La participación es un valor ético. Como tal atiende al cuidado y preservación de lo humano. Puede darse en la percepción de la cosa, en su creación o construcción y en su destino o uso. Ello tiene que ver con la dignidad, que es otro valor ético que atiende a la calidad y existencia del sujeto, de sí mismo. Esta se incrementa cuando la persona hace conciencia de su participación y disminuye cuando se reduce, cuando no se sabe de su existencia, destino o uso. La presencia humana se extravía. Ese extravío enajena la dignidad, la rompe.
En el juego social urbano, en la ciudad, la presencia humana se extravía. La solidaridad se trona sumisión o sometimiento. Un extravío que enajena la dignidad, la rompe y les permite a grupos, partidos, organizaciones hacerse con el poder. Así se llegó al nazismo, a las dictaduras y ahora a Estados o grandes corporaciones que con los instrumentos digitales entran en los detalles, formas y comportamientos humanos para inducirles acciones y sumisiones comerciales o políticas.
Esto no es nuevo, desde siempre los líderes y poderosos han usado los atributos de su personalidad para generar acolitismo o subordinaciones e incrementar su poder, pero en la ciudad y con las nuevas tecnologías el poder para negar la dignidad de la persona se incrementa.
Las relaciones con los otros o con la Naturaleza y sus derivaciones se hace a través de instrumentos. Ellos llevan cargas históricas y sociales: lo que han venido siendo o a quienes sirven, a quienes y de qué manera las cosas son distribuidas, adquiridas, utilizadas.
El uso de los instrumentos y su complejidad se viene incrementando con la cultura occidental, su globalización y la consiguiente digitalización, al punto de hacer de esta mediación instrumental como inherente a toda participación, se distancia su percepción, la persona es invisibilizada.
La peste trajo un salto histórico al obligar el incremento y uso precoz de esos instrumentos: precipitó e intensificó su uso.
En eso se inscribe la muy comercializada 4ª. Revolución Industrial: se robotiza y automatizan los procesos de comunicación, conexión y procesamiento de información que comienzan a ser presentados con la parafernalia de obras santas o trascendentes. Se habla de Inteligencia Artificial, como que si esta fuera una suma aritmética de atributos y funciones.
La cibernética es un conjunto de instrumentos venidos para quedarse, como ya lo fueron las armas y la imprenta. Con fuerza invasora y contaminadora, incrementada en la vida urbana. La ciudad: trae trabajo, escolaridad, asistencia, seguridad, intensidad comunicativa pero también contaminación ambiental, discontinuidad con la naturaleza, ceguera ante el cambio climático, extravío del tiempo en traslados y commuting, ignorancia de la persona, la amistad, la proximidad. Y, con todo esto, rupturas en la dignidad y distanciamiento de la participación.
La aldea
La migración a la aldea implicará la construcción de nuevos valores y la resignificación de muchos de los ahora dominantes en las ciudades. Será un proceso variado y voluntario, con ritmos desiguales, siguiendo causas complejas: conflictos y coyundas políticas, hambres, miserias, guerras e incertidumbres, pero, sobre todo, derrumbe del mito urbano que habría de resolver y reivindicar el propio fracaso, el ser ignorado y sin opciones para participar, hundido en la propia incertidumbre.
La creciente conectividad y la intensificación de lo digital hará más variado el acceso a recursos, a la diversidad cultural y ambiental, a las artes, a encuentros y espectáculos, creencias, deportes, aprendizajes… y con el tiempo necesario para hacerlo cuando el incremento de las robotizaciones y automatismos, se traduzca y permita una reducción en el tiempo de las jornadas de trabajo.
La inmediatez hará sentir el cuido de lo ajeno como propio. La continuidad con la naturaleza hará que se la comprenda mejor y que se actúe preservadoramente, en atención a la contaminación y al cambio climático.
En todo ese proceso de migración y construcción los conflictos y divergencias continuarán, pero tendrán limitaciones éticas como las que ya se dieron contra el genocidio, el uso de gases y armas de exterminio masivo, y el terror a la extinción atómica.
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