En la historia de la humanidad han tenido lugar diversas pandemias, pero descuellan por sus estragos la viruela, la difteria, el sarampión, la gripe y la tuberculosis. Virus y enfermedades caracterizadas por su rápida expansión. De un lado, épocas antiguas o medievales, vamos a la modernidad.
Las agresiones de la viruela y el sarampión en México, de la fiebre amarilla o vómito negro en otros países de la América hispana y de África en el siglo XVII, o la gripe española, en los días posteriores a la Gran Guerra, que arrojó un número de 25 millones de muertes, aún mayor al de las acaecidas durante el conflicto bélico.
Criterios científicos válidos de los franceses Marius Belles, físico y Daniel Arbos, biólogo, acusan a las bacterias y virus como los más «grandes asesinos de la Tierra«. En tanto que el presidente francés, Emmanuel Macron, en lenguaje apocalíptico, solicita una Declaración de Guerra para exterminarlos.
En septiembre de 2019, la Organización Mundial de la Salud alertó el riesgo de una epidemia y de inmediato apareció el coronavirus o SARS-CoV-2, origen de la enfermedad covid-19. La advertencia ocasionó un sinnúmero de suspicacias, el Reporte Mundial de Desastres de la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (IFRC) de 2020 –memorando exclusivo de temas relacionados con la Organización Mundial de la Salud– la asocia con los graves riesgos del cambio climático. A lo largo de su análisis constan dos sucesos escalofriantes, el impacto sufrido por 100 desastres, consecuencias del calentamiento global, afectando un número superior de 50 millones de personas y, el registro de 308 eventos desastrosos en 2019, el 77% derivados del mismo fenómeno.
Aunque son muchos los efectos negativos del deterioro del clima, nos concierne resaltar; en primer lugar, la alteración de la gama de vectores portadores de las enfermedades que modifica la geografía de alguna de ellas y su propagación; en segundo lugar, la conectividad de la epidemia con los viajes entre países que aceleran su expansión. Más de 1.000 millones de personas cruzan las fronteras internacionales cada año, por lo que la transmisión de los males no sólo es probable sino muy difícil de contener. De ahí, la necesidad de implantar un sistema de alarma sanitaria, detectar los brotes a tiempo y celebrar, a la vez, los adelantos tecnológicos de las empresas farmacéuticas para dar con las vacunas, antídoto indispensable que frena los daños causados a la salud de las personas. AstraZeneca de Oxford y Estocolmo; Pfizer de la unión entre Alemania y Bélgica; Moderna y Janssen de Estados Unidos o la Sputnik de Rusia. Estos logros científicos preludian una respuesta firme y efectiva a la contaminante emisión de gases de efecto invernadero, un enemigo incómodo y duro de matar.
La acción de cooperación tiene lugar por mediación de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE, cuyo marco regulador pauta la financiación de la denominada «Ayuda Prolongada Extraordinaria», una valiosa contribución para detener la descomposición del tejido económico y social, echando los cimientos de rehabilitación y desarrollo futuros. El Fondo de Financiamiento de la OCDE roza los 7.000 millones de euros.
El Programa de Alimentos de la ONU, para dar de comer a millón y medio de niños venezolanos, ha contado con la sarcástica aprobación de Nicolás Maduro. Hasta en Marte saben que Venezuela posee colosales recursos naturales, las mayores reservas petroleras de la Tierra, los caudalosos ríos Orinoco y Caroní, las ricas minas de oro y diamante de Guayana, y nuestra preciosa y verde Amazonía. Todos sometidos a la ruindad de un expolio imperdonable.
El Banco Interamericano de Desarrollo, el instituto financiero por antonomasia de América Latina y el Caribe, expresó a través de su nuevo presidente, Mauricio Claver Carone, político y profesor de la Universidad de Georgetown, su decisión de proveer la recuperación de la economía después de la pandemia. El compromiso aborda tres áreas principales: empoderar a las mujeres; acelerar la digitalización y fortalecer las cadenas de valor regionales. La alianza pactada con el grupo de las mayores empresas norteamericanas a fin de promover la inversión, crear empleos adecuados y estimular el crecimiento económico, patentiza su palabra de honor «convertir la retórica latinoamericana en eficaz».
