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Un Mundo de Aldeas: Los Padres

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Continuamos nuestras reflexiones sobre el mundo y el tránsito de las ciudades a aldeas en el curso de los próximos 50 años

Venezuela sufre una triple crisis: la económica, la pandemia que durará varios meses y dejará severas huellas, y la política, con un régimen dictatorial y las vocaciones y organizaciones políticas confundidas o divididas.

No es un panorama, es la ausencia de panorama.

Los estudios Encovi traen cifras y situaciones que nos colocan entre los países más pobres y hambreados del mundo, con una alta proporción de la población dedicada a la economía informal o dependiendo de empleos gubernamentales con salarios miserables que buscan complementarse con ingresos informales, ahora difíciles de sacar de lo que la pandemia va dejando. A eso hay que agregarle lo del éxodo, lo de millones de personas que se han ido en busca de sobrevivir en otros países.

En esas condiciones, ¿cómo podemos abordar el papel de los padres en familias y comunidades?

En Venezuela los conceptos y valores sobre la paternidad vienen desde una tradición más bien idílica y religiosa del padre como sostén, ejemplo y autoridad –no pocas veces machista–. No obstante, la condición petrofílica, rentista del país y la precipitada migración del campo a las ciudades impidió que ese cuadro de valores –más bien campesinos– se estabilizara y en su lugar se generará una dependencia de los ingresos petroleros, tanto en sueldos directos como de trabajos y empleos creados a partir de esos ingresos, tres grupos: empleados del gobierno directa o indirectamente, trabajadores informales y una pequeña porción de empleados en la empresa privada.

Un marco socioeconómico vertiginoso que tenía que repercutir o disolver los valores y funciones de los padres en la familia y la sociedad.

Esa situación, ya de por sí confusa o de referentes no logrados o perdidos, se agrega a la bancarrota petrolera y al conflicto de caudillos rotos o no logrados. Tres caídas: la socioeconómica, la política y la pandémica: más que suficiente para extraviar, más aun, el ya extraviado rumbo de los campesinos migrantes de principios del siglo XX.

En esas condiciones tenemos que volvernos a preguntar sobre el papel y la función de los padres y sus presencias o ausencias, tanto en la familia como en los juegos sociales.

Tenemos mucha literatura, catecismos y cartillas sobre lo que los padres han tenido que hacer o representar, pero ¿son esos ejemplos o historias lo suficientemente sólidas como para sobrevivir en esta triple crisis? ¿Pueden los padres actuales ejercer sus funciones y ejemplos?

¿Y los hijos? Sus expectativas no son estables ni lineales. Por tiempos irán hacia la madre en una demanda y lenguaje de expresiones más físicas y si eso queda asegurado, la vista podrá elevarse buscando referentes para un futuro que podrían venir del padre, incluso cuando él ya se haya marchado y, en unos años más tarde, de los amigos, compañeros y de todo su juego social.

No es difícil evaluar y, más aun, proponer. No obstante, es necesario acercarnos a esa relación humana inevitable y necesaria.

Pareciera comenzar a aclararse un valor alternativo que propone a la familia como un grupo de autoridades compartidas que se sobreponen. Unas madres que trabajan tal como los padres y que tienen que salir de la casa. Unos hijos, (ahora fuera de las escuelas) que tienen acceso directo o indirecto a la nube, al hipermundo digital en el que las verdades, lo imaginario y lo cierto corren con ventajas irrebatibles.

Si algo podemos proponer está vecino a lo que ya hemos adelantado en estos escritos como pedagogía, como aprendizaje por problemas en sustitución de la enseñanza leccionaria, que asume verdades o normas irrebatibles a ser memorizados, como las de un padre autoritario, ejemplar, vertical.

Una familia que se construye en un ambiente de trabajo, obligaciones y decisiones compartidas y en la que el padre, sin abandonar las características que vienen de su sexo y notas físicas, participa.

Son logros y cambios que deberán ser parte de un proyecto nacional, de una voluntad compartida que habrá de ser progresivamente construida: escuelas, universidades, empresas privadas y públicas, medios de comunicación, actividades de calle, redes, artes, deportes.

Ahora es tiempo de arrancar, desde este doloroso piso de carencias.

La aldea

No podemos sino pensar que dentro de 50 años ese des panorama habrá cambiado y podremos tener una Democracia profunda en la familia y en los entornos sociales. La aldea, cultivará valores correspondientes a una mayor proximidad vecinal, amistad y apoyo mutuo en otras dimensiones de comunicación e intercambio. El trabajo y su gestión estarán establecidos y realizados a distancia y las funciones y valores familiares vendrán, indistintamente, de madres o padres en tiempos de disfrute íntimo mucho mayor, cuando las jornadas de trabajo, realizadas por autómatas o robots, serán mucho más cortas que las actuales.

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