La semana pasada se desataron los demonios en la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Un informe desclasificado de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, develó, entre otros pormenores, la presunta interferencia del gobierno ruso en las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre que tenía el objetivo de favorecer la candidatura de Donald Trump; algo que ya se venía ventilando con anterioridad, y que en esta oportunidad hizo evidente la molestia del presidente Joe Biden, quien –ante la pregunta directa de un presentador de la cadena de noticias ABC -, catalogó a su contraparte, Vladimir Putin, como un “asesino”, no sin dejar de agregar que pagaría por la supuesta injerencia.
Al igual que la opinión pública mundial, es muy probable que el presidente Biden haya quedado sorprendido por su propia respuesta, no por falta de convicción, sino porque en todos los manuales conocidos, ese aparente acto irreflexivo entra en la categoría de lo “políticamente incorrecto”. Todos recuerdan la intervención del presidente Biden en la sede del Departamento de Estado, a principios de febrero de este año, en la que hizo gala de su eslogan: “Estados Unidos está de regreso”, y que le sirvió para confirmar que durante su administración la diplomacia estaría en el centro de la política exterior estadounidense. Una consigna que obviamente brilló por su ausencia la semana pasada, y que confirma lo que la vocería de la Casa Blanca señalara posteriormente en el sentido de que “las relaciones entre Rusia y Estados Unidos serán diferentes a lo que eran durante la presidencia de Trump”.
Putin el caballero agredido
Seguramente consciente de esa manida expresión: “la forma te quita la razón”, el presidente Vladimir Putin no desperdició la oportunidad para reaccionar, pero, eso sí, mostrando los atributos de un “buen caballero”. Así, en lo que se percibe como un juego premeditado de doble cara, y en respuesta a preguntas de los medios rusos en torno a su calificativo de “asesino”, Putin se limitó a desear buena salud a su homólogo norteamericano, al tiempo de recurrir a una frase propia de sus recuerdos de infancia – como el mismo dejo saber -, de que “el que lo dice, lo es”. Algo así como: “cada ladrón juzga por su condición”.
Lo cierto es que el “caballero” Putin, para reforzar sus muestras de tolerancia y condescendencia, dio a conocer el día siguiente de “los insultos de Biden”, su interés de sostener con este último una videoconferencia, en directo y publica para, según, “hablar de manera abierta de las relaciones bilaterales, la estabilidad estratégica, la solución de conflictos y la pandemia del coronavirus”.
La invitación de las autoridades rusas no puede escapar a las suspicacias de los analistas políticos, que fácilmente pueden observar en la destemplada actitud de Joe Biden, la oportunidad de oro para Vladimir Putin de hacerse ver ante la opinión publica de su país cual líder agraviado por la primera potencia mundial. Representa un elemento que puede contribuir, por tanto, a alimentar la propaganda oficial de sentimiento antioccidental, pero sobre todo antiestadounidense, que atendiendo a sondeos recientes sigue arraigado a la mentalidad de gran parte de la población. Las palabras de Biden refuerzan, pues, la estrategia del Kremlin de presentar a Estados Unidos como un país hostil a Rusia, una percepción asociada al concepto de “nación sitiada” que es uno de los elementos de sustento de la legitimidad de Putin.
Estados Unidos va por lo suyo, pero…
Resulta claro que las promesas de campaña electoral de Joe Biden respecto a un endurecimiento en el tratamiento de sus relaciones bilaterales con Rusia ya ha mostrado sus primeras manifestaciones. Podemos asegurar que esta aproximación se venía tejiendo desde las mismas elecciones presidenciales de 2016 en cuya oportunidad el régimen ruso fue acusado de interferir, a través de medios informáticos, en perjuicio de la opción de la entonces candidata demócrata, Hillary Clinton.
El abandono a las formas políticas y diplomáticas evidenciado por la actitud del presidente Biden la semana pasada, pareciera formar parte de un plan ya elaborado por la Casa Blanca, sin atajos, que tendría como objetivo aislar al régimen ruso, para lo cual Washington estaría contando con una coalición que involucre a sus aliados occidentales, particularmente Europa. No hay que olvidar que entre los pilares de política exterior de la nueva administración destacan el rescate del liderazgo internacional de Estados Unidos y la recuperación de sus alianzas estratégicas deterioradas durante el mandato de Donald Trump.
Los cálculos de Washington descansan, por tanto, en un Occidente más unido que haga frente a grandes desafíos globales como el avance del autoritarismo, un sistema de antivalores que amenaza cada día más al orden liberal mundial establecido, y en cuyo centro de gravitación se encuentran Rusia y la República Popular China. La alianza entre estas dos potencias hace difícil la estrategia de aislamiento de Moscú promovida por Estados Unidos, aun contando con el apoyo de sus aliados europeos. Es el caso, por ejemplo, de las recientes sanciones implementadas por Estados Unidos y la Unión Europea en contra de funcionarios y entidades rusas vinculados al envenenamiento y encarcelamiento del líder opositor ruso, Alexei Navalny, medidas que, incluso junto a la primera lista bajo el nuevo régimen de sanciones globales por violaciones de derechos humanos adoptada por la Unión Europea, han sido prácticamente objeto de burla por parte del gobierno de Vladimir Putin.
Es parte de la convicción de Rusia y de un gran número de observadores internacionales que las restricciones unilaterales aplicadas a Moscú no han producido ni han de generar los resultados esperados; esto sin tener en cuenta las medidas de respuesta recíproca que se puedan estar contemplando como respuesta a las mismas.
Mientras tanto, todo pareciera indicar que Joe Biden, en su afán de recuperar el liderazgo mundial de su país, está acudiendo, al menos en esta etapa inicial de su mandato, a una política de endurecimiento de su posición frente a Rusia, esperando tal vez por parte de esta, acciones y muestras más concretas de apego a las reglas de un orden actual garante de la estabilidad global. Un enfoque que lejos de favorecer el diálogo y la cooperación, pueda estar privilegiando la confrontación como instrumento de acción.
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