Esa mañana del martes 4 de mayo, una vez confirmada la visita que realizaría al Palacio de Miraflores el famoso actor y experto en artes marciales, Nicolás llamó a uno de sus edecanes para repasar los detalles protocolares correspondientes. En un momento dado, ya habiendo bien pensado el guion que ejecutaría más tarde, rememoró la imagen de su difunto mentor, en un ya muy lejano febrero de 2010, en la que Chávez mostraba la tan manoseada espada del Libertador Simón Bolívar –que había ordenado sacar de la bóveda del Banco Central de Venezuela– como parte de uno más de sus tantos espectáculos públicos. Maduro no pudo recordar exactamente el motivo de aquella ocasión.
Lo cierto es que la escena de hace una semana donde aparece Nicolás Maduro recibiendo una espada samurái de manos del descendiente de judíos rusos, Steven Seagal –empuñándola y bromeando con movimientos copiados seguramente de los tantos filmes que habrá visto junto a la primera combatiente–, representa uno más de los actos salpicados de simbolismo y arrogancia que el régimen ha sabido siempre transmitir, y que es parte esencial de su estrategia comunicacional diseñada por Jorgito Rodríguez y los estrategas de Cuba y el Kremlin.
Es difícil adivinar los pensamientos que ese día el representante especial del Ministerio de Exteriores ruso escondía tras su rostro sonriente de expectante curiosidad. Lo único que se pudo observar fue esa especie de fascinación extraña que experimentan muchos de los famosos al encontrarse frente a frente con la figura de un folklórico dictador bananero. En todo caso, la verdad es que la fotografía de estos dos personajes en el centro-oeste de Caracas es una prueba más de la importancia que le asigna el gobierno ruso a su relación estratégica con el régimen venezolano.
Por tanto, la visita de quien funge asimismo de representante especial de Putin para las relaciones culturales con Estados Unidos desde el año 2018, se produce en el marco de esa agresiva política de penetración y diplomacia “asimétrica” rusa, siempre deseosa de expandirse en nuestro continente aprovechando la plataforma segura que ofrecen Caracas y La Habana, y como una más de las tantas tácticas distractoras de Nicolás Maduro. No por casualidad tuvo lugar el mismo día en que el Parlamento ilegítimo chavista nombraba a una nueva directiva (5 miembros) del Consejo Nacional Electoral, dos de los cuales, si bien asociados a un sector de la oposición, son considerados ajenos a la visión del presidente interino Juan Guaidó.
Calculado o no, el nombramiento de los nuevos rectores del CNE durante la estancia de Steven Seagal en Venezuela, forzaron las declaraciones de Julie Chung, titular interina de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de Estados Unidos, quien señaló que su gobierno “apoya una solución integral y negociada a la crisis en Venezuela que aborde todos los aspectos de las condiciones necesarias para unas elecciones libres y justas”; agregando que “depende de los venezolanos decidir si el nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) contribuye a ese fin”.
El pronunciamiento de la alta funcionaria del Departamento de Estado ha generado algunos comentarios sobre la posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos se estaría abriendo a una suerte de solución negociada, sin la condición previa exigida por la administración anterior de Donald Trump de que Nicolás Maduro abandonara el poder. El otro elemento arriba señalado, parecería dar a entender que corresponderá a un entendimiento entre venezolanos la aceptación o no de las nuevas autoridades electorales, un inesperado y sorprendente enfoque que soslaya el abultado desequilibrio de poder que existe entre un omnipotente régimen represor y el desvalido y mayoritario país opositor.
Cierto es también que mientras Maduro y sus altos funcionarios se deleitaban con la presencia del enviado especial de Putin en Caracas y Canaima, se seguía viviendo un momento de especial efervescencia en Colombia por las masivas protestas que siguen teniendo lugar desde el pasado 28 de abril.
La vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, prescindiendo de las formas diplomáticas, se refirió la semana pasada a una supuesta intervención del régimen de Nicolás Maduro en la situación de caos que vive su país, retomando gran parte de los argumentos esgrimidos por el presidente saliente ecuatoriano, Lenin Moreno, quien, durante su reciente intervención en el foro “Defensa de la Democracia en las Américas”, organizado por el Instituto Interamericano para la Democracia (IID), aseguró que tras examinar informes de inteligencia de las autoridades de su país, y consultas con su colega Iván Duque, se había llegado a la penosa conclusión de una indebida injerencia de la dictadura venezolana en la situación de caos del vecino país. Una preocupación a la que se sumaron las declaraciones del ministro de Defensa, Diego Molano, sobre la constatación de la participación de venezolanos en actividades de vandalismo y bloqueos de vías vitales.
Muy contento en sus despachos de Miraflores y el Fuerte Tiuna, Nicolás Maduro mantiene un riguroso seguimiento diario a los acontecimientos en su negada tierra natal. Escucha con malicia las angustiadas declaraciones de la vicepresidenta Ramírez sobre lo que ella llama una clara estrategia contra Colombia, “perfectamente planeada, financiada y ejecutada”, con el fin de destruir su democracia. Recuerda con regocijo sus palabras durante el evento de clausura del XXV Foro de Sao Paulo celebrado en julio de 2019, en Caracas, con las que descaradamente daba la bienvenida a Venezuela a los prófugos dirigentes Jesús Santrich e Iván Márquez de las hoy día disidencias de las FARC-EP, Segunda Marquetalia, ya entonces ocultos en Venezuela con el conocimiento de las autoridades colombianas.
Seguro y cómodo se encuentra, pues, el señor Maduro luego de la visita del enviado de Moscú. Complacido por esa muestra más de apoyo y fortalecimiento de las relaciones entre Rusia y Venezuela, bajo la concepción del régimen de una “diplomacia bolivariana de paz”. Pensando nuevamente en su comandante difunto, puede que Nicolás desestime de ahora en adelante aquella consigna de: “Alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina”. Y es que tal vez la catana que le obsequiara su nuevo mejor amigo puede que lo entusiasme un poco más.
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