Medianamente transparentes equivale a decir casi embarazada. Pero así define los resultados de la próxima votación regional Enrique Márquez, vicepresidente del ilegítimo nuevo Consejo Supremo Electoral (ICNE), calificado como figura independiente y electo para ese cargo por la también anticonstitucional asamblea nacional del Partido Socialista Unido ¿de Venezuela? (PSUV), de facto el único empoderado para ejercer como agrupación política. Los otros tradicionales partidos están inhabilitados y sus ilegítimos militantes actuales les robaron las siglas para venderse a los también ilegítimos poderes Ejectuvo, Legislativo y Judicial, con buenos narcosueldos y de otras fuentes no santas.
Es de agradecer entonces la definición del señalado ilegítimo vicepresidente por esa inusual confesión fijo simulacro electoralista, un factor determinante en la permanencia totalitaria de veintidós años en pues, la gris falsedad, el terreno movedizo ambiguo, aquel famoso y tenaz “Ni-Ni” y el “según vaya viniendo vamos viendo” (que en realidad es “aprovechando”) de la politiquería, ha caracterizado la ex -Venezuela.
Regresan ahora con más énfasis los pretextos comprobadamente finalizados en rotundos fracasos, maniobras según las cuales no votar es un delito porque es un derecho sagrado y debe ejercerse a todo costo aun sabiendo que se trata de sufragios teatrales, fraudulentos, para conservar presuntos espacios que finalmente lograrán el triunfo libertario. Se llega incluso a comparar, para convencer, las luchas largas estadounidenses de los negros, las mujeres sufragistas hoy “Me Too” y de los homosexuales que culminaron en triunfos elocuentes. Pero no advierten cómo Estados Unidos hasta el momento sustenta su sistema democrático ejemplar precisamente en el acatamiento fiel a su Constitución fundacional y sus legales, legítimas enmiendas basadas en votaciones que sí eligen. Por cierto, algo que hoy los trumpistas desean eliminar propiciando mentiras subversivas, dudas peligrosas sobre el reciente comicio, que pueden dañar la firme columna constitucional del país hecho por minorías de todas las especies incluidas las políticas.
Así, Hugo Chávez calificó de “victoria de mierda” el rechazo de la mayoría votante a su propuesta de construir un Estado socialista en el referéndum constitucional de 2007 y sin el menor escrúpulo le dio la gana de complacer a Fidel Castro y construir su infernal Estado comunista militarizado. Igualmente, los cómodos asiduos de la “mediana transparencia” pasaron por encima de la muy legítima Asamblea Nacional electa en 2015, hoy expulsada de su recinto original, desmantelada por medio de sobornos y otras fechorías por el estilo desconociendo la legitimidad de los poderes judiciales, estadales y municipales que los adversan y sí fueron electos como manda la suprema ley.
El sabio lenguaje popular llama guabineo esta conducta delictiva que no cumple sus promesas y engaña al elector pirateándole su decisión, el tránsfuga personaje tradicional de la historia política venezolana que el humorismo exhibió siempre, desde el actoral del talentoso comediante Joselo, quien lo proyectó en algunos personajes durante sus primeros momentos de honesta conciencia allá por los años ochenta, alcanzó niveles de arte legítimo en la literatura de Aquiles Nazoa entre otros y el caricaturista eterno Zapata inmortalizó venezolanamente en el inmenso camaleón calzado con gigantescas botas militares. Ahora, estos activos practicantes del oportunismo bajo disfraz son oficializados sin doble actuación, imágenes sugerentes ni metáforas. Sin pena, vergüenza ni gloria. Con caras literalmente lavadas.
El castrochavismo es totalitario y por eso siempre prostituye el voto y lo sustituye sin tregua a través de esta clase de mercaderes sufragistas y políticos fracasados en forma sistemática, fichas que viven de la politiquería parasitaria y se manifiestan sin rubor con idénticas declaraciones clichés durante dos décadas. Algunos, muy pocos, se han retirado a tiempo de las ofertas solicitando disculpas públicamente.
El desesperado deseo del chavomadurismo 2021 castrista es prolongar en la sobreviviente sociedad ya bastante disociada, más enfermedades, hambre, todas las ruinas, genocidio a fuego lento votacional, llegar así con supuestos acuerdos hasta noviembre para consagrar su falsa reelección regional partidista, como siempre apoyado por habituales militantes de la “mediana transparencia” para que la inefable Noruega los apruebe… eso se llama, sin ambages, tramparencia criminal. Y ya no goza del borrón y cuenta nueva porque, a pesar de la hambruna, sus víctimas ya no comen cuentos.
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