Vivir, palabra de tan solo cinco letras pero con una profundidad en su significado. La vida nos enseña a vivir a la manera que le plazca porque no trajo un tutorial. A veces nos dice que existen pétalos, pero olvida hablar de las espinas. De la forma más tierna o la más cruel porque esa película no vino subtitulada y el idioma a veces no es de nuestro conocimiento. Subir y bajar es una de sus reglas porque la estabilidad en sus niveles depende de muchos factores y la óptica individual. Ahora, la vida en la pequeña Venecia ha cambiado drásticamente y casi en su totalidad.
Primero, no hace falta hacer un desglose retórico y repetitivo de todo el calvario que pasamos a diario la mayoría de los venezolanos, pero si hay que hacerlo es con algo que nadie acepta: la culpa. Ese sentimiento se le puede atribuir, millones de veces, una y otra vez a los que están en la cúspide del poder, pero es la forma más bochornosa de hacer catarsis ante ese sentimiento que también nos carcome internamente a cada ciudadano pero que ignoramos.
Su perversión no tuvo ni tiene límites. Nos pusieron a pelear con nuestra mismísima familia, con nuestros allegados, nos dividieron políticamente en minúsculas fracciones, nos robaron, nos desalentaron, nos elevaron y dejaron caer sin piedad, nos asesinaron, nos desterraron, nos ultrajaron los sueños y un extenso etcétera que los ojos se pueden empañar pero, ¿qué se hizo para contrarrestar dicha maldad? Curiosamente, la respuesta fue: más maldad, más resentimiento y más odio hacia nuestros iguales.
Nos empujaron a sobrevivir en un “Jumanji criollo” sin importarles las consecuencias ni las condiciones de nuestra propia subsistencia. Hablando de historia, ¿cuántas veces no se le ha otorgado la culpa del desastre a los que votaron por Chávez la primera vez antes que ver el país que teníamos con la moral por el suelo de tantos errores? ¿Cuántas veces se ha hablado de la terrible situación hospitalaria, pero se comercializa vorazmente con la salud del prójimo? ¿Cuántas veces se ha hablado de la economía e hiperinflación, pero compramos a un precio y se vende la harina o el azúcar al precio que nos convenga? ¿Cuántas veces se ha hablado del “pobrecitos los exiliados”, pero los “exiliados” no hablan de los que siguen aquí? ¿Por qué al llegar a otras costas se coloca en cualquier rincón de la casa nuestra bandera tricolor, pero aquí nunca se usó? Como siempre, la culpa es de la vaca.
¿Por qué cuando hubo el llamado constitucional a luchar en las calles la respuesta fue de loco, guarimbero en adelante? ¿En qué se diferencia la gestión de un gobernante que no recoja la basura a un ciudadano que baje su ventanilla para botar cualquier cosa? ¿Por qué hablamos de la cajita CLAP, pero cuando se hace una donación la foto no puede faltar? ¿El populismo opositor es el que es bueno y el otro es malo? ¿En qué se diferencia un chavista llamando “escuálido” a un opositor de un opositor llamando “traidor” a otro opositor? Aunque duela, lamentablemente es así, pero la culpa es de la vaca.
La vaca ha muerto y los venezolanos no dejaron ni sus huesos, ahora nos toca afrontar la situación sin mirar para el lado ni agachar la cabeza. El cambio debe venir desde nuestra esencia, desde nuestro espíritu, desde nuestra forma de ser. Ese cambio no llega envuelto en una cajita de cristal, hay que forjarlo día y noche. Un país diferente no se hace con gente indiferente, ni con la complicidad de sus ciudadanos por sus propios beneficios. Debemos hacer un reflexivo “mea culpa” y empezar a construir lo que muchos conscientemente destruyeron iniciando en los pequeños detalles que hacen y marcan la diferencia. “Tú haces cosas que yo no, yo hago cosas que tú no; juntos podemos hacer cosas extraordinarias”, pues empecemos a hacerlas.
@JorgeFSambrano
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