El triunfo de Guillermo Lasso, representante de la Centro Derecha ecuatoriana, me sorprendió. Debo reconocerlo. Los resultados de la primera vuelta electoral presagiaban la victoria de Andrés Arauz, candidato del correísmo, al haber obtenido el primer lugar con el 32,72%, mientras que Guillermo Lasso ocupó el segundo lugar con apenas el 19,74%, en cerrada competencia con Yaku Pérez, que obtuvo el 19,39% de los votos escrutados, lo cual dio pie a una denuncia, por parte de Pérez, de un supuesto fraude electoral, para despojarlo del segundo lugar. El Consejo Nacional Electoral, con absoluta imparcialidad y firmeza, demostró que el segundo lugar le correspondía a Guillermo Lasso, quien, en definitiva, obtuvo la victoria en la segunda vuelta con 52,36%, frente a Andrés Arauz, que obtuvo 47,64%, de la votación. La mayoría de los analistas consideran que la derrota de Arauz puede explicarse por cuatro causas: su estrecha vinculación con la figura de Rafael Correa, su incapacidad para aglutinar el voto de los sectores de izquierda, la forma en que se desarrolló la campaña electoral y la profunda crisis que enfrenta Ecuador. Yo agregaría las graves denuncias de corrupción contra el expresidente Correa y el resultado de las investigaciones.
El carácter dominante de Rafael Correa es la principal característica de su personalidad y su gran problema. Su manera de actuar, intolerante y agresiva, provocó la división de Alianza País y el enfrentamiento con Lenín Moreno. También alejó a los indígenas y a las mujeres organizadas, dejando en claro cuál sería su manera de actuar en caso de formar parte de cualquier alianza futura. La izquierda, constituida por Unión por la Esperanza, UNES, el nuevo partido de Correa, fundado para respaldar a Arauz; el Movimiento Indígena Pachakutik, y la Izquierda Democrática obtuvieron, en la primera vuelta, el 67% de los votos. No parecía difícil crear entre esas fuerzas políticas una alianza ante el reto de enfrentar a un candidato de la derecha ecuatoriana, pero la personalidad de Correa y su forma de actuar en el pasado, lo impidieron. En consecuencia, los dos candidatos excluidos de la segunda vuelta no invitaron a votar por Andrés Arauz. Sin duda, la forma de actuar de Rafael Correa generó esa actitud. Yaku Pérez y la Confederación de Nacionalidades Indígenas pidieron a sus electores votar nulo y la Izquierda Democrática no manifestó preferencia alguna. Sin embargo, su líder, Xavier Hervas, hizo público que votaría por Guillermo Lasso. Al hacerlo influyó, de manera decisiva, en la orientación del voto de sus militantes.
No hay duda de que el resultado de la primera vuelta sorprendió a los asesores políticos de Arauz y de Lasso, al obtener el Movimiento Indígena Pachakutik y la Izquierda Democrática una mayor cantidad de votos que el esperado. Esta realidad obligaba a reorientar las campañas para presentar sus ofertas electorales como verdaderas alternativas de solución de la crisis ecuatoriana. Guillermo Lasso logró que su eslogan “Un Ecuador del encuentro” y su programa de gobierno, una economía abierta al mundo, un Estado mínimo y eficiente y una mayor actividad petrolera, fueran percibidos como una adecuada solución a la grave crisis económica y de gobernanza que enfrenta Ecuador. Por el contrario, la oferta de Arauz se mantuvo dentro del pensamiento del socialismo del siglo XXI, al sostener que el Estado debe ser el motor de la economía, sin lograr desvincularse de las orientaciones de los gobiernos de Rafael Correa y del doloroso ejemplo de la tragedia que vive Venezuela. Su ofrecimiento de crear un bono de 1000 dólares para un millón de familias afectadas por los estragos de la pandemia, financiado con fondos del Banco Central, sólo sirvió para ratificar su orientación ideológica, regida por el populismo y la demagogia.
Además, las rigurosas medidas de austeridad que debió implementar Lenín Moreno para enfrentar la grave crisis económica heredada del anterior gobierno y su fuerte enfrentamiento con el expresidente Correa por los graves hechos de corrupción, razón por la cual fue condenado por la Corte Nacional de Justicia a 8 años de prisión, específicamente por el caso “Sobornos 2012-2020”, que a su vez le impidió postularse como candidato a la vicepresidencia de la República en las recientes elecciones, no dejan lugar a dudas que influyeron decisivamente en la derrota de Andrés Arauz. En este sentido, es justo resaltar la gestión del presidente Lenín Moreno, quien tuvo que dedicar gran parte de su ejercicio presidencial a realizar acciones tendentes a corregir las distorsiones creadas por su predecesor. Entre esas acciones cabe destacar: la convocatoria de un referéndum para realizar cambios constitucionales como la eliminación de la reelección indefinida para todos los cargos públicos; una incansable lucha contra la corrupción; diseñar y establecer una rígida política de austeridad para enfrentar la inmanejable deuda pública de 58.000 millones de dólares, 59% del PIB ecuatoriano, contraída por su antecesor. Definitivamente, una encomiable gestión de gobierno.
Estoy convencido que el presidente Moreno tendrá un puesto de honor en la historia del Ecuador. Su audacia política y la firmeza de sus principios le permitieron transformarse de un presidente sin fuerza propia en un estadista que convirtió un régimen hegemónico y personalista en una renovada democracia pluralista, con un sistema de elección de sus autoridades legítimo, creíble y reconocido nacional e internacionalmente. No sólo logró garantizar un proceso electoral que condujo a la presidencia de la República a un candidato de oposición, sino que también logró que el candidato correísta, Andrés Arauz, reconociera el triunfo de su oponente antes de finalizar el escrutinio, convencido de la pureza de la elección y del inicio de un proceso político que puede garantizarle, en un futuro cercano, su acceso a la presidencia de la República sin depender del personalismo correísta. Igualmente, el presidente Moreno decidió enfrentar al expresidente Correa, no por un acto de deslealtad, sino convencido del ineludible deber de denunciar el nefasto grado de corrupción que caracterizó a su gobierno. Si el presidente electo, Guillermo Lasso, ratifica esta orientación política le auguro al Ecuador un destino promisorio. Lo ocurrido en Ecuador debe constituir un ejemplo a seguir por todos los pueblos y organizaciones políticas de nuestro continente para impedir que las ambiciones desmedidas de poder y de riqueza continúen comprometiendo el destino de la América Latina.
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