Seagal es un tipo extraño. Maestro cinturón negro en aikido, practicante del budismo tibetano, vegetariano y animalista, sheriff voluntario en Luisiana, guitarrista de su propia banda de blues y protagonista de un reality show que lleva su nombre.
Pero al mismo tiempo es una estrella decadente del cine, actor problemático detrás de cámaras y admirador confeso de Vladimir Putin. Además, está acusado por numerosas mujeres de haberlas violentado psicológica y sexualmente, sin que hasta el momento se haga cargo de sus señalamientos.
Por eso no debe sorprender que el último martes haya aparecido en el palacio presidencial de Miraflores, en Caracas, para regalarle una espada samurái a Nicolás Maduro.
Seagal, con evidente sobrepeso y su popular cola de caballo, llegó hasta el país como representante especial del Ministerio de Exteriores de Rusia. Y es que funge como una suerte de embajador cultural para Putin, quien en noviembre de 2016 le concedió la nacionalidad rusa. Entre otras cosas, Putin y Steven Seagal comparten la afición por las artes marciales y el gusto por exhibir sus dotes físicas.
Al actor estadounidense, que dentro de pocos días cumplirá 70 años, la fascinación por estos deportes le viene desde la adolescencia, cuando empezó con el karate. Pero fue a la edad de 17 que se mudó a Japón, aprovechando el trabajo de su padre en las fuerzas militares. Y allí desarrollaría plenamente su formación.
Llegó incluso a casarse con la japonesa Miyako Fujitani, otra maestra de aikido, y fundaron su propio dojo (el espacio para la práctica y enseñanza de artes marciales).
Breve estrellato
Fue en los 80 cuando Seagal comenzaría a coquetear con el cine, primero como coreógrafo de escenas de acción, y luego como actor. Recién en los años 90 sus primeros papeles estelares. Por ejemplo, las dos entregas de Alerta máxima (en 1992 y 1995) y El último patriota (1998).
Seagal se caracterizó por un estilo frío y sobrio en la pantalla, sin la espectacularidad de los Chuck Norris o los Jean-Claude Van Damme. Y aunque gozó de fama y figuración, le duró poco. Hacia los 2000 los parámetros de la industria cambiaron y Steven Seagal tuvo que conformarse con papeles para la televisión o el video-on-demand.
En cambio, más se hizo notar su controversial actitud en los rodajes. Sean Connery, por ejemplo, contó que Seagal le fracturó una muñeca mientras lo entrenaba para la película Nunca digas nunca jamás, de 1983. En otro episodio, John Leguizamo reveló que fue agredido por el actor, que luego hizo una rabieta por una escena que no coincidía con su ego. Y varios miembros del elenco de Saturday Night Live indicaron que su paso como invitado del programa en 1991 fue sumamente desagradable.
Señalamientos
Más graves aún han sido las ya mencionadas denuncias por abusos. En 1998, la actriz Jenny McCarthy confesó a una revista que Seagal quiso forzarla a desnudarse en un casting, pese a que el guion que trabajaban no lo exigía así. La acusación fue prácticamente ignorada en su momento.
Luego aparecieron más acusaciones: en 2017, Julianna Margulies dijo que Seagal la citó en su habitación de hotel y la intimidó con una pistola. Un año después, la también actriz Regina Simons lo denunció por violación cuando ella tenía apenas 18 años de edad, a comienzos de los 90.
Finalmente, Faviola Dadis se sumó a las denuncias al señalar que el actor le hizo tocamientos indebidos cuando ella era menor de edad.
Más ocupado en su extraña labor diplomática en favor de Putin, Steven Seagal ha concedido poquísimas entrevistas y se ha negado a responder a las serias acusaciones en su contra. En 2018, cuando fue invitado al programa Newsnight de la BBC, el actor fue confrontado por la presentadora Kirsty Wars, quien le pidió su descargo a las denuncias. Lo único que hizo Seagal fue quitarse el auricular y abandonar la entrevista.
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