Por CARLOS LEÁÑEZ ARISTIMUÑO
La historia venezolana oficial —claramente desde Guzmán Blanco y hasta hoy— resalta las rupturas y los hechos violentos. ¿Qué pasaría si procediésemos a destacar ya no la ruptura, sino la continuidad; ya no el hecho violento, sino el constructor? Otro sería nuestro panteón, otras nuestras actitudes. En el nuevo panteón hallaríamos, antes que nada, al ciudadano desconocido: esa persona que cuida a los suyos a través de una larga serie de sacrificios cotidianos. Es por el esfuerzo de los ciudadanos desconocidos que llega el pan a la mesa, que un techo resguarda de la tormenta, que una mano cura al enfermo, que una caricia reconforta. Los ciudadanos desconocidos son el tejido concreto de la vida en sociedad. Sobre ese tejido, sin el cual todo se fragmentaría hacia el desconcierto y la muerte, le ha sido puesto el escenario a los “héroes” rupturistas y violentos: su estridencia ha desviado nuestra atención hacia ellos y nos ha abocado al sobresalto permanente y a locas fantasías. Basta. Las actitudes de responsabilidad, realismo y constancia que demanda una sólida salida del caos requieren un cambio de foco. Propongo comencemos, desde ya, a redactar una nueva historia para los futuros escolares: una que pase el resaltador sobre hechos de solidaridad concreta, servicio abnegado, emprendimientos exitosos, obras valiosas. Pongamos rostro a ese ciudadano desconocido, apreciemos cómo opera a lo largo de nuestra historia, inspirémonos en él: he allí una clave irrenunciable para erigir, sobre las ruinas de quimeras y caudillos, la república que añoramos.
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