En 2017, el polémico Damien Hirst volvió a la palestra con una exposición de objetos encontrados en el fondo del mar. La presentó en Venecia y cumplió con el propósito de dividir las aguas de la crítica.
En paralelo, el autor británico realizó un documental para explicar el contenido de su hallazgo arqueológico.
El filme lleva por título Treasures from the Wreck of the Unbelievable y puede apreciarse en el portal Netflix.
La película cuenta el origen de la investigación y su posterior montaje en una sofisticada galería de la ciudad de los canales, buscando establecer asociaciones entre el pasado y el presente de la estética.
De acuerdo con la narrativa de la cinta, un grupo de científicos descubre el botín de un antiguo naufragio.
La excavación, en el océano Índico, permite recuperar una serie de reliquias acumuladas por un esclavo convertido en coleccionista de lujo, durante el siglo I y II.
Según reza la leyenda, el comerciante Cif Amotan III de Turquía logró trasladar 200 piezas en una suerte de arca devenida en museo de los siete mares. Pero una tormenta se interpuso en el camino del visionario aventurero y su embarcación colapsó, siendo devorada por las olas.
Años después, en el tercer milenio, Damien Hirst cumple un papel de mecenas y curador, al invertir en el proyecto de rescatar el patrimonio cubierto de salitre, arena y un espeso banco de corales.
La excavación se realiza con tecnología de punta. Buzos y grúas van extrayendo cada uno de los increíbles monumentos de una época remota.
Vemos cráneos de elefantes, estatuas y esculturas. Finalmente, el legado se exhibe en un sofisticado recinto. Acto seguido, la cámara flota alrededor de los visitantes y las maravillas de otros tiempos.
A lo largo del recorrido, el espectador sospecha de la veracidad del relato, inspirado en la mitología clásica, el surrealismo y la literatura de Julio Verne. En el epílogo, las imágenes pop develan cualquier duda. Aparece hasta una réplica de Mickey Mouse vestida con implantes de un arrecife.
Presenciamos un falso documental sobre la última quimera de oro de Damien Hirst para regresar a las primeras planas de los tabloides.
En total, la producción tuvo un costo de 60 millones de dólares. Un presupuesto equivalente al de un blockbuster.
En efecto, el juguete kitsch del niño terrible parece una parodia, muy académica y culta, contra el cine de James Cameron y National Geographic. En el mismo tono se le responde a la legitimidad de las exploraciones y las reconstrucciones del Titanic.
La broma del filme resulta y funciona porque entraña la idea del humor negro en serio, tal como le gustaba a Pedro León Zapata.
Los venezolanos, como siempre parejeros e igualados, recordaremos los aportes criollos de Otrova Gomas en El jardín de los inventos.
Seguramente, Treasures from the Wreck of the Unbelievable dialoga con los grandes hitos del género del reportaje ficticio y la manipulación creativa de la metodología periodística.
Así pues, llegamos a percibir una relación con los trabajos de Orson Welles (F For Fake), Luis Ospina (Un tigre de papel), Woody Allen (Zelig), Werner Herzog (Incidente en el lago Ness), Banksy (Exit Through the Gift Shop), Andy Warhol y Joan Fontcuberta.
Por supuesto, los entendidos condenarán el acabado plástico del despliegue de medios como el espejismo de un vendedor de ilusiones de parque temático.
A la purista Avelina Lesper y al Vargas Llosa menos posmoderno, el espectáculo del dueño del circo se les antojará la arbitrariedad prescindible de un estafador.
El vaporoso de costumbre pegará el grito al cielo, invocando las luces perdidas y ahogadas por el tímido reflejo de los iconoclastas de hoy en día; clones de Duchamp en permanente conquista del factor fama.
Ahora el ready made debe competir con las gestas de una hazaña colosal, en modo de estreno en formato 4DX, para despertar la atención del mundo millenial hiperestimulado, 24 por 7. Ya no es suficiente con un urinario y la firma de un seudónimo.
El atentado simbólico, si ello existe en la contemporaneidad, requiere de asestar un golpe publicitario e informativo, torciendo los hechos a su antojo.
De tal manera surgieron los liderazgos piratas del populismo digital.
En las redes tenemos a explotadores de las bombas de la farándula, como Irrael Gómez y su séquito de influencers.
En la política padecemos los shows de Trump y Maduro, cuyas secuelas son aterradoras.
Por fortuna, Treasures from the Wreck of the Unbelievable no enriquece ni empobrece a nadie, salvo a sus promotores. Su utilidad radica en ayudarnos a cobrar conciencia de la naturaleza de las trampas y las artimañas en proceso de escenificación por vía de un contagio viral. Por ejemplo, no sea usted víctima de un fraude como Camarada Picasso, instrumentado por Ernesto Villegas.
El arte de la posverdad se paga caro.
Ahí está la subasta de Banksy, con su cuadro cortado tras la venta, para refrendarlo.
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