las colecciones y el abandono de su mantenimiento, conservación y custodia, como se observa con la desaparición de colecciones completas en el caso de las obras del Museo Boggio. Los factores más graves incluyen primeramente el abandono del compromiso de pago de los seguros de las obras  y la devolución de  donaciones o comodatos de obras para evitar ese gasto, como se hizo con obras de la de la Colección Cubismo y Tendencias Afines del Museo de Bellas Artes, entre ellas el collage de Kurt Schwitters, desconociendo el origen y la función de los patrimonios artísticos. En segundo lugar la paralización de ingreso de obras en las colecciones y desactualización de las mismas y el abandono en el mantenimiento de las infraestructuras y edificios de los museos, ocasionando su deterioro. El resultado ha sido la declaración de inhabitabilidad en el Museo de Arte Contemporáneo, la clausura de su sección de oficinas  y las ruinas inconclusas del nuevo edificio de la Galería de Arte Nacional. Se observa también un alarmante incremento en el robo de obras del patrimonio de los museos, siendo la más reciente el de significativas gráficas de Gego y Cruz-Diez del Museo de Arte Contemporáneo, por parte del jefe de seguridad del Museo y el museógrafo de la Galería de Arte Nacional.  Estos, convictos y confesos, al poco tiempo fueron puestos en libertad. La tradición de profesionalismo y calidad museológica  en Venezuela ha quedado disminuida, con resultados dramáticos que se aprecian en museos prácticamente abandonados, en una deriva que se refuerza a través de la pandemia, al punto que ya ni siquiera se consideran los museos venezolanos en los circuitos internacionales ni en el trayecto de exposiciones que recorren los demás países de América Latina.

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