Varios observadores han subrayado en días recientes los paralelismos entre el resultado de la primera vuelta de la elección brasileña (a saber, una probable victoria del neofascista Jair Bolsonaro), y el surgimiento de líderes o coaliciones “populistas” en diversos países a lo largo del último par de años. Estados Unidos, Italia, México, Filipinas, antes Putin, Chávez y Maduro, la ultraderecha alemana, Orbán en Hungría y el régimen derechista en Polonia, se esgrimen como ejemplos de esta tendencia mundial.
Es evidente que existen similitudes. Todos los personajes y los movimientos mencionados encierran tendencias autoritarias, nacionalistas, antisistémicas, antimigratorias (en Europa y en Estados Unidos) y contra la corrupción (aunque sean corruptos), en mayor o menor grado. Unos en efecto son de izquierda (o así se presentan); otros, claramente conservadores, pero todos enarbolan las causas de la “gente” contra el “establishment”, del pueblo contra el “sistema”, del país contra la “globalización. Son fieles representantes de la “mano dura” contra la violencia, la criminalidad, la ilegalidad y el desorden.
México no cuadra del todo en este esquema. Por buenas y malas razones. Si nos acercamos al ejemplo de Brasil, paradójicamente, podría parecer que López Obrador no es Bolsonaro. Más bien podría convertirse en un Lula, una Dilma Rousseff y un Partido de los Trabajadores. No en el buen sentido que algunos piensan, es decir, como contraste ante Chávez, Maduro, Ortega y los Kirchner. Sino más bien en el peor sentido: Lula y el PT como los que le pusieron la mesa o le tendieron la cama a Bolsonaro. Si López Obrador es consecuente con sus promesas, puede generar un caos tal que prepare el camino a un verdadero Bolsonaro mexicano. ¿Quién podría ser?
Debe ser alguien que ya sea muy conocido en el país, o se convierta en ello fácilmente. Tendría que ser un político de fuera del sistema por su pasado, a diferencia de AMLO (y en parte de Bolsonaro, que logró convencer a sus partidarios de ser un outsider por militar, aunque lleva casi dos décadas como diputado federal). Se necesita un personaje simple y simplista, ignorante, rústico, irreverente y hasta insolente, sin ideología obvia, pero que sepa apelar a los peores sentimientos de la gente.
He comentado en este espacio que una de las sorpresas de la elección del 1 de julio consistió para mí en un hecho consignado por todas las encuestas de salida. Más de 60% de los votantes con educación superior (sin precisar exactamente qué se entiende por eso) sufragaron por López Obrador. En algunos casos, hasta diez puntos porcentuales más que su promedio general. Más allá de lo que esto nos sugiera sobre la naturaleza de la educación superior (pública y privada) en México durante el último medio siglo, el dato es revelador de una poderosa tentación por parte de los sectores más informados y educados del país.
Pues bien, hace un par de semanas, Consulta Mitofsky de Roy Campos publicó una encuesta de salida levantada en el estado de Morelos. Como se sabe, Cuauhtémoc Blanco ganó la gubernatura con 51% del voto. Lo interesante de Mitofsky fue que, por escolaridad, 35% de los electores con escolaridad primaria o menos votaron por el ex seleccionado; 41,5% de aquellos con secundaria o prepa lo hicieron también. Pero casi 45% de los morelenses con educación universitaria y más, que sufragaron ese día, lo hicieron por el ex futbolista. Entre más educados los habitantes de Morelos, más votaron por Blanco.
¿Tiene madera de Bolsonaro? Me temo que sí. Cumple con casi todos los requisitos. Si la aventura de la 4-T sale mal –y hay muchas razones para pensar que así será– el país no va a voltear hacia el PRI o el PAN, mucho menos hacia un sucesor salido de las filas de Morena, sino en dirección de un personaje providencial, autoritario, simplista y básico. Ese personaje no es AMLO, que parece un sabio renacentista comparado con Blanco. Es Cuauhtémoc. Acuérdense.
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