El domingo pasado en la celebración de la misa se leyó un pasaje del Evangelio (Mateo 10, 35-45) que encierra un verdadero giro copernicano en la concepción del poder y, con este, del gobierno y del Estado. Se trata de la lección dada por Jesús a sus discípulos sobre el sentido de la autoridad. ¿Ha de girar esta alrededor de la gente o lo contrario? Una enseñanza muy oportuna en momentos en que se acerca en nuestro país el urgente e indispensable gobierno de transición.
La lección la da Jesús en un tiempo en que su nación se encuentra bajo la férula del emperador romano y por eso expresa: “Ustedes saben que quienes son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. Él mismo habría de sufrir en carne propia la arbitrariedad del procurador romano de la Judea, Pilato.
A raíz de los acontecimientos de finales de 1989 y comienzos de 1990 simbolizados en caída del Muro de Berlín, el papa Juan Pablo II expresó la estima eclesial hacia la democracia diciendo que la Iglesia aprecia este sistema “en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (encíclica Centesimus Annus, 46). Y agregó algo de suma importancia: “Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de Derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la ‘subjetividad’ de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad”.
El giro en que consiste el paso a la democracia es concebir y actuar el poder en función del bien común de los ciudadanos y no ya sometiendo a estos a los intereses de los gobernantes. Jesús, luego de criticar la rebatiña que los discípulos tenían por querer ocupar los primeros puestos en la gloria del Reino predicado por él, los amonesta: “Ustedes, nada de eso: el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Y se pone como ejemplo por cuanto “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
En un régimen auténticamente democrático se pone en práctica de modo efectivo el principio de que la soberanía reside en el pueblo y es en función del desarrollo integral de este como deben actuar los gobernantes. En el texto del Papa arriba citado se denuncia “la formación de grupos dirigentes restringidos que por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado”. Es lo que sucede en Venezuela con el régimen del así llamado socialismo del siglo XXI, en el que una casta gubernamental partidista se cree dueña del país y juega malignamente con la suerte de los venezolanos: expropia lo que quiere, encarcela a quienes le viene en gana, empobrece y niega servicios de salud a la población para manejarla a su antojo, destierra y obliga al exilio a millones de compatriotas, depreda el ambiente por acción y omisión, impide la libre comunicación y muchas tropelías más. Ha usurpado la soberanía popular y ha llevado a las grandes mayorías a una emergencia humanitaria, la cual se niega a reconocer y, por supuesto, no atiende.
El cambio de dirección que el país requiere ha de realizar entonces el giro copernicano de poner el gobierno al servicio del pueblo, atendiendo a sus necesidades y promoviendo un progreso integral compartido. Y esto no como una gracia o concesión del poder, sino como deber ineludible de quienes reciben del soberano unas facultades para guiar y coordinar la buena marcha de la comunidad política.
La enseñanza de Jesús sobre el poder es sumamente oportuna: la autoridad debe ejercerse como servicio, no como dominación.
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