La ayuda humanitaria, entonces, enfrenta la salvaje agresión de la covid-19 que deja a su paso más de 3 millones de muertes y 180 millones de contagios, con la adhesión vehemente de la comunidad internacional.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, conjuntamente con ONU-Mujeres y Covid-Respuesta, puso en marcha un Observatorio que ha logrado unir las políticas públicas de los 33 países de la región, con el objeto de cercenar la pandemia, destacando el temible Informe sobre la Salud y la Economía. Un dato lastimoso es que el covid-19 ha lanzado a 118 millones de mujeres latinoamericanas a la pobreza y su fuerza laboral de 52%, cae 6 puntos.
El presidente de la República de Colombia, Iván Duque, ha propuesto la creación de «Una Carta de Salud Pública para América Latina», siendo responsables de su ejecución la Organización de Estados Americanos y la Organización Panamericana de la Salud. El concepto surgió en el foro Resiliencia en Latinoamérica después del Covid-19, promovido por las diferentes Academias Nacionales de Medicina de los Estados del subcontinente, siendo sus más fervientes partidarios el propio presidente y el infatigable secretario general de la OEA, Luis Leonardo Almagro. Desde mi punto de vista, semejante proposición constituye la piedra de toque de un nuevo Orden Sanitario Global.
Los procesos de Integración referentes a la Unión Europea y a la Organización de Estados Americanos han mostrado su fragilidad, sobresalen los instintos nacionalistas y la ausencia de solidaridad que ha impedido los planes atinentes al suministro de medicamentos –esencial las vacunas– y a los programas de financiación de la banca europea y americana. La sorprendente paradoja podría hacer de China la vencedora de esta crisis universal.
En este entorno, la relevancia de un sistema sanitario idóneo y fiable adquiere un valor sustancial. Podemos concluir que la salud de todos ha pasado de la categoría de gasto a la de inversión, su relevancia en las estrategias de seguridad, progreso y bienestar siempre estarán presentes en el futuro de la humanidad.
La Organización de Estados Americanos, liderada por Luis Almagro, tiene plena conciencia de su tiempo, de las horas oscuras que atraviesa Iberoamérica. La diáspora venezolana a Brasil que empezó en 2015 se ha transformado desde 2018 en un torrente migratorio que sobrepasa la cifra de 300.000 compatriotas, expulsados ante el torturador dilema: o comer o irse del país. Esa desgracia va unida, en marcha fúnebre, a la destrucción de los sistemas de salud pública de todos los países de la región, lo que podría nublar el paisaje de los derechos humanos en América.
La heredera de la Unión Panamericana tiene frente a sí un enorme desafío. La OEA no solamente tiene conciencia de su responsabilidad histórica sino que cuenta con instrumentos jurídicos de apoyo a su actitud política.
La R2P o Responsabilidad de Proteger la Sociedad en el ejercicio pleno de sus derechos humanos fundamentales, forma un escudo de acero protector de los derechos del hombre y el ciudadano. En definitiva, una providencia jurídica de largo recorrido doctrinal –más de 24 años– consagrada por las Naciones Unidas en 2005.
Otro instrumento esencial es la Carta Democrática Interamericana, de 2001, que postula como objetivo principal el vigor de la institucionalidad democrática y la vida en libertad.
Estaríamos de este modo ante un nuevo sueño, la racionalización de la política, el deseo de gestionar y tomar decisiones asertivas y la suposición de que hay un camino directo que va de la evidencia a la política correcta. En nuestro caso, estoy convencido de que la puesta en pie de un nuevo Orden Sanitario Global es hacer obra pública, técnicamente factible, económicamente provechosa y políticamente conveniente.
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