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Trump y los ultras alemanes

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No lo creí cuando lo leí. Parecía otro fake news.  El titular de la noticia decía: “200 ultras alemanes intentan tomar el Reichstag”. De alguna manera recordaba lo que había sucedido en el capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021. Casi era un calco. Pero se trataba de un episodio que había ocurrido varias semanas antes, el 29 de agosto de 2020, sin que los analistas lo hubieran detectado.

El Reichstag, como se sabe, es el parlamento de Alemania. Fue incendiado en febrero de 1933, a sólo un mes de la elección de Hitler como canciller. Ser canciller en ese país es ser jefe de Gobierno. Los nazis se frotaron las manos. Hitler utilizó el fuego para invocar la “Ley Habilitante” y convocar a nuevas elecciones para aumentar su porcentaje de diputados.

Un comunista holandés, Marinus van der Lubbe, de 24 años, albañil, medio ciego, quien fue detenido esa noche, “confesó” su crimen tras una cruel sesión de torturas. Supuestamente, lo había hecho en solitario, sin cómplices, para “protestar por la situación de la clase obrera alemana”. Fue fusilado a los pocos meses de ser hallado culpable. No obstante, en 2008 la justicia alemana revisó el juicio y resultó absuelto póstumamente. El episodio de las horribles torturas fue suficiente para exculparlo.

Busqué la prensa del 29 de agosto de 2020. Toda la prensa. La de izquierda, la de centro y la de derecha para que no me dieran gato por liebre. Efectivamente, allí estaba el suceso, pero pasó totalmente inadvertido.

Comenzó con una manifestación de unas 30.000 personas indignadas contra las medidas de prudencia dictadas por el gobierno de Ángela Merkel: las mascarillas obligatorias, la consabida “distancia social” y las escuelas cerradas. El nacionalismo se expresaba también dando un do de testículo.

Un señor ocurrente llevó un cartel que decía (mal traducido): “Merkel, pese a ser hija de un pastor, es anticristiana. Ha prohibido el desfile de Semana Santa. Solo se permitirá a Poncio Pilatos porque se lava las manos incesantemente”.

Algunos llevaban símbolos nazis y banderas del antiguo Tercer Reich, prohibidas en Alemania por anticonstitucionales. El ministro del Interior, escandalizado, le declaró al dominical Bild: “El edificio del Reichstag es el centro simbólico de nuestra democracia. Es intolerable que lo usen extremistas caóticos para sus fines”.

Afortunadamente para las fuerzas del orden público, los amotinados se citaron por las llamadas redes sociales para cometer sus fechorías. Eso en Alemania es suicida. El gobierno tiene varias unidades que vigilan la red constantemente. Incluso, han desarrollado programas especiales, lo que le dio a la policía la oportunidad de esperar la manifestación con 3.000  agentes que acordonaban el edificio. Pero aún así, los ultras encontraron un espacio no protegido para subir a la escalinata con el objeto de posar para las fotos y los vídeos.

No pudieron entrar al edificio, pero sería muy interesante preguntarle a Jake Angelli, el chamán de QAnon, el hombre vestido como un guerrero sioux, con cuernos de búfalo y cara pintarrajeada que se paseó por el capitolio el 6 de enero, cuánto le debe al germano-turco Attila Hildmann, otro chiflado que mezcla teorías conspirativas en las que comparece Bill Gates con el más rabioso antijudaísmo. Hildmann, por supuesto, fue detenido en el episodio del Reichstag.

Sospecho que las autoridades del FBI se inclinan a pensar que alguien sabía del peso del ejemplo de la toma del Reichstag unas cuantas semanas antes de los sucesos del 6 de enero de 2021. ¿Lo sabía el propio Donald Trump? ¿Acaso lo sabía Ted Cruz, quien al frente o junto a 11 senadores pensaba que la algarabía formada por los asaltantes del Congreso sería capaz de paralizar el recuento de los votos electorales y mantener a Trump en la presidencia?

Pacientemente, el FBI va recogiendo pruebas mientras imputa a presuntos culpables. Ya van por 300. Por el hilo se saca el ovillo. Por ahora el héroe es el vicepresidente Mike Pence, quien cumplió a rajatabla con la ley, pese a las presiones de Trump. Veremos en qué paran las pesquisas. El problema no ha terminado.

 

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