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José Gregorio Hernández regresa a Isnotú

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beatificación La Salle

Foto: Cortesía

 

Hace 132 años, un 3 de abril de 1889, se va el Dr. José Gregorio Hernández de su lugar natal, Isnotú, hacia Caracas. Pronto regresará en forma de una sagrada reliquia para el culto público. Y a su tierra acudirán propios y extraños a conocerlo y venerarlo, y a mirar con ojos de fe y admiración a esos lugares que fueron de sus afectos, y que, por circunstancias ajenas a su voluntad, debió dejar.

En Isnotú y otros lugares trujillanos Benigno Hernández y Josefa Antonia Cisneros encontraron el ambiente apropiado para su proyecto de vida, que consistía en constituir un hogar, vivir en paz, tener familia, criar a sus hijos sanamente y ganarse la vida mediante su trabajo honrado. El lugar donde vivían su noviazgo no le daba esas garantías, a pesar de sus tierras fértiles, ríos caudalosos llenos de peces, gente buena y trabajadora, pues la peste de la mala política, la guerra y la corrupción determinaban la muerte y la ruina. Por eso huyeron de Barinas azotada por la guerra federal, hacia los Andes trujillanos.

Encontraron primero en Boconó y luego en su sitio definitivo el ambiente apropiado para realizar sus sueños. Una pequeña aldea que prometía prosperidad por su situación entre las altas montañas y las tierras llanas de la planicie del Lago de Maracaibo, y por su gente trabajadora. Unos paisajes encantadores, con las altas montañas al este y al sur, y las dilatadas llanuras al norte y occidente. Con una vegetación que hablaba por sí sola de lo grato del clima y la fertilidad de los suelos.

No escapaba Trujillo a las vicisitudes de la mala política y la violencia, con sus caudillos y montoneras. En el propio Isnotú el 5 de noviembre de 1871, año de la primera comunión de José Gregorio, el pueblo es sacudido por una de los batallas entre las tropas del general Venancio Pulgar contra las del general Juan Bautista Araujo. Pero la mayoría de la gente se dedicaba al trabajo, sobre todo a la siembra y procesamiento del café, de la caña de azúcar, el cacao y otros productos. La pulpería de Benigno prosperaba, junto con la botica, la posada y algún pequeño fundo para las siembras y la cría de ganado. Se ganaban la vida, así como el respeto y el cariño de todos los que conocían a esa familia tan religiosa, emprendedora y caritativa.

Los especialistas en estos temas coinciden en la importancia del entorno familiar y social que tenga el niño para la conformación de la personalidad que irá desplegando en su crecimiento. La calidad del lugar explica en gran parte la calidad de la persona. Esas virtudes tan espléndidas de José Gregorio tuvieron sus bases fundamentales en su entorno íntimo, familiar y social. Ese niño encontró en su madre la primera fuente de amor y sabiduría, en su padre la disciplina y el espíritu emprendedor, en su tía María Luisa, su nana Juana Viloria y en su entorno la vida sencilla de una comunidad ocupada en el trabajo y la sana convivencia.

A los 8 años entra a la escuelita de Pedro Celestino Sánchez, que encontró en la disciplina y aplicación de aquel niño los estímulos para enseñarle todo lo que sabía.  Luego vino a vivir a su casa sor Ana Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, que había sido expulsada por el gobierno de Guzmán Blanco cuando cerró los conventos. Ella con su ejemplo y educación complementa la formación de aquel niño que a los 12 años ya guarda el escrito de su puño y letra “Modo breve y fácil de oír misa con devoción”.

El 6 de febrero de 1878, el jovencito de unos meses más de los 13 años, sale en lomo de mula de Isnotú hacia al puerto de La Ceiba para abordar al otro día la piragua que lo lleva a Maracaibo, esperar dos días más para embarcar en un vapor que lo lleva a Willemstad en la isla de Curazao y continuar al otro día a La Guaira, luego de una noche en el puerto subir en bestias a Caracas. El 29 de junio de 1888 se gradúa con los más altos méritos de Doctor en Medicina. Ya gozaba de merecida reputación por haber sido el mejor estudiante de la universidad, por su cultura, dominio de varios idiomas, su espiritualidad y religiosidad, razones para esperar una exitosa carrera en la capital; sin embargo, luego de las merecidas celebraciones, toma la decisión de regresarse a Isnotú. El doctor Santos Dominici (rector de la UCV) ofreció ayudarlo económicamente para montar un consultorio en Caracas, noble gesto que José Gregorio agradeció con estas palabras: “–¡Cómo le agradezco su gesto, Dr. Dominici! Pero debe decirle que mi puesto no está aquí. Debo marcharme a mi pueblo. En Isnotú no hay médicos y mi puesto está allí, allí donde un día mi propia madre me pidió que volviera para que aliviara los dolores de las gentes humildes de nuestra tierra. Ahora que soy médico, me doy cuenta de que mi puesto está allí entre los míos…”

