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Qué Caro sigue todo, querido Antonio

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Antonio Caro ha permutado recientemente de un estado a otro de la materia. Su energía vital de artista infatigable se ha reinventado una vez más el pasado 29 de marzo. Caro fue un ser único e inclasificable como individuo y como artista. De conceptual podríamos catalogarlo, mas no hay comparables en el medio artístico colombiano o latinoamericano a su carrera artística, simple en su genialidad. Leer las palabras, breves y exactas de Caro, es de alguna manera como escucharlo y verlo moverse, tan distraído y presente al mismo tiempo.

Antonio nació en Bogotá, Colombia, el 10 de diciembre de 1950. Siendo aún un jovencito, le impactaron profundamente las obras y enseñanzas de Bernardo Salcedo, otro artista bogotano una década mayor que él. Salcedo también tuvo una carrera significativa dentro del conceptualismo y su influencia en el joven Caro no tardó en prender. Ya por finalizar la década de 1960, Caro decide matricularse en la Universidad Nacional de Colombia. Ni un año permaneció allí; contrario a los convencionalismos y disciplinas académicas, el espíritu libre y rebelde que sería siempre prefirió aprender haciendo, y esta filosofía empírica fue esencial en toda su carrera.

En 1970 presentó un busto modelado en sal del entonces presidente colombiano Carlos Lleras Restrepo, que destruyó disolviéndolo en agua en presencia del público. La acción, de carácter performático, resultó ser la verdadera obra. Sobre este suceso, protagonizado por un Antonio Caro de 20 años, diría el crítico de arte Alegre Levy que «se inundó el salón». Esto mostraba su interés por participar, de manera crítica e irónica, en los asuntos que involucraban el acontecer social y político de su país.

Al año siguiente participó en la Bienal de Artes Gráficas de Cali, Colombia. Para esa ocasión, protagonizó otra acción contestataria y muy polémica, al regalar al público asistente unos 2000 dibujos, piezas originales y únicas, y lo hizo precisamente en un evento de grabado, donde ninguna de las piezas impresas tenía semejante cantidad de ediciones. La acción de Caro tenía como objetivo la democratización del arte, desafiar las estructuras del mercado y poner en crisis los conceptos tradicionales de la cultura de élites.

Durante los años 1970 y 1980 continuó empleando en su obra cuanto material o soporte consideró oportuno, sin reparar en métodos preestablecidos o limitaciones de cualquier índole. Postales, carteles, afiches, materiales encontrados, paredes, suelos, cualquier recurso o plataforma era susceptible de emplearse como parte de una obra de Antonio Caro. Por citar apenas algunos ejemplos ilustrativos de sus obras de aquellos años: en una pieza de 1972 escribió en una pared de una galería los nombres de los estudiantes y miembros de la comunidad Guahibo asesinados por las fuerzas policiales mientras protestaban públicamente; también en 1976 en su obra Colombia/Coca-Cola asoció el nombre de su país con la tipografía de la propaganda de Coca Cola, en señal de protesta por el creciente auge económico de las multinacionales y su efecto devastador en la sociedad y economía colombianas…

El amor a su país quedó plasmado en una obra suya de 1984, un pequeño cuaderno llamado Colombia, en el que a modo de diario recogió objetos tan disímiles como promociones de la Coca Cola en Cali o de la cerveza Pilsner, un ticket de entrada al zoológico de Medellín,  un poster de una corrida de toros en el poblado indígena de Sibundoy, y otros dos de sus posters de denuncia social con textos y cifras informativas, una foto de dos hombres de distinto color de piel conversando en un portal humilde bajo una bandera colombiana, dos boletos de ida y vuelta de Bogotá-Pereira, dibujos de plantas de maíz y de petroglifos, y muchos otros elementos que ejemplifican no solo aspectos diversos de su obra, sino además su acucioso estudio y abordaje del tema colombiano, en sus aspectos identitarios, étnicos  y socio-políticos. Cada recorte, ticket, fotografía u objeto recolectado en este cuaderno, tiene una narrativa, un profundo significado que de conjunto ofrecen una visión indeleble de Colombia.

La crítica a las desigualdades sociales, las contradicciones de los políticos, y su cercanía a la gente sencilla condujo su obra en dirección contraria a muchos de sus contemporáneos: su objetivo no fue inspirarse en la calle para hacer arte de galerías, sino llevar la galería a la calle, y crear un arte que se pareciera tanto a la vida cotidiana, que casi se fundiera con ella. A partir de 1990 dedicó la mayor parte de su tiempo y esfuerzos a realizar sus Talleres de Creatividad Visual, con personas de todo tipo de educación y estrato social, que lo llevaron a comunidades de diversos lugares, en Colombia, Ecuador, Brasil, etc… La tesis que pretendía demostrar, y a la cual fue fiel siempre, es que la creatividad no es un asunto elevado o de élites, sino que cada persona, por simple o humilde que sea, y cualquiera que sea su ocupación, tiene la capacidad innata de crear algo, de apreciar la belleza en sus propios términos, y que alguien debía ayudar a canalizar esa capacidad inexplorada.

Entre los reconocimientos que recibió su obra estuvo una Guggenheim Fellowship en 1998, y también en 2002 la retrospectiva de obras suyas de 1970-2002 que se presentó en Cali, Colombia y Quito, Ecuador bajo el nombre TODO ESTÁ MUY CARO, haciendo referencia a una obra suya ya clásica, en la que establecía un juego de palabras con su apellido, a la vez que criticaba la pobreza y escasez generada por la mala gestión económica del gobierno. También en el año 2013 nuestra Fundación Para las Artes Cisneros Fontanals (CIFO), con todo mi apoyo, le otorgó a Caro el Premio de Artista Consagrado, por su trayectoria, y dicho premio tuvo el propósito de permitirle producir un libro de autor, titulado Lobo, donde recogía, en sus palabras sencillas y a la vez conmovedoras, algunas de sus memorias más preciadas de los Talleres.

A él y otros exponentes del conceptualismo en Latinoamérica les dedico diversos espacios en mi canal de YouTube y mi website.

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