Por LUIS RONCAYOLO
Cuando al-Afdal, hijo del sultán de Egipto, era aquejado por alguna enfermedad o molestia del cuerpo, su séquito convocaba al médico de la corte, un judío cordobés celebrado como el filósofo mejor versado en medicina en la metrópolis medieval del Cairo. En ocasiones, el médico judío trataría al joven príncipe sin la supervisión de su padre, Al-Nasir Salah ad-Din Yusuf ibn Ayyub; es decir, Saladino. El sultán casi siempre estaba en campaña militar o de misión diplomática; marchaba como el león e intrigaba como el zorro, para reunir bajo su bandera a los fragmentados poderes musulmanes de Oriente Medio en su intrépida yihad contra el reino cristiano cruzado de Jerusalén. El médico judío era nativo de lengua árabe, por lo que platicar con el príncipe en los recintos del palacio no se le habría hecho complicado. En compañía de su familia, el médico judío había errado por el mar Mediterráneo antes de arribar a Egipto a través del puerto de Alejandría, huyendo del fanatismo religioso que imperaba en España, su país de nacimiento, aquella segunda mitad del siglo doce. Se llamaba Moses ben Maimón; los judíos posteriores lo llamarían por el acrónimo de su nombre, Ramban, y los cristianos lo llamaríamos Maimónides.
En el extremo opuesto del Mediterráneo, en los años en que Ben Maimón y su familia se instalaran en Egipto, otro judío español de gran erudición encontraba la muerte en los pueblos y caminos entre Francia y España. Abraham ibn Ezra había nacido en Tudela, una ciudad a orillas del río Ebro en el noreste de la península ibérica, y a pesar de contar con una comunidad judía de gran tamaño, era una fortificación —fundada antaño por los ejércitos conquistadores de Roma— de la frontera norte del Islam, ya que a poca distancia se hallaban los territorios del belicoso reino cristiano de Navarra. Y como todo pueblo fronterizo, convivían la inseguridad del ataque enemigo con la apertura al comercio con extranjeros. De allí el interés de los judíos por hacer de Tudela su hogar. Como era usual entre los judíos de al-Andalus (o Sefarad, como ellos llamaban a España), Ibn Ezra recibió una educación universal en lengua árabe, no solo en temas bíblicos, sino también en gramática, matemática y astronomía, y en poco tiempo se convirtió en un poeta reconocido después de reubicarse a Córdoba, el centro de la cultura y la intelectualidad española por siglos. Quizás lo que lo motivara a abandonar Tudela definitivamente fuera el hecho de ser conquistada por el rey cristiano Alfonso de Aragón (también conocido por el sugerente título de El Batallador) en 1119, cuando Ibn Ezra rondaba los treinta años de edad. De todos los poetas judíos sefardíes, me declaro por Ibn Ezra como uno de los mejores.
En Egipto, la suerte de Moses ben Maimón era engañosa, ya que haber alcanzado la honorabilísima posición de médico de la corte de Saladino fue el resultado de varias tragedias personales, como la muerte intempestiva de David, su hermano menor. Es sabido que Ben Maimón es uno de los filósofos más importantes de la Edad Media, y fue en Egipto donde consolidó las obras que lo inmortalizaron. Su compilación de la ley hebrea en su Mishné Torá es una de las obras más monumentales del judaísmo, tan total en su alcance que hubo rabinos que lo acusaron de pretender sustituir al Talmud, el código de leyes hebreo (y de teología y filosofía), desarrollado por los sabios de Babilonia unos seis siglos antes. Publicó en árabe su tratado de filosofía más reconocido, Guía de los Perplejos, en el que se propone demostrar que toda la revelación de Dios en la Biblia es perfectamente compatible con los hallazgos de la razón humana, en especial con el pensamiento de Aristóteles, si se leen muchos de sus pasajes en clave alegórica. Esta obra influyó profunda y directamente en el desarrollo ulterior del escolasticismo cristiano medieval. Sin embargo, lo que le dio trabajo y la posibilidad de alimentar a su familia fue su dominio de la medicina, que plasmaría en múltiples obras como su Comentario a los Aforismos de Hipócrates, o el Libro de las Hemorroides, o su tratado de toxicología titulado Libro de Venenos y Antídotos, y hasta recetas de afrodisíacos en su Libro de Cohabitación. Es evidente que el sultán y su familia habrían agradecido los conocimientos de Ben Maimón para mucho más que curar las agruras.
