Por Edgar López
La tarea se debía llevar a cabo con cautela y contra reloj, como si fuera una prueba final. La amenaza de un asalto inminente no era infundada: el día anterior una docena de motorizados armados se apostaron durante 45 minutos en la entrada del edificio, como quien muestra los dientes, como quien mea el territorio para hacerle saber a todos que ya es suyo.
La mayor tensión se percibía en los vigilantes encargados de controlar el acceso de las personas, sobre todo porque en el estacionamiento instalaron un «servicio al público». En una de dos carpas blancas se leía «EFICIENTE Laboratorio clínico», como anuncio de un emergente negocio de pruebas PCR para el despistaje de la covid-19 a un costo de 80 dólares.
Los dos bustos de bronce de Miguel Otero Silva que recibían a los visitantes habían desaparecido. Casi todas las oficinas estaban vacías, clausuradas, y en algunas de ellas las cajas arrinconadas confirmaban la mudanza, la migración forzada, el destierro.
Solo en el piso 2 había movimiento. Una docena de voluntarios llevaba dos semanas embalando, haciendo la tarea de preservar el Archivo de El Nacional. Lo hacían en silencio, probablemente con dolor. La atmósfera luctuosa se profundizaba con la temperatura (17 grados) del aire acondicionado.
El Archivo de El Nacional era como un templo dentro de la sede del diario, en Los Cortijos. Más allá de los letreros que invitaban a guardar silencio, los y las periodistas entrábamos allí con cierto recogimiento, como quien hace reverencia ante la memoria que atesora un adulto mayor, en este caso un diario septuagenario.
La mudanza del Archivo comenzó el 15 de abril de 2021, el mismo día en que se supo que un tribunal había fallado a favor de Diosdado Cabello, el segundo hombre más fuerte del gobierno, en su afán de destruir El Nacional.
Con la excusa de que su honor había sido mancillado a través de la reproducción (reporte fiel) de una información publicada en 2015, inicialmente en el diario ABC de España, Cabello demandó a El Nacional, así como también a La Patilla y a Tal Cual. En la nota periodística del ABC, Leamsy Salazar, quien fuera jefe de seguridad del fallecido presidente Hugo Chávez y luego asistente personal de Cabello, afirmó, nada más y nada menos, que el presidente de la Asamblea Nacional para ese entonces era el cabecilla del Cartel de los Soles, la organización narcotraficante que estaría integrada por altos mandos militares venezolanos.
A pesar de una mayor ralentización del sistema de administración de justicia venezolano, como efecto colateral de la pandemia de covid-19, era previsible que, más temprano que tarde, en cualquier momento apareciera en la sede de El Nacional un juez presto a ejecutar la sentencia. De modo que era urgente poner a salvo lo que se pudiera poner a salvo.
Más que 13 millones de dólares
El tribunal que favoreció a Cabello determinó que los daños morales que sufrió por la reproducción de la información publicada por ABC eran equivalentes a 13 millones de dólares.
Buena parte de las reacciones de solidaridad con El Nacional se concentraron en lo desproporcionado del cálculo. Sin embargo, el patrimonio forjado por todos los trabajadores y trabajadoras de El Nacional durante más de siete décadas vale más que 13 millones de dólares. Ningún juez podría ponerle precio. Y lo más valioso en este caso es la memoria como patrimonio.
Ese 30 de abril, la mudanza del Archivo va por la mitad. Freddy Giménez dirige las operaciones con la legitimidad que le confiere haber trabajado allí 45 de sus 48 años de servicios a El Nacional. Lleva puestos máscara y guantes. No solo por la pandemia sino «porque hay materiales muy viejos que acumulan sustancias que pueden ser tóxicas y, además, porque hay que tratarlos con delicadeza», explica.
Freddy encarna esa memoria que el gobierno quiere borrar. Sigue siendo ese hombre discreto, de hablar pausado y dispuesto a ayudar. Tiene 68 años de edad, pero desde que lo conocí, en 1994, siempre tuvo canas. Se apresura a explicar que se le puso el pelo blanco desde muy joven. Ese día lleva una gorra de los Orioles de Baltimore.
