Pertenezco y dirijo a un grupo de artistas quienes son cocineros, músicos y cantantes. Tengo el honor de ser su jefe porque ellos me acompañan en mi show humorístico. El grupo se llama: “Los Espectaculinarios”, porque hacemos un espectáculo que se come. Allí cocinamos, cantamos, nos reímos y hacemos reír. Tenemos muchísimos años juntos y poseemos el récord por haber elaborado, en un sartén de tres metros de diámetro, el arroz más grande de Venezuela. Dicho arroz lo hemos preparado también en Acarigua, en el Parque del Este y hace como 12 años en la isla de Margarita, en donde llegaron a comer más de 1.500 personas.
Pero el cuento de hoy no es de arroz ni de música. No. Les voy a narrar algo insólito que nos ocurrió en una excursión que hicimos al Parque Nacional El Ávila cuando la afamada diva y voluptuosa cantante Violeta Alemán nos convenció de buscar un pozo de agua prístina que hay en lo alto de la montaña a la que se le atribuyen propiedades milagrosas, así que con esto de la COVID-19 decidimos ir al cerro subiendo por un camino que comienza en Terrazas del Ávila.
En lo personal, soy escéptico con eso de creer en curaciones milagrosas, rezos, meditaciones, imposiciones de manos o en aguas mágicas. Yo solo creo en la medicina de verdad, la aspirina y la penicilina. Pero, volviendo al cuento, después de una caminata intrincada y extenuante bajo una pepa e’ sol en donde cualquier tipo de insectos me picaron y fui rasguñado con cuanta mata rara inimaginable existe, me pregunté en silencio: “¿por qué subir a pie si existe el teleférico?”. Pero seguí caminando. Por fin llegamos al fulano pozo y terminó el calvario. El lugar era bonito y había una fresca cascadita de lo más lúcida.
Bayo Gabriel y Violeta, quienes tienen conocimiento profundo de brujería, nos pidieron que en silencio nos sumergiéramos en una especie de profunda meditación. Ellos, como si fueran gurúes de una extraña religión, comenzaron a dirigir las actividades sanatorias. Lo primero fue tomarnos de las manos y abrazar a los árboles para sentir la energía de la naturaleza mientras decíamos: “Te amo árbol… te amo árbol…”.
Me sentía ridículo haciéndolo, pero igual lo hice para que no me dijeran rompe grupo. Después tuvimos que despojarnos de nuestras ropas y quedarnos en traje de baño o en ropa interior. Rhode, Frederick el esqueleto, Rosa María, Milo y Andrés Barrios se quitaron toda vaina y quedaron chinos en pelota, como los del programa Supervivientes al desnudo. Nuestro director musical, el maestro Gregory Antonetti; Carlitos, Jaime y yo quedamos en ropa interior. Mariangely, mi asistente, se quitó el sostén y quedó con un hilo dental fabricado con tela de tigre. Bayo Gabriel traía puesto un bóxer escarchado y Violeta vestía una bata de lino transparente sin nada abajo.
Así, chinos y medio chinos en pelota, seguimos con el ritual.
—¡Oh, naturaleza! –Bayo Gabriel exclamó– ¡Venimos a limpiar nuestras impurezas! ¡Danos fortaleza!
Violeta, con los brazos extendidos hacia el cielo y con su potente voz lírica, dijo: “Repitan todos conmigo: naturaleza, recíbenos con amor. Salvemos a las ballenas, los pulpos y los delfines. ¡Lechuga sí, carne no!”.
Y nosotros, como unos bolsas, repetíamos todo.
—Ahora –continuó ella– uno a uno vamos a pedirle perdón al agua por entrar a sus linderos y sumergir nuestros pútridos cuerpos en su transparencia… espíritus de Carlos Fraga, Elba Escobar y Belén Marrero, ¡ilumínennos! Vamos a sentir que la purificación arropa nuestras almas… Respiren, exhalen… Lento, lento… Muy lento…
Rhode y Rosa María, con sus impúdicos pero esculturales cuerpos, fueron las primeras en entrar al agua. Lo hicieron en silencio y agarradas de las manos. En fila india, les siguieron Andrés Barrios y Milo, también en silencio y con los ojos cerrados.
Yo traté de sumergirme rápidamente en el agua porque los zancudos me estaban comiendo vivo, pero Violeta me paró en seco e imperativa, casi hipnótica, me dijo:
—¡Detente, impío!… Aún no… Deja que el agua sagrada purifique esos cuerpos incrédulos.
Carlitos, chorreado de frío y protestando, dijo:
—Pero, Violeta… ¡Yo quiero entrar!
Ella lo miró fijamente. Tajante, respondió:
—¡No! –sin apartar la vista de sus ojos, añadió– ¡Ni se te ocurra! Tú aún tienes vestimenta. ¡Tendrás que desnudarte!
No había terminado de decir eso cuando Carlitos Jorgez ya se estaba quitando su calzoncillito azul para meterse al agua. A él le daba pena su miniatura y para justificar comentó: “No… no entiendo. Él nunca está así. Fue el frío que lo puso chiquitiiicooo…”.
Cuando estábamos todos en el agua, Bayo Gabriel, con un tabaco encendido hacia adentro, nos hizo un despojo mientras nos golpeaba con unos ramos de cilantro fresco. Estábamos en eso cuando, transcurridas como dos horas, nos dimos cuenta de la presencia de un polvillo grisáceo que flotaba cerca de la cascada.
—¡Claudiooo…! –gritó Violeta– ¡Qué suerte! ¡Muchachos, este es el barrito curativo del que les hablé! Aprovechémoslo que no siempre se consigue.
Dicho eso nos zambullimos en el pozo con gran alegría. En un envase recogí todo lo que pude y froté de manera enérgica el polvo milagroso sobre mi cuerpo. Todos hicieron lo mismo con gran entusiasmo.
—¡No sean agalluuos…! –protestaba Andrés Barrios– ¡Compartan!
Fue así como nos embadurnamos y luego nos acostamos bajo el sol porque, según Violeta, cuando el polvillo se seca en la piel es cuando hace más efecto. Parecíamos estatuas de barro.
De pronto, aparecieron unas personas quienes, abatidas y sollozando, bajaban del cerro. Una señora con rostro compungido nos contó que acababan de cumplir con el último deseo de su abuelo: esparcir sus cenizas en un río del Ávila.
Miramos a Violeta y a Bayo Gabriel, primero con susto y luego con ganas de matarlos. Aterrados y dando alaridos, lo comprendimos todo. ¡Nos habíamos untado las cenizas del abuelo!
Todavía hoy, cada vez que nos bañamos, nos restregamos la piel con fuerza tratando de quitarnos a ese abuelo de encima.
Twitter: @claudionazoa
Instagram:@claudionazoaoficial
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