Regresó por la misma vía que se fue y se instaló en su casa donde ya la madre no estaba. Viene ilusionado, viene soñando su realización personal en estos lugares de la infancia. El doctor José Gregorio Hernández vive nueve meses en su tierra natal, desde agosto de 1888 hasta el 3 de abril de 1889. Son frecuentes sus cartas dando cuenta de su experiencia lugareña. Le confiesa a su amigo Santos Dominici desde Betijoque en carta del 18 de septiembre de 1888: “Mis enfermos todos se me han puesto buenos, aunque es tan difícil curar a la gente de aquí, porque hay que luchar con las preocupaciones y ridiculeces que tienen arraigadas: creen en el daño, en las gallinas y vacas negras, en los remedios que se hacen diciendo palabras misteriosas, en suma, yo nunca me imaginaba que estuviéramos tan atrasados por estos países”.

El 5 de noviembre de 1888 le cuenta a su amigo Dominici: “…ya he comenzado a gustar de las bellezas que tiene la profesión por estos lugares…”. La gente lo empieza a conocer y a tratar, hace amistad con los integrantes del Concejo Municipal, quienes lo nombran “Médico del Pueblo”. Uno de los esfuerzos de José Gregorio Hernández es la construcción del acueducto municipal, proyecto que llama la atención de los ediles y que cuenta con uno de los personajes más influyentes de la sociedad trujillana como lo fue Diego Bustillos[1]. Sin embargo, en Isnotú, aunque muchos lo apreciaban y admiraban también  “fueron muchos los que lo odiaban o al menos lo despreciaban” [2]

Desde Boconó el 24 de noviembre de 1888 escribe: “…dos médicos, que hay aquí, pueden hacerme la guerra porque ese ha sido su comportamiento con todo el que ha tratado de situarse aquí…son los jefes del partido dominante… eso es sumamente peligroso por estos lugares en que la política tiene una preponderancia absoluta…”

El 18 de febrero de 1889 escribe a su amigo Santos Dominici una nueva carta donde le dice: «En el gobierno de aquí se me ha marcado como godo y se está discutiendo mi expulsión del Estado, o más bien si me envían preso a Caracas…Si me echan de aquí, ¿adónde voy? Esta es mi duda; como tú comprenderás sin que yo haya dado lugar a nada porque solo me preocupan mis libros. Si me apura la cosa me iré a Caracas y allí decidiremos el remedio…» En abril tomó la misma vía que lo llevó a Caracas la primera vez, no volvió más y diez años después se llevó a su familia. Tenía 25 años.

¿Por qué se fue de Isnotú y de Trujillo el Dr. José Gregorio Hernández? Hay diversas razones, una que tienen que ver con una realidad regional que no le era propicia. Amaba a su tierra, pero aquí se le estrechaban sus horizontes. Y la amenaza de la guerra que había expulsado a sus padres desde Barinas era ya una lamentable realidad aquí en Trujillo. Baste recordar que unos años después, el 8 de octubre de 1899, en Isnotú se da el combate más sangriento de toda la historia del estado Trujillo, entre las fuerzas del doctor y general Leopoldo Batista y el doctor y general Rafael González Pacheco. En sus calles quedan 300 muertos y 700 heridos. José Gregorio apresura la salida del resto de su familia hacia Caracas.

Otra realidad es la posibilidad que se le abría en la capital, en los proyectos de modernización de la medicina que se adelantaban, en los cuales varios de sus profesores y compañeros de estudio estaban participando, entre otros el Dr. Calixto González. Su bien ganado prestigio se incrementaba y gracias a estos méritos es seleccionado para sus estudios en Europa y para luego iniciar la transformación de los estudios médicos de Venezuela.

