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Felicidad y miseria

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De acuerdo con Viviola Gómez Ortiz, de la Universidad de los Andes (Colombia), en su publicación titulada «Richard Stanley Lazarus (1922-2002)», en la Revista Latinoamericana de Psicología, vol. 37, núm. 1, 2005, pp. 207-209, Richard Lazarus, psicólogo estadounidense, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de California en Berkeley, desarrolló una teoría caracterizada especialmente por su énfasis en el papel que tienen   las valoraciones   cognitivas en la constitución de las emociones y del estrés, fenómeno que consideró más un proceso que estado. Lazarus propuso que el estrés es un proceso de transacción entre una situación (interna o externa) que posee determinadas características y una persona que valora la situación en función de sus propias metas, valores, experiencia, etc.

Lazarus no fue ni el primero ni el único investigador que colocó sobre el tapete el concepto, pero sí fue quien difundió esta visión de manera internacional.

Un par de años antes de morir, Lazarus publicó “Stress and Emotion: A new Síntesis» (1999). Refiere Gómez Ortiz que a partir de los noventa Lazarus empezó a hacer más énfasis en el estudio y la teorización sobre las emociones y afirmó que el estudio del estrés era parte del estudio de las emociones y no al revés. Lazarus afirmaba que centrarse en las emociones durante el proceso de estrés ofrecía mayor cantidad de información sobre el proceso que ninguna otra variable. Afirmaba además que «los conceptos estrés, emociones y afrontamiento conforman una unidad conceptual, siendo la emoción el concepto supraordinal, porque incluye el estrés y el afrontamiento».

De hecho, en 1991 publicó «Emotion and Adaptation» en donde afirma que las personas se acostumbran a experiencias de vida positivas o negativas que conducen a expectativas favorables o desfavorables de sus circunstancias presentes y futuras. Lázaro señala el principio filosófico ampliamente aceptado de que «la felicidad depende del estado psicológico de fondo de la persona» y no se puede predecir bien sin hacer referencia a las expectativas de la persona.

Ahora bien y con relación a las expectativas, ¿qué hay sobre las de los venezolanos?

En las encuestas de coyuntura industrial de Conindustria se reporta el Índice de Expectativas Empresariales (IEE) que es el resultado del promedio ponderado (Índice Likert) de las respuestas a tres preguntas básicas presentes en dichas encuestas. Tales respuestas representan las expectativas de los industriales en tres niveles de análisis que van de lo general a lo particular: el país o la economía en general, el sector industrial al que se dedica la empresa, y la empresa como unidad de actividad económica.

La última encuesta publicada en el portal de la institución corresponde al IV trimestre de 2020. El IEE continua sin cambios en la región negativa y en retrospectiva y en los últimos cuatro trimestres, desde el primer trimestre de 2020 incluido, exhibe los siguientes valores: -50,0/-49,4/-50,0/-48,5. El lector puede apreciar que prácticamente no hay diferencias entre los valores de la serie y que los mismos se ubican en una línea horizontal, esto es, una recta con pendiente «cero».

De las 44 láminas que comprenden la encuesta mencionada, tan solo hay una referida a la coyuntura covid-19 en donde se revelan las principales estrategias adoptadas por los industriales para seguir operando. Siendo así, el covid-19 no se muestra destacado como un factor de importancia que afecta el desempeño de las empresas pues no aparece entre los problemas allí mencionados: el principal sigue siendo el bajo nivel de ventas.

En «La undécima observación», artículo que escribí para El Nacional el pasado 11 de diciembre de 2020, conjeturé sobre la diferencia entre el IEE y otro de los índices que presenta Conindustria en sus encuestas de coyuntura: el ICI o Índice de Confianza Industrial. Conjeturé en esa oportunidad que si bien nuevos y más graves problemas afectan la producción industrial venezolana, lo que la encuesta recogía es que aún inmersos en una situación fatalmente compleja, todavía nuestros industriales percibían oportunidades de reactivación y de recuperación.

Sin embargo y con más información disponible con la nueva encuesta, otra conjetura complementaria que permite interpretar la “invariabilidad” de las expectativas recogidas por el IEE es que el Covid-19 a pesar de seguir allí con sus estragos, tan solo enmascara la depresión económica y la hiperinflación. Si se llega a resolver decentemente el problema de la propagación del virus bien sea por estrategias de mitigación de riesgo correctamente implementadas y/o por vacunación, todavía quedan dos graves problemas por resolver, ello en virtud de que si hay algo que es cierto –y los industriales lo saben- es que en hiperinflación con depresión económica el nivel de ventas no levantará.

En consecuencia, si aceptamos como cierta la relación entre felicidad y expectativas, hacia lo que realmente apunta el IEE de Conindustria es que la Fábrica de la Suprema Felicidad del Socialismo del Siglo XXI está quebrada, pero su Fábrica de Miseria, amigos lectores, está rampante.

 

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