Del artículo de la semana pasada tengo pendiente con ustedes, en primer lugar, decirles qué fue lo que impulsó la evolución del enorme cerebro humano durante 2 millones de años. En segundo lugar, y a causa de tal evolución, conectar al Sapiens con el petro y concluir que la relación es disfuncional, ello aunque el gobierno intente imponerla y regularla a su favor mediante alguna ley.
Pues bien, por un lado, tenemos dos trabajos del zoólogo norteamericano Richard D. Alexander de la Universidad de Michigan: el primero titulado La evolución del comportamiento social (en Annual Review of Ecology and Systematics, 5:325-383, 1974) y el segundo titulado Cómo evolucionaron los humanos: reflexiones sobre la más única de las especies (en University of Michigan Museum of Zoology Special Publication, 1:1-38, 1990). Por el otro, tenemos el trabajo del neuropsicólogo inglés Nicholas Humphrey de la Universidad de Cambridge titulado La función social del intelecto (en Growing Points in Ethology, ed. P. P. G. Bateson and R. A. Hinde, Cambridge University Press, Cambridge, pp: 303-317, 1976).
Tales trabajos de Alexander y de Humphrey, sugieren que una de las razones por las cuales el cerebro humano se desarrolló, en tamaño y con celeridad, fue por la necesidad del ser humano de engañar y descifrar el comportamiento del prójimo, ello con la finalidad de cooperar.
Tal tesis también es recogida por Francis Fukuyama en el capítulo 10 de su libro titulado La gran ruptura: la naturaleza humana y la regeneración del orden social (Free Press, 1999). El mencionado capítulo 10 se titula “Orígenes de la cooperación” y aborda el tema desde una bien amplia perspectiva, comenzando por la genética, pasando por la reciprocidad y la necesidad de descifrar la humana conducta (los trabajos de Robert Axelrod y el dilema del prisionero), hasta llegar incluso a considerar las emociones (la irracionalidad) en el sopesar cooperativo.
Afirma Fukuyama que en un mundo constituido por ángeles (cooperadores) y demonios (oportunistas) los rasgos psicológicos más importantes para sobrevivir son aquellos que nos ayuden a resolver la multitud de dilemas del prisionero que se nos presentan en el día a día. Por ejemplo, dos de tales capacidades cognitivas y emocionales son, la primera, aquella que nos permite distinguir a un ángel de un demonio. La segunda, aquella que nos asegura que jugamos a la reciprocidad de manera consistente, es decir, recompensamos a los ángeles y castigamos a los demonios.
Ahora bien, más allá de la observación directa, la fuente más importante de información sobre lo confiable o no que resulta un individuo proviene de otros individuos que han interactuado con ella o él: una especie de memoria colectiva social que se va enriqueciendo a medida que incorpora interacciones. El chisme (o el drama, tal y como lo llamó Hans Rosling en su libro Factfulness) solo es posible a través del lenguaje, y este solo es posible en un cerebro desarrollado. El lenguaje es el medio para mentir, pero también es el medio y la herramienta para detectar la mentira. El lenguaje es único en la especie humana y tal capacidad se ubica, físicamente, en una gran porción del neocórtex, aquella parte del cerebro de desarrollo relativamente reciente.
En este contexto de cooperación, la confianza no es otra cosa que la expectativa de comportamiento honesto y colaborativo entre las partes, basada tal expectativa en reglas mutuamente compartidas y en instituciones mutuamente aceptadas y en lo que dicen los otros de nosotros o la historia de nosotros.
Con lo anteriormente expuesto, se hace evidente la trascendencia de la primera conclusión del trabajo de Satoshi Nakamoto publicado hace 10 años: “Hemos (plural) propuesto un sistema para transacciones electrónicas que no depende de la confianza” (Bitcoin: a peer-to-peer electronic cash system, 2008, Satoshi Nakamoto Institute: https://nakamotoinstitute.org/literature/bitcoin/).
Pues bien, más allá del tema del valor instrumental del petro (no tiene valor intrínseco ni en el sentido financiero ni en el sentido axiológico) y de su prohibición de uso en transacciones comerciales con entes norteamericanos por orden ejecutiva del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ni las instituciones ni las reglas que le dan origen son compartidas y aceptadas por la ciudadanía venezolana en conjunto: no hay confianza en tales instituciones ni en sus promotores, pues 19 años continuos de destrucción y fracasos en su haber apuntan a que siempre mienten y engañan. Eso sin considerar lo que dicen los “otros” (expertos) del petro.
En consecuencia, la cooperación plena, desde la perspectiva evolutiva, no es posible, pues atenta contra lo que somos como humanos. Adicionalmente, el petro y su proceso violan la regla fundamental sobre la que se sustenta una criptomoneda de “verdad verdad” como el bitcoin: el petro no es descentralizado y, en consecuencia y necesariamente, depende de la confianza. Para mal del gobierno y de manera paradójica, su propia codicia ha dejado el petro totalmente expuesto a la confianza.
Mi conclusión final es esta: cualquier cosa que dependa de la confianza de nosotros los ciudadanos en este gobierno y sus instituciones no funcionará.
Corolario: tampoco funcionará ninguna relación con aquella oposición percibida como oportunista, aquellos que el cerebro desarrollado del Sapiens ha denominado “falsones”.
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