Hace pocos días fue nombrada una nueva directiva del Consejo Nacional Electoral, bajo el paraguas de un acuerdo que, si bien no fue integral, sí contó con la participación de algunas organizaciones políticas y de la sociedad civil, así como de algunas instancias a nivel internacional. Un acuerdo, digo, que ciertamente no fue lo variopinto que debiera, pero que resulta un hecho nada menor en un país que apartó esa palabra de su diccionario político, aún en estos tiempos de pandemia que obligan al consenso y a la solidaridad.
Aguacero en la oposición
El nuevo CNE no es, desde luego, aquel cuya imparcialidad queda establecida claramente en nuestras normas. Sin embargo, en medio de las circunstancias tan hostiles que pautan la política venezolana, atrapada por el autoritarismo gubernamental y la debilidad opositora, insólitamente destejida, es, seguramente, el mejor CNE posible. El exrector Vicente Díaz, quien sabe de estos asuntos, opinó que esta directiva es la más imparcial que ha tenido el organismo durante los últimos veinte años.
Obviamente, lo anterior generó una tormenta en la oposición. Una parte importante de ella desconoce su designación y estima que con ese árbitro no se puede llevar a cabo un proceso eleccionario. Alega, en particular, que se han incumplido las normas y que las mismas tienen un pecado de origen que se remonta a los últimos comicios presidenciales, y por supuesto no reconoce como de su lado, a los rectores escogidos como opositores. La nuez del asunto es, entonces, que dado el perfil no democrático del gobierno, las elecciones significan un salto al vacío.
El humor político del país
De un buen tiempo para acá, las encuestas más fiables, al igual que la percepción de cualquiera que vaya por la calle, recogen el mal humor político de los venezolanos. Una mayoría determinante de ellos, en torno a 80%, no oculta su malestar, por calificarlo de manera suave, con un gobierno arbitrario, con poco respeto por la institucionalidad, copia de un populismo que, bien sea de derecha o de izquierda, abarca a una gran porción del planeta, forzando a repensar la democracia, a la luz de las complejidades de la época actual.
Autoritario, dije, pero a la par muy desatinado, sin brújula, al momento de encarar las dificultades nacionales, dejando en muchos la sensación de que efectivamente estamos mal, pero y (ojalá que no), vamos peor, según habría dicho el recordado Teodoro Petkoff. En fin, lo cierto es que los indicadores que trazan nuestra situación son lamentables y han hecho de la vida de los ciudadanos una cuestión que bordea la sobrevivencia, no en balde más de 5 millones de ellos han preferido irse a otra parte.
Los datos dejan ver, así mismo, un enorme desinterés respecto a la política, al igual que por sus dirigentes y partidos más importantes, sea cual sea su inclinación. En ambos casos el desgano se manifiesta en cifras de respaldo muy bajas, de apenas un solo dígito. La única figura que sobresale es la de Hugo Chávez, presente en la memoria colectiva, endulzada por la nostalgia que, como se sabe, es mentirosa y en este caso pasa por alto que a su gestión se le empezaron a ver las costuras, al bajar los precios del petróleo. Por otro lado, casi nadie ve ni lejanamente una réplica de él en el liderazgo del chavismo-madurismo.
Aprovechar la rendija
Si se me permite una afirmación general, que puede ser injusta en algunos casos, el agobio del venezolano no es un tema que encuentre presente en la agenda de nuestra dirigencia política. Para su tragedia no hay una propuesta que despeje el horizonte. Huelga advertir que en tal escenario, las elecciones lucen casi una extravagancia y el voto se mire como un acto inútil.
Sin embargo, el nuevo CNE es una noticia positiva. Representa un respaldo, no suficiente, pero tampoco desdeñable, a la institucionalidad electoral. Es una buena señal y habrá que cuidar que la misma sea respetada en el resto del camino. En lo que concierne a lo específicamente electoral, está pendiente la tarea de fijar un cronograma para los comicios, restablecer el derecho de los partidos políticos a utilizar sus símbolos, la habilitación de los líderes opositores, la observación electoral (nacional e internacional), las auditorías técnicas y la actualización del Registro Electoral, prestando cuidado especial al voto de los venezolanos que se hallan en el exterior.
Pienso que la oposición debe presentarse unida a la cita electoral, consciente de que hay, reitero, un arbitraje más equilibrado (más potable preferirían decir algunos), pero reconociendo que lo decisivo es entender y convencer a una colectividad que aspira a un cambio y no la identifica como opción. Sería pasar de ingenuos creyendo que el gobierno se la va a poner fácil, pero como se aprende en el deporte, el rival no se escoge. Y con una participación masiva no hay réferi capaz de alterar los resultados y anular la victoria del que triunfe.
Según Perogrullo, quien suele tener razón, la clave es que se presente unida en las urnas, enviando el mensaje de que vale la pena votar.
¿Qué diría Einstein?
Con el debido respeto a Guaidó, desde su juramento como presidente son muy pocas las cosas que se han modificado. La ruta escogida, mantenida con algunas variantes por varios años ha puesto en evidencia que por esa vía no es. Han faltado nuevas ideas y la abstención y la falta de unidad han brindado espacio a procesos electorales con un juez totalmente parcializado y prácticamente sin que el gobierno tenga rival.
Se debe aprovechar esta grieta electoral, es una ventana de oportunidad. Obvio que es itinerario no es el único ingrediente del menú político, pero en este momento es el que se encuentra en la carta y cabe apostar que a ciencia cierta irá mostrando la posibilidad de que se den otras iniciativas. Hay, así pues, que recuperar la política a partir de la realidad, no de un discurso que no la confronta.
En suma, palabras más, palabras menos, Einstein recomendaría no hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados.
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