Comienza por mostrar uno de los tesoros del Archivo: la más antigua edición impresa del diario, la del 1° de junio de 1947, cuando costaba 0,30 bolívares. En la primera página, anaranjada por el tiempo, destaca una foto del poeta José Tadeo Arreaza Calatrava, que fue tomada por el legendario Edmundo «El Gordo» Pérez. La publicación del poemario Oda Santa, fue la noticia principal, lo cual da una idea del fomento a la cultura que ha caracterizado a El Nacional. A dos columnas, a la izquierda, un cable de AP informaba sobre 169 muertos en dos accidentes aéreos ocurridos el día anterior en Japón e Islandia.
Estamos en la sala de los archimóviles, un espacio de acceso restringido a los usuarios. Se conservan intactas unas cajitas hechas con material reciclado y adheridas a cada estante vertical. Allí están unas tiras de cartón rojo, que servían para marcar el lugar de donde se había sacado una carpeta para que el usuario pudiera revisar “los recortes” del periódico. Así se almacenaron durante 50 años las informaciones, clasificadas por temas y personajes.
Sobre un escritorio están otras fotos en papel de «El Gordo» Pérez. Hay retratos de Raúl Leoni, Jóvito Villalba y de la visita a Venezuela del presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, en el momento en que era recibido en el aeropuerto por Rómulo Betancourt.
«Solo en imágenes tenemos más de 10.000.000 de piezas, entre fotos en papel, diapositivas y negativos», indica Freddy. En 2005, la hemeroteca que estaba a disposición de periodistas, estudiantes e investigadores e investigadoras sumaba 45.000 temas y 120.000 personajes.
Freddy es testigo de la evolución del Archivo de El Nacional: «Cuando yo llegué al periódico, el 22 de enero de 1973, el Archivo estaba en un local anexo a la sede de El Silencio, cerca de la rotativa. Antes de ingresar al Archivo yo hice muchas cosas: desde ascensorista hasta mensajero de la oficina del director. Incluso llegué a trabajar en talleres y sabía, de cabo a rabo, cómo se hacía el periódico. De esa primera época en el Archivo recuerdo a Oscar Levy, uno de los más antiguos y el que más sabía cómo encontrar las cosas. Los materiales se guardaban en gavetas de metal y era un poco desordenado. Luego el Archivo se mudó al piso 2 de la sede de El Silencio, estábamos al lado del departamento de Fotografía. Allí teníamos más espacio y mejor mobiliario. A partir de 1994, con Internet, todo cambió. Y en 1995 se creó una base de datos de textos. Y progresivamente se fue incorporando más tecnología para prestar un mejor servicio. Ah bueno, y en 2006, cuando nos mudamos acá, a Los Cortijos, tuvimos más recursos y podíamos atender a más usuarios externos».
En 2001, se emprendió el PAF (Proyecto Arte Fotográfico). Se comenzó con la curaduría y digitalización de las fotos de «El Gordo». De este proyecto se nutrieron libros de historia y enciclopedias, porque el Archivo de El Nacional tenía fotografías únicas de los hitos más trascendentes de la historia contemporánea de Venezuela.
«Luego vino lo que llamamos Proquest –continúa Freddy- a través del cual todos los reporteros tenían acceso online a los materiales del Archivo, sobre todos los textos. Aun así, muchos tenían la costumbre de acercarse al Archivo. Se acercaban a la puerta y nos pegaban un grito. Y nosotros le dábamos una atención más personalizada. De los que siempre venían recuerdo a Patricia Spadaro, a Hilda Lugo Conde y a ti…».
«Y es que era un ambiente de trabajo muy bueno. Llegamos a ser un equipo de 17 personas. Celebrábamos los cumpleaños. Almorzábamos juntos. Éramos como una familia», dice Freddy, ahora solo al frente del Archivo.