Ahora que vuelve a Trujillo, a su lugar de nacimiento, en la sagrada reliquia de sus restos, valdría la pena preguntarse, tal como preguntaba yo en un discurso pronunciado el 26 de octubre de 2015 en la plaza bolívar de Isnotú: ¿Cuál sería su impresión de Isnotú y de Trujillo? ¿Qué diría de la política trujillana? ¿Tratarían de ponerlo preso por sus supuestas ideas políticas? ¿Qué pensará sobre la situación de la salud en Venezuela? ¿Qué pensaría del manejo de la pandemia, a él que lo tocó bregar con la que se presentó en Venezuela en 1918?  Recordemos que Venezuela sufría una de sus acostumbradas dictaduras, esta vez la del general Juan Vicente Gómez, y los doctores José Gregorio Hernández y Luis Razetti declaran públicamente que lo que estaba matando a tanta gente no era la gripe propiamente dicha, sino el estado de absoluta pobreza y miseria en que viven la mayoría de los venezolanos, mal alimentados y con escasa o ningunas condiciones de higiene, muchos con padecimientos crónicos de paludismo y tuberculosis.

Recordaría que sus padres vinieron a Isnotú a encontrar la paz que no existía en otras partes en donde había guerras y pleitos continuos. ¿Qué sentiría sobre la situación de inseguridad que sufren todos los venezolanos, como si la guerra federal se hubiera extendido a todos los rincones de la patria?

Siento que le gustaría ver cómo ha avanzado su pueblito. Le gustaría el santuario al Niño Jesús. Quedaría gratamente impresionado por esa estatua de mármol en el lugar donde nació. Y –como era conocedor de pintura– quedarían encantados con los cuadros de Iván Belsky colgados en el museo. Le gustaría el vitral del altar mayor.

Seguramente apreciará el trabajo de la Hermanas en el colegio, y el trabajo de la pastoral, pero no creo que mire bien la división entre sus paisanos. O cómo se usa su imagen con meros fines mercantiles y no para imitarlo en su ciencia y en su espiritualidad. O como se usa su imagen con fines político-partidistas. Estaría muy preocupado por la escasez de agua, el retroceso de los bosques y la destrucción de las cuencas altas.

¿Qué habría que hacer para que el mejor de los hijos de Isnotú, de Trujillo y de Venezuela, se sintiera bien en su tierra?

Lo primero a mi juicio sería que la gente respirara la espiritualidad como la entendía el propio José Gregorio Hernández, que no es otra que tomar conciencia de sí, de sus debilidades y también de sus virtudes, para avanzar en la búsqueda de la realización como persona. Eso exige unas actitudes como el amor a los demás, la humildad, la solidaridad y todo lo que significa aceptar al otro como un auténtico otro. José Gregorio Hernández no andaba por allí regañando a nadie, acusando a nadie y diciéndole cómo tenía que ser o hacer. Él era el ejemplo. En silencio y con modestia hacía lo que tenía que hacer.

Su amigo y colega Luis Razetti publicó en El Universal el 1° de julio de 1919 un sentido artículo del que vale la pena reproducir algunos fragmentos: “El candor y la fe fueron las dos grandes fuerzas que le conquistaron la más amplia independencia espiritual, el más extenso dominio de sí mismo y la poderosa energía moral de su gran carácter. Por eso logró lo que muy raros hombres han logrado: sobreponerse a las exigencias del medio, dominarlo a su antojo y amoldarlo a su voluntad. Alimentó su alma en las más puras fuentes del ingenio humano, y fue sabio y fue artista”.

Y el joven Rómulo Gallegos escribió el 15 de julio de 1919 a propósito de entierro de José Gregorio Hernández: “No era un muerto a quien se llevaban a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones. Puede asegurarse que en el pos del féretro del Dr. José Gregorio Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos”.

Esta es una invitación a reflexionar sobre la responsabilidad histórica que representa ser la tierra natal de José Gregorio Hernández.


[1] Rafael Ramón Castellanos. “El Milagroso Médico de Los Pobre en Isnotú”

[2] S. Chejfec. “Barone: un viaje” Pg. 125

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