En el pasado ha habido situaciones en las que al no conocerse las causas reales de un fenómeno se apela a los dogmas, de los cuales se desprenden teorías que hoy nos parecerían ridículas. Desde el gran error científico de creer que la tierra era plana y, además, el centro del universo, hasta situaciones más inmediatas como los factores raciales que han llevado a genocidios. En el plano específico de los contextos sociales hay innumerables ejemplos de políticas públicas mal diseñadas debido a una formulación incorrecta del problema. Conocer las causas fundamentales de un problema es quizás el paso más importante para poder resolverlo de manera adecuada.
El problema de la violencia de género no escapa a esta realidad, y en términos más amplios pudiera decirse que en general las demandas que vienen haciendo los movimientos feministas tampoco está exento de este hecho. Si se quiere acabar con la violencia de género se deben identificar de manera adecuada sus causas, y esto implica un gran reto. Para responder a esto quizás un punto de partida es abordar la “cultura del machismo”, pero esta es apenas una hipótesis. Hay otras posibles causas más vinculadas al contexto cultural y situaciones de conflictos armados o pobreza. Y en términos más amplios se puede decir que hay factores políticos, jurídicos, culturales y personales.
Todos estos elementos son señales de un problema multifactorial, sin duda complejo. Además, se suma la urgencia de resolver esta situación. Justamente la complejidad del problema combinada con la urgencia pudiera ser una mezcla peligrosa en la que se esté actuando sin tener una dirección clara, y por lo tanto actuando de manera poco efectiva. Este hecho se repite en otros problemas de nuestros tiempos, los temas raciales, los riesgos ambientales y muchos otros retos a los que se enfrenta actualmente la humanidad. Todos comparten las características de ser multifactoriales y urgentes, y por lo tanto todos comparten también el riesgo de ser abordados desde el dogmatismo.
Una de las respuestas dogmáticas que se ha venido observando en torno a estos distintos problemas es la llamada “cultura de la cancelación” (“cancel culture”), que no es otra cosa que una especie de puritanismo cultural en el que cada grupo, según su visión del mundo, quiere que las expresiones culturales sean reflejo de su perspectiva. En el fondo se busca una especie de homogenización, en la que se asume que una visión es mejor que las demás. Lo más grave quizás es que dicha pretensión no se matiza en términos temporales, es decir se pretende cancelar el mundo del pasado que resulta distinto (“ofensivo”) con respecto a las creencias del mundo de hoy.
No se puede cancelar el pasado, para bien o para mal la humanidad es hoy producto de ese ayer. En ese sentido, cada época está compuesta por un conjunto de características que la literatura, el arte, el cine, la música, han tratado de captar. Las expresiones culturales de cada época son pues el espejo de esos períodos, pretender cancelarlas es querer borrar la historia. Además del riesgo de querer borrar parte de la historia, la interrogante de fondo que debe plantearse es si eso apunta realmente a las causas del problema. Por ejemplo, ¿“cancelar” algunos libros de Dr. Seuss realmente contribuye a resolver los problemas raciales y étnicos?
La mejor manera de resolver los problemas es identificar de manera adecuada sus causas. Andar a ciegas y con la urgencia de “hacer algo” pueden terminar desvirtuando las razones de fondo de las luchas que se asumen, y, peor aún, haciendo menos efectivas las acciones que se emprendan. La pretensión no es sentarse a teorizar mientras ocurren hechos de violencia de género, discriminación racial, deterioro del ambiente, lo que se busca es que las acciones sean más racionales, que respondan a ciertas metodologías con sustento teórico, que logren apuntar a las causas reales de los problemas para así poder encontrar soluciones realmente adecuadas, con menos dogmatismo y más ciencia (social).
@lombardidiego
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