El recuerdo de MOS
Cuatro hombres siguen caleteando cajas que montan en una pick up azul. Arriba, en el piso 2, Freddy y los voluntarios que lo acompañan siguen ordenando fotos, textos, recuerdos…
«Hasta que sobrevino la pandemia se podía consultar el Archivo de forma presencial. Pero por las dificultades económicas del periódico se redujo el personal. Nos quedamos cuatro personas: un diseñador, dos analistas y yo, como coordinador administrativo. Comenzamos a trabajar en forma remota desde nuestras casas. Podíamos atender a la página web y a Papel Literario y, vía correo electrónico, a un menor número de personas».
-¿Cómo sobrellevaste la merma en el equipo?
-Bueno, a mí me gusta este trabajo. Yo no estudié esto y mi formación fue autodidacta. Me gusta investigar, aprender y saber. Y he aprendido mucho. Me he sentido solo, pero he podido salir adelante. Claro, me hace falta personal y extraño a todos los compañeros que estuvieron aquí…
-¿Por qué quedarse cuando la mayoría se fue?
-El Nacional era el único periódico que se leía en mi casa. Mi padre, mi madre… Yo me quedé con eso. Cuando nos vinimos a Caracas a vivir, yo comencé a buscar trabajo. Tenía 20 años. Fui a El Nacional y comencé cubriendo vacaciones, en los ascensores, en las oficinas, en los talleres, en la oficina del director Oscar Palacios Herrera… Rápidamente aprendí cómo se hacía el periódico, en esa época con linotipo. A los tres años ingresé en el Archivo y aquí he permanecido 45 años.
Freddy recuerda a célebres directivos de El Nacional: Arturo Uslar Pietri, José Ramón Medina, Simón Alberto Consalvi…
Pero el recuerdo más sentido, el que le humedece los ojos, le quiebra la voz y mueve al abrazo de su interlocutor, tiene que ver con Miguel Otero Silva.
«Ese señor era increíble. Estando yo de guardia, se presentó en el Archivo… Yo lo había visto caminando por los pasillos… Pero ese día se me presentó allá, en la primera oficina que tuvo el Archivo, en un local anexo a la sede de El Silencio. Dio las buenas noches y preguntó por el señor Oscar Levy. Yo le dije que no estaba, que yo era el de guardia y le pregunté en qué lo podía servir…».
Freddy reproduce explícitamente aquel diálogo con el personaje y la persona que era Miguel Otero Silva.
-Oye, ¿tú me pudieras conseguir unas cuartillas, un diccionario de sinónimos y antónimos, un diccionario Larousse y una máquina de escribir?, me dijo.
-Sí, cómo no, le respondí.
-¿Cuál máquina puede usar?
-La que usted prefiera, señor Otero.
«Después de que fui a buscarle las cuartillas y los diccionarios, lo encuentro en mi puesto de trabajo. Me parecía maravilloso que ese señor tan talentoso estuviera en mi sitio de trabajo. Yo estaba identificando unos negativos y había un poco de desorden. Él, muy cuidadosamente, ocupó el lugar sin mover nada de lo que allí había. Comenzó a escribir, concentrado, durante varios minutos. Y al terminar agradeció y se despidió: ‘Muchas gracias, buenas noches».
«Yo llegué a mi casay lo primero que hice fue echarle el cuento a mi mamá. ‘No puede ser’, me dijo, y compartió conmigo la emoción de haber estado tan cerca de Miguel Otero Silva o, más bien, que él hubiera estado tan cerca de mí».
«Yo digo que esto forma parte de mi vida. Y cómo abandonar algo que es tan importante para ti. Yo preferí quedarme. Yo pensaba cumplir 50 años aquí. Yo recuerdo que Juan Quijano y Abelardo Raidi trabajaron 50 años en El Nacional y fueron dos grandes celebraciones».
-¿Cómo te imaginas en los próximos dos años, al término de los cuales cumplirías 50 años de trabajo en El Nacional?
-La verdad es que no sé. Creo que recordando, recordando a todos los que fueron mis compañeros, con la satisfacción de saber que mi trabajo aquí no fue en vano, porque lo he hecho con mucho amor.
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