A pesar de que en Córdoba Ibn Ezra estaba rodeado de amigos ilustres, a sus cincuenta años toma la drástica decisión de abandonar España. Su hijo Isaac se había convertido al islam, hecho que lo hirió tanto en su amor propio y en su fe que dedicó poemas para intentar rescatarlo para el judaísmo. Isaac migraría hacia el oriente en busca de la Meca y Bagdad, e Ibn Ezra se iría a Italia, donde empezó la segunda etapa de su vida, la de rabino itinerante en las juderías de Europa occidental, muy heridas tras los pogromos de las cruzadas. Todos sabemos lo que cuesta migrar a tierras extrañas, donde impera otro idioma, otra idiosincrasia y hasta otra religión. No es fortuito que se afirme que migrar es cosa de jóvenes, con la fuerza y disposición suficiente para salir adelante. Emigrar a edad madura, cuando la mayoría de la vida y las relaciones se quedan en el país natal, es un reto doblemente mayor. Así encontramos a Ibn Ezra ofreciendo sus servicios como maestro de la Torá, traductor, y filólogo en Roma, en Lucca, y otras ciudades italianas. En un poema se queja del desprecio que recibe de los ricos en su vagar de puerta en puerta como un “hombre miserable nacido sin estrella”. En otro, le pide a Dios que le permita cambiar su manto lleno de agujeros, a través de los cuales durante las noches invernales es capaz de ver la luna y las estrellas, sugiriendo en lenguaje poético lo que debió haber sido su situación de calle. Sale adelante publicando libros de exégesis bíblica enfocados en el estudio de la gramática y etimología de las palabras hebreas, para lograr la única interpretación genuinamente literal de la palabra de Dios. En ellos integra toda la tradición racionalista del judaísmo sefardí ignorado en la Europa cristiana por estar en su mayoría en lengua árabe. De esta forma, para los judíos italianos y franceses, Ibn Ezra se convierte en el principal transmisor de la rica cultura de los judíos españoles.
Ben Maimón se dedicó a la medicina en la corte de Saladino impelido por la necesidad económica. Su familia había huido de España debido al ambiente de intolerancia religiosa impuesto por los Almohades, movimiento fundamentalista islámico que sacudió el lado musulmán de la península. Deambularon varios años entre pueblos de al-Andalus en busca de refugio en las juderías intocadas por los extremistas, pero a medida que sus califas reafirmaban su dominio político y cultural en el país, la familia de Ben Maimón tuvo que partir. Intentaron en Fez, donde el joven Ben Maimón culminó sus estudios de medicina que tanto le servirían en Egipto, pero los Almohades también gobernaban Marruecos. Zarparon hacia Palestina, donde peregrinaron a Jerusalén, bajo dominio de los reyes cristianos de las cruzadas. Prefirieron ascender el milenario Nilo hasta Fustat, la capital de Egipto en las inmediaciones al sur del complejo palaciego de El Cairo, del otro lado del río desde donde podían verse tres enormes pirámides tan antiguas que nadie estaba seguro cuándo habían sido construidas. Entonces gobernaba un visir corrupto llamado Shawar ibn Muyir al-Sadi en nombre de la familia califal fatimí, de orientación chií, mantenidos como soberanos diletantes para justificar el poder del visir.
A dos años de la llegada de Ben Maimón y su familia a Fustat, corrió la noticia de que Egipto era invadido por el rey Amalric de Jerusalén. El saqueo, destrucción y masacre de la ciudad de Belbeís, en el delta del Nilo, hizo que cundiera el pánico en el Cairo. El visir Shawar, horrorizado del avance del ejército de caballeros cristianos, dio la orden de evacuar Fustat, ya que la población, a orillas del Nilo, carecía de fortificaciones. Ben Maimón, su convaleciente padre Ben Yosef, su hermano David y sus respectivas esposas e hijos pequeños, tuvieron que abandonar el hogar recién construido para guarecerse con la multitud detrás de las murallas del Cairo. El visir, en una de esas decisiones de política motivadas por la desesperación, ordenó prenderle fuego a la que era la mejor ciudad de uno de los países más ricos del siglo. El historiador al-Maqrizi diría que “llamas y humo arroparon la ciudad, y se elevaron al cielo en escena aterradora. El fuego ardió por cincuenta y cuatro días”. El ejército cristiano sería derrotado por refuerzos enviados desde Siria, y comandados por un general de origen kurdo cuyo sobrino tomaría el poder en Egipto en cuestión de un año, liquidaría al visir Shawar, derrocaría la dinastía fatimí, y restauraría la ortodoxia suní en Egipto hasta el día de hoy. Ese sobrino era Saladino.
El año de esta guerra vio la muerte de Ben Yosef, el patriarca del clan, pero como Ben Maimón era un intelectual, su hermano David pasó a administrar los negocios de la familia: el comercio de piedras preciosas a través del océano Índico. Dos años después, David pierde la vida en un naufragio en uno de sus viajes a la India. Ben Maimón lo describió en una carta como “la desgracia más grande que me haya acontecido en toda mi vida, peor que cualquier otra cosa”. Sus palabras evidencian el gran amor y esperanza depositada en David, y la carga económica que su muerte le acarrearía. Fue entonces que Ben Maimón, tras superar una depresión de un año, se postuló como médico de la corte del nuevo sultán, que por entonces erigía un enorme castillo en el corazón del Cairo.
Después de varios años en Italia, Ibn Ezra pasa una temporada en la costa mediterránea francesa, visita las juderías del norte, e incluso Londres, siempre enseñando y escribiendo como hicieron los filósofos itinerantes de la antigua Grecia, san Pablo, o los académicos de nuestros días cuando hacen tours universitarios. En uno de estos viajes, le llega la infausta noticia del crimen que los Almohades cometían contra los judíos en España, en especial en Lucena, de las pocas ciudades poblada casi exclusivamente por judíos. Los extremistas les extendieron la siguiente oferta: convertirse al islam, irse del país o morir a espada. En un poema de mucho dolor, Ibn Ezra recita un versículo del libro de las Lamentaciones equiparando el hecho con la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor: “¡Mis ojos, mis ojos vierten aguas!”. Cuando a la familia de Ben Maimón le tocó recibir esa oferta, como tantos sefardíes, y fieles a la religión de sus antepasados, se exiliaron de España.
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