La teoría de la danza escénica es tan antigua como la práctica de esta manifestación artística. Desde el remoto tratado de Doménico de Piacenza sobre las danzas del Renacimiento escrito en el siglo XV, las controversiales cartas de Noverre base de la reforma del ballet de corte tres centurias después, las aportaciones de Carlos Blasis contenidas en sus textos fundamentales Tratado elemental teórico práctico del arte de la danza y el Código de Terpsícore publicados a principios del XIX, y el ejercicio crítico realizado por Teófilo Gautier sobre el ballet y sus célebres bailarinas ingrávidas, hasta los principios científicos sobre espacio escénico y notación del movimiento formulados por Rudolph von Laban a comienzos del siglo pasado, la teoría de la danza ha seguido de cerca los pasos de bailarines, coreógrafos y maestros.
Totalizar y recrear la obra de danza preexistente, registrarla, mediar entre su creador y su audiencia receptora y vincularla con el contexto social al que pertenece, son funciones de la teoría de esta disciplina cumplidas a través de la investigación histórica, la valoración crítica, la reseña, la crónica y el ensayo literario.
En Venezuela la labor teórica de la danza estuvo hasta finales de los años sesenta en manos de musicólogos, intelectuales y críticos de teatro, dentro de un ejercicio más bien intuitivo de aproximación a esta manifestación. Tras el logro de la autonomía de la danza como expresión artística, surgieron nuevas voces apreciativas que se acercaron a ella desde una perspectiva especializada. A partir de los años noventa, se incrementó notablemente el interés por el ámbito reflexivo e investigativo, tiempo en el que sistemáticamente se realizaron jornadas, seminarios y ciclos de conferencias concebidos para propiciar el análisis científico de obras, estilos, corrientes y tendencias del arte del movimiento.
Una de esas iniciativas fueron las Jornadas de Teoría y Crítica de la danza realizadas del 5 al 9 de diciembre de 1994, espacio que buscó profundizar en dimensiones teóricas íntimamente ligadas al hecho creador de la praxis. Este proyecto convocó tanto a teóricos como a hacedores escénicos de la danza con el objetivo de contribuir a la configuración de una sólida plataforma reflexiva considerada como fundamental para la definitiva elevación de la danza como arte, que tuvo como ponentes internacionales a los investigadores Roger Salas, de España, César Delgado, de México y Víctor Hugo Fernández, de Costa Rica. El crítico venezolano Rubén Monasterios aseveró en estas jornadas que la crítica de danza debe ser en si misma otra obra artística. “Lo que escriba el crítico tendrá su propio valor estético, además del inherente factor comunicativo”. A su vez, la bailarina Andreína Womutt sentenció que quien escribe y teoriza debe ser cuidadoso en el manejo de las variables que maneja el creador de una obra. “Son variables que deben permanecer siempre y ser utilizadas adecuadamente por el crítico, investigador y teórico al momento de acercarse al universo del creador”.
Del 10 al 14 de julio de 1995 tuvieron lugar las primeras Jornadas de Reflexión sobre la Danza Tradicional Popular, que propuso como temática general sus procesos de investigación y proyección. En la presentación de esta reunión el bailarín y antropólogo Oswaldo Marchionda destacó la pertinencia de esta iniciativa: “Teniendo la danza como principio, desde su condición de expresión singular de la vida de un grupo socio-cultural determinado, hasta su reelaboración en manifestaciones artísticas y como hecho escénico creador, las jornadas nos convocan a compartir vivencias y experiencias que nos permiten configurar nuevos caminos con el fin de valorizar nuestras tradiciones como un hecho vivo de la condición creadora del ser humano”.
Las Jornadas de Danza Universitarias realizadas el 30 y 31 de mayo de 1996 en la Ciudad Universitaria de Caracas, propiciaron la discusión sobre la situación de la danza en las universidades venezolanas, para ese momento centrada exclusivamente en el área de extensión. Fue una oportunidad en la que representantes de la Universidad Central de Venezuela (Maricela Sulbarán), Universidad del Zulia (Marisol Ferrari), Universidad de los Andes (Mireya Tamayo) y Universidad Simón Bolívar (Betty Mendoza) compartieron sus particulares experiencias en sus respectivas casas de estudio. Rememoraron historias, la mayor parte de ellas llenas de dificultades, tras el logro de avances significativos para el fortalecimiento de esta actividad y elevarla hasta el ámbito académico.
La creación y puesta en funcionamiento del Instituto Universitario de Danza en 1998, representó un momento de alta significación en la historia de esta manifestación artística en Venezuela. Por primera vez en el medio nacional la danza como disciplina objeto de estudio accedía a la educación superior, abriéndose de ese modo posibilidades hasta entonces no visibles en materia de formación académica, investigación, vinculación social y producción, alrededor del movimiento como recreador de las más diversas realidades. Tres personalidades fueron seleccionadas para la actividad de apertura del Iudanza: Sonia Sanoja, Thamara Hannot y Ocarina Castillo, quienes en un ciclo de conferencias magistrales ofrecieron lo esclarecedor de su pensamiento sobre la danza como complejo código contemporáneo, riguroso lenguaje académico o como expresión profunda del gesto tradicional popular.
Poética del movimiento fue un seminario que en 1998 aglutinó a un importante número de creadores, tanto de la danza como de otras disciplinas siempre vinculadas con ella: Sonia Sanoja María Fernanda Palacios, Eduardo Gil, Carlos Orta, Oscar Lucién y Diana Peñalver, entre muchos otros. El evento tuvo una finalidad clara, convocar a un grupo heterogéneo de hacedores del arte para discernir de manera abierta y espontánea sobre el cuerpo creativo y su íntima vinculación con la poesía.
El Seminario Internacional de Teoría de la Danza realizado del 10 al 12 de marzo de 1999, reunió a tres reconocidos teóricos latinoamericanos, Miguel Cabrera (Cuba), Carlos Ocampo (México) y Víctor Fuenmayor (Venezuela), quienes ofrecieron disimiles ópticas. Cabrera planteó: “La problemática principal en la enseñanza de la teoría de la danza, ha radicado siempre en lograr una unidad de criterio acerca de los objetivos que deben ser abordados en ella, dejando bien establecido lo que le es inherente y lo que compete o comparte con otras disciplinas como la historia, la estética, la filosofía y la sociología, por solo citar las más afines”. Por su parte, Ocampo aseguró: “El modo de producción propio de la danza moderna (contemporánea y posmoderna) parece haber dado todo de sí. Las grandes compañías, aún en funciones, acusan una dilatación de su ritmo de trabajo. Los lenguajes de los grupos activos se han dispersado hasta alcanzar un grado de atomización tal que hace comparable este período al que el mito describe cuando habla de la torre de Babel”. Finalmente, Fuenmayor sugirió: “La investigación de nuestras técnicas del cuerpo y nuestras danzas podría traer la idea de una teoría y una práctica de la técnica latinoamericana, de acuerdo con nuestras identidades, con gran respeto a la identidad del cuerpo humano, de la identidad de las diferentes culturas y el respeto a la identidad individual”.
Reflexionar sobre la teoría de la danza desde la multiplicidad de sus posibilidades es una tarea ardua y poco apreciada al contrastarla con la veracidad y vitalidad del acto creativo escénico. Hacerlo, sin embargo, resulta esencial. La trascendencia final de la danza depende de este oficio analítico, igualmente exigente y riguroso que la acción de danzar.
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