En la política latinoamericana se presenta una realidad incontestable que empieza a transformarse en un fenómeno histórico, el cual tendrá una gran influencia en el destino de nuestra región durante los próximos años. Esta afirmación, casi una verdad de Perogrullo, exige de un trascendente debate. Para ello, es importante definir lo que se entiende como izquierda radical y extrema derecha, caracterizando, al mismo tiempo, los distintos y variados movimientos políticos de tendencias liberales, conservadoras, centristas y populistas surgidos en el mundo durante el siglo XX, con características particulares en cada país según su propio desarrollo histórico. Esos movimientos políticos han emergido en medio de la consolidación de las democracias liberales y capitalistas, después del rotundo fracaso de la Unión Soviética, de los fascismos europeos, del nazismo, del estalinismo y de las dictaduras militares de distintos signos ideológicos.
El espectro político, en los países occidentales contemporáneos, está formado por diferentes tendencias políticas y sociales que van desde la derecha a la izquierda según sea la gama de valores y creencias que las caracteriza, desde tendencias conservadoras y teocráticas en el extremo derecho hasta el socialismo y comunismo en el extremo izquierdo. Todas esas tendencias se diferencian, fundamentalmente, en su orientación económica: los gobiernos considerados de extrema derecha promueven el “laissez faire, laissez passer”, dejar hacer, dejar pasar, mientras los de extrema izquierda imponen el intervencionismo del Estado. En sociedades democráticas, caracterizadas por un sólido Estado de Derecho y poderes públicos independientes y equilibrados, ha surgido un interesante e importante fenómeno político: la tendencia de las grandes mayorías a respaldar electoralmente a partidos ideológicamente moderados y centristas.
Este fenómeno no se ha consolidado en la América Latina, cuyas sociedades mantienen una permanente lucha entre partidos políticos de izquierda y derecha. Al iniciarse el siglo XX, con el triunfo electoral de Hugo Chávez, comenzó en nuestro continente un cambio político que facilitó el acceso al poder, mediante elecciones democráticas, de numerosos gobiernos y líderes de izquierda. Los triunfos de Tabaré Vásquez en Uruguay, Lula Da Silva en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, Mauricio Funes en El Salvador y Michelle Bachelet en Chile parecían indicar que en Latinoamérica se establecería una larga hegemonía de partidos de izquierda. Sin embargo, a partir del año 2017, comenzó una nueva orientación de las preferencias electorales hacia la derecha. Sus causas: un equivocado manejo de la economía, una marcada ineficiencia gubernamental, un incumplimiento de las promesas electorales, una constante violación de los derechos humanos y una corrupción desbordada.
La más reciente expresión de ese cambio político fue el arrollador triunfo electoral del candidato conservador Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas, al alcanzar 46,03% frente al apenas 29,28% obtenido por Fernando Haddad. Esa irremontable diferencia ha sido confirmada por un reciente sondeo de la acreditada encuestadora Datafolha, la cual le otorga al candidato conservador 49% de la intención de votos ante un deslucido 36% del candidato del Partido de los Trabajadores en la segunda vuelta electoral que se realizará el 28 de octubre. Su primera declaración indicó la importante valoración que sus asesores han hecho de tan impactante triunfo: “No haré ninguna negociación partidaria. A mí ya me apoyan más de 260 diputados del bloque ruralista, gran parte del bloque evangélico y de la bancada de la seguridad (policías y militares). En mis cuentas tenemos 350 diputados que van a estar con nosotros y, en su mayor parte, son honestos”.
Esa declaración no solo muestra el profundo cambio ideológico que va a ocurrir en Brasil, sino también la certeza de que presionará con gran fuerza para modificar la dolorosa situación que enfrenta la sociedad brasileña con un liderazgo político, empresarial y sindical totalmente corrompido. Esa es, quizás, la razón fundamental de la sorprendente votación que obtuvo Jair Bolsonaro y el desmoronamiento del Partido de los Trabajadores y del liderazgo de Lula Da Silva que resultaron en el estruendoso fracaso de Fernando Haddad. Además de tener que lidiar con el problema de la corrupción, también incidirá en el nuevo gobierno la muy difícil situación económica. Sin embargo, el importante mejoramiento que se produjo en el índice de la Bolsa de Sao Paulo muestra el seguro respaldo que tendrá el nuevo gobierno desde el sector industrial y de los grandes productores del campo.
Otro aspecto que se debe resaltar fue el directo señalamiento que hizo sobre el Foro de Sao Paulo al sostener que hará todo el esfuerzo necesario para destruirlo. Esa fuerte declaración no pudo haber surgido como una ligereza en medio del natural ajetreo de la campaña electoral. Estoy convencido de que su contenido fue meditado y discutido con sus asesores políticos. En verdad, el Foro de Sao Paulo se transformó, en el tiempo, en una organización dedicada fundamentalmente a desestabilizar a los gobiernos democráticos y atentar contra la existencia misma de la libertad en la región. Esa declaración también indica que Brasil empezará a actuar con mayor fuerza en el contexto latinoamericano y mundial. Además, creo que la política exterior tomará un nuevo rumbo que fortalecerá una alianza política, económica y militar con Estados Unidos. A este respecto, hay que recordar el reciente viaje del secretario de Defensa, James Mattis, a Brasil, Argentina y Colombia.
El triunfo de Bolsonaro es el más reciente de una cadena de victorias electorales alcanzadas contra gobiernos favorables al Foro de Sao Paulo y un importante obstáculo a la ilusoria aspiración que, en su tiempo de esplendor, tuvo Hugo Chávez al querer transformarse en el gran líder de la izquierda latinoamericana en reemplazo de Fidel Castro después de su muerte. También será un factor fundamental en la solución de la crisis que la diáspora venezolana ha venido creando en la región respaldando diferentes soluciones al problema humanitario que representa Venezuela como consecuencia del irresponsable gobierno de Nicolás Maduro. Así mismo pienso que una fuerte personalidad como la de Jair Bolsonaro difícilmente aceptará desplantes como los que normalmente realiza Nicolás Maduro en sus intervenciones televisivas. No dudo que apenas se concrete el acceso al poder del nuevo gobierno brasileño empezarán fuertes tensiones diplomáticas como las que nunca Venezuela ha tenido con Brasil a través de su historia. Solo cabe esperar que el nuevo liderazgo latinoamericano contribuya decisivamente en la solución de la dolorosa tragedia que diariamente enfrenta nuestro pueblo.
Nota: no tengo Internet desde hace dos